Carlos Laredo Joaquín Rodrigo
Rodrigo trató por todos los medios a su alcance de detener la distribución del disco, que no se podía llamar plagio, porque en la carátula figuraba visiblemente el título Concierto de Aranjuez, que había alcanzado ya un gran éxito en Estados Unidos y empezaba a tenerlo en Europa. Lo primero que hizo fue consultar a los mejores abogados americanos, especialistas en esta clase de asuntos. Los abogados, conocedores de la jurisprudencia en la materia, intentaron convencerlo de la inutilidad de emprender acciones legales en Estados Unidos, donde se considera que el beneficio económico que el presunto perjudicado pueda obtener con la venta de los discos (cuyos derechos de autor cobraría) es superior al pretendido perjuicio moral. A Rodrigo, que como buen español anteponía el honor y el orgullo a cualquier otro valor, no le cabía en la cabeza que la Ley americana considerara que unos miles de dólares valieran más que su derecho. Los abogados insistieron y trataron de convencerlo de que era en cierto modo un honor que su melodía fuera transcrita para otros instrumentos; era como un reconocimiento a su genio. Por su parte, la compañía discográfica americana (Fontana) argumentó que la versión del concierto de Miles Davis daría a conocer internacionalmente su música, la haría aún más famosa y asequible a aquellos que no escuchaban música clásica, llegaría a la juventud e incrementaría la venta de los discos del concierto original. Aunque fuera cierto, el compositor no estaba de acuerdo.