Justin Kramon Finny
El largo paseo hizo que Finny entrara en calor. Se apretó contra Earl y le hizo posar con ella para una foto junto al pretil, que acabó haciéndoles otro turista americano. Earl señaló algunas de las vistas: el Louvre, las Tullerías, el Quai d’Orsay, la Île de la Cité y, al fondo de ésta, los arbotantes de Nôtre Dame. Hicieron planes para visitar algunos lugares. Earl le hablo de los bateaux-mouches, en los que se podía embarcar de noche, y de que los ricos que vivían en las riberas del Sena se quejaban de que las luces de los barcos turísticos brillaban en sus ventanas. Pasaron la primera parte de la tarde paseándose por algunos barrios de la orilla izquierda, más del gusto de Earl, como le dijo a Finny, que los de la orilla derecha. La llevó a un café donde Gertrude Stein solía reunirse con sus amigos escritores para conversar. Pararon en una elegante heladería de la Île Sant-Louis, con barras y mesas de latón. Finny probó un helado de chocolate con naranja y avellanas y, cuando Earl le preguntó si ya había acabado, pensó en pedir otra bola, pero decidió no echar a perder la cena. La llevó a un pequeño museo sobre Picasso en el Marais, uno de los que a Earl más le gustaban de París, como le dijo. Le enseñó algunas expresiones de utilidad, como «Où est le métro» y «C’est combien?», que luego Finny asesinó con su abominable acento francés. Earl se rió, después intentó corregirla y, al final, acabó metiendo también la pata, lo que hizo reír a Finny. Cuando Finny aprendió a decir: «Tráigame la carne», casi se revolcaban en el suelo.