MirceaCărtărescuEl
ruletistaPero
el alboroto se cortó en seco cuando el patrón abrió la cajita. Todos estiraban
el cuello, hipnotizados, hacia el pequeño objeto negro que brillaba como
incrustado de diamantes. Era un revólver de seis balas, bien lubricado. El
patrón se lo mostró al público con gestos lentos, casi rituales, como muestra
un ilusionista las manos vacías con las que va a realizar milagros. Pasó
después la palma por el tambor del revólver para hacer girar; se oyó un sonido
delicado, punzante como la sonrisa de un gnomo. Depositó el revólver en el
suelo y del interior de una cajita de cartón sacó un cartucho, con su camisa de
cobre reluciente, y se lo tendió al accionista que tenía más cerca.