Nostalgia
MirceaCărtărescu
Nostalgia
Respecto
a las chicas de la clase, ellas formaban para mí una masa casi indiferenciada.
Sin embargo, había una tal Farcaș, que tenía cara de chacha, y a la que se veía
siempre muy preocupada por las revistas de moda; estaba la alta que, no se sabe
por qué, quería que la llamaran Vasile, y había otra, muy extraña, una especie
de belleza de arrabal con algo naíf perverso, una especie de cisne negro,
llamada Dialisa, que se quedó embarazada en undécimo y abandonó el liceo y
luego nunca más se supo. Por supuesto, había también chicas muy buenas y aplicadas,
y otras bastante guapas y educadas de las que no se podía chismorrear nada.
Pero ninguna de ellas me interesaba demasiado, y hoy no me acuerdo de ellas
sino con mucho esfuerzo. Había también dos compañeras nuevas, una rubia, con
cola de caballo a la espalda, que respondía al gracioso nombre de Pleșcoiu, y
la otra, bajita y delgada, «una diva de miniatura», como la llamó alguien en el
recreo, que venía del «Iulia Hașdeu». Su rostro, con ojos dorados y aire de
«señora», su voz de pato, algo rota, me resultaban vagamente conocidos. En
todos los recreos, durante un mes del primer trimestre, la vi sin verla de
verdad, en el vestíbulo, con su grupo de amigas, parloteando todo el tiempo.
Era muy elegante, llevaba anillos con piedras preciosas, cambiaba a menudo sus
pendientes de clip, pues no tenía, probablemente, agujeros en las orejas. Por
supuesto, en las clases se quitaba los anillos pero se los dejaba si los
profesores eran hombres tolerantes, como Tom, el de inglés, que cambiaba
también de trajes y de corbatas con sorprendente frecuencia. La chica se
llamaba Georgiana Vergulescu, pero sus compañeras le decían Gina o Ginuța, como
la llamarían probablemente en su casa. Esos nombres no eran en ningún caso
cariñosos, porque no era difícil observar que las chicas no apreciaban en
absoluto a su nueva compañera; intentaban, por el contrario, minimizarla, que
pareciera que no la consideraban sino una niña esnob y consentida. Ella las
aventajaba en todo lo relacionado con la ropa, los maquillajes, los perfumes y
los jabones que tenía y que utilizaba cuando no iba a clase. Cada dos o tres
palabras pronunciaba vocablos tan vacíos de contenido para mí como los que
escuchaba en boca de los chicos locos por la música rock.
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