E.
F. BensonLa
señorita Mapp Un
rayo de brillante luz se iluminó en la mente de la señorita Mapp. Decir que
«algunos otros amigos se pasarán por allí» se ajustaba a la ortodoxia de
anunciar una velada común a la cual no se le había invitado, y la señorita Mapp
supo —como por una especie de revelación divina— que si acudía, se encontraría
con que ella era el octavo jugador para completar dos mesas de bridge. Cuando
el mayordomo abriera la puerta, sostendría, sin ninguna duda, una cuartilla de
papel con los nombres de los amigos a los que se esperaba, y si la visita no
estaba en la lista, aquel hombre tendría a bien informarle, con una descarada
insolencia, de que ni la señora ni la señorita Poppit se encontraban en casa. Y
mientras, antes de que el visitante cabizbajo siquiera pudiera darse la vuelta,
el mayordomo admitiría en casa a otra visita cuyo nombre sí figuraba
debidamente en su papel de referencia. Así que las Poppit pensaban celebrar una
velada de bridge… Pero, según sus deducciones, la habían invitado en el último
momento, claramente para ocupar el lugar de alguien que hubiera contraído la
gripe, se le hubiera muerto una tía o se hubiera visto obligado a improvisar un
viaje a Londres; esa era precisamente la explicación por la que —como habría
creído escuchar el día anterior— el mayor Flint y el capitán Puffin solo
jugarían un partido de golf ese día y regresarían al pueblo en el tranvía de
las 14.20. ¿Para qué buscar más explicaciones, pues, al trozo de hielo y a las
grosellas rojas (probablemente rojas) que había visto comprar a Isabel? Y
cualquiera podía saber —al menos la señorita Mapp sí que podía— por qué había
ido a la papelería de High Street justo antes. Cartas, barajas.¿Quién
podría ser esa persona a la que esperaban y que al final había fallado a la
señora Poppit? Eso ya lo averiguaría más tarde; de momento, mientras la
señorita Mapp sonreía a Withers y volvía a musitar su cancioncilla, tuvo que
decidir si iba a mostrarse encantada de aceptar la invitación o si, por
desgracia, se vería obligada a declinarla. La razón a favor de verse obligada,
por desgracia, a declinar la invitación era obvia: la señora Poppit se merecía
un desplante por no haberla incluido entre los invitados seleccionados desde el
principio, y si declinaba la invitación era muy probable que —siendo tan tarde
ya— la anfitriona no pudiera conseguir a nadie más, de modo que una de las
mesas de bridge quedaría completamente incompleta y, por tanto, inutilizada. A
favor de aceptar la invitación estaba el hecho de que disfrutaría de una buena
partida de bridge y un buen té, y tendría la posibilidad de decir algo
desagradable sobre la crema helada de grosellas, y la señorita Poppit se lo
tendría bien merecido por intentar plagiar las recetas ancestrales de la
familia Mapp.