Francia, Holanda e Inglaterra: destructores de España y eternos enemigos

Publicado el 11 julio 2019 por Franky
Muchas veces en la Historia la dignidad de una nación exige no olvidar quienes son sus enemigos. No es por espíritu de venganza, sino por amor a la verdad, que siempre orienta y libera. La España política del presente, con una clase dirigente degradada y sin grandeza, parece ignorar, por desgracia, su propia Historia y carece del orgullo y la dignidad necesarias para restituir la verdad que nos han arrebatado. España ha sido víctima de una conspiración rastrera protagonizada por tres países: Francia, Holanda e Inglaterra. La afrenta fue tan grande y la agresión fue tan vil que los españoles de hoy y de siempre estamos obligados a no olvidarla y a tener siempre presente y vivo el rechazo y la indignación ante lo que hicieron contra nosotros con traición y bajeza. Reproducimos hoy un trabajo del venezolano Xavier Padilla, que narra la Historia desde otra óptica distinta a la que los vencedores han impuesto, más real y certera que la que circula por el mundo. Para los españoles, víctimas de esa sucia tergiversación de la Historia impuesta por nuestros enemigos, es un honor y un placer que la verdad empiece a ser restituida en un mundo que muchas veces ha sido prostituido por la mentira de países indignos, crueles e indecentes. —- Padilla defiende la verdad en un mundo dominado por la mentira y en un asunto, el de España, donde la envidia y el odio de sus enemigos han conseguido fabricar una Historia falsa e injusta que el mundo, desgraciadamente, da por buena. Padilla, como muchos de los nuevos luchadores por la verdad, queremos restablecer lo que realmento ocurrió, sin odios y sin venganzas, con rigor histórico y libertad en la mente.

La versión de Padilla, que él describe como "Basada en una revisión de la historiografía, que no es historia sino versión (del vencedor), y en un retorno a las fuentes históricas documentales (los 7 km de estanterías del Archivo de Indias, en Sevilla) con el trabajo de docenas de historiadores críticos", dice:

En 1800, todos los venezolanos éramos españoles.

Decir “venezolanos” era como decir margariteños o falconianos. En otras palabras, provincianos. ¿Quién si no algunos engreídos muchachitos afrancesados podían sentirse disminuidos por ello?

Venezuela era una decentísima y próspera provincia española que, justo en los 27 años previos a la atroz revolución Bolivariana (la original) había triplicado su economía gracias al libre comercio de sus puertos decretado por el rey Carlos III.

Nada justificaba la retórica independentista, sólo la resentida ambición de un oportunismo mantuano, muy minoritario.

En 1810, con esta revolución pseudo-patriota, nuestra envidiable prosperidad se detuvo por completo.
Venezuela, que no era una colonia, sino una provincia del reino, aquella que algunos sobrevivientes al desastre revolucionario luego recordaron como “la más feliz del universo,” pasó a ser una tierra arrasada, la más triste y abusada del reino.

Si alguna vez fue la provincia del crecimiento y la abundancia, es porque el país al cual pertenecía no era otro que España, el más grande y rico del planeta.

Nuestra moneda, el “Real de 8,” era la divisa internacional por excelencia (equivalente al dólar actual), la referencia incluso en el comercio asiático.

Éramos parte del país más extenso de la Tierra, en el continente americano íbamos desde Argentina hasta Canadá. Llegamos incluso a poseer Alaska.

Estados Unidos era pequeñísimo, su expansión ulterior se produjo sobre lo que habían sido tierras españolas.

España fue objeto de una conspiración múltiple, atacada simultáneamente por Francia, Holanda e Inglaterra, y desde dentro por Bolívar y San Martín, ambos en alianza con Inglaterra, a los que pagaron ingentes cantidades de riquezas del continente.

Con dinero también montaron sus ejércitos, llenos de mercenarios y tropas extranjeras. Se enfrentaron a una población local, orgullosa y leal a la Corona, compuesta de las clases populares, incluyendo la aborigen.

Antes que venezolanos TODOS éramos españoles, tanto los nacidos en Europa como los nacidos en América. Con los mismos derechos gentilicios.

Los esclavos eran españoles, estaban protegidos por leyes que les permitían comprar su libertad por el mérito y el trabajo. Por eso no sólo había negros en el ejército, sino incluso negros generales. Igualmente pasaba con los indios, eran tan españoles como el resto de los venezolanos y tenían aún más leyes protectoras. Nadie podía tocarles sus tierras. Eran realistas, y muchos también oficiales.

Los ejércitos de la Corona en el continente no estaban conformados por ibéricos sino por americanos. Pero siendo la primera potencia del mundo fuimos traicionados por un grupo de mantuanos oportunistas que quisieron apoderarse de la región, en un momento en que debieron defender a nuestro reino, gracias al cual habíamos alcanzado ser la próspera civilización que éramos.

Nuestra región fue descrita en 1800 –esto es, 10 años antes de la revolución– por el sabio naturalista alemán Alexander Von Humboldt como “la región más próspera y apacible del planeta.” La legendaria crueldad del imperio español es, pues, una leyenda, la gran mentira con la que todos en la Vzla republicana fuimos adoctrinados, incluso antes de ir a la escuela: a nuestro himno le ocurre tener, no casualmente, un aire de canción de cuna.

Pues tal parece que de hecho era una, a la cual cambiaron el nombre y la letra. La propaganda anti española fue brutal, con ella se borró nuestro gran pasado.

Fue orquestada y difundida en Europa por los reinos rivales, y utilizada intramuros en las provincias por los separatistas. La historia que conocemos fue escrita enteramente por las actores triunfales de la conspiración.

Una que no dejó nada en pie, y que habiendo logrado la desintegración del continente vendía entonces un proyecto integración tan ridículo como el de la Gran Colombia, una integración que ya existía ampliamente. El caso es que con la mal llamada “independencia” el continente quedó balcanizado en 22 republiquetas pobres y rivales, disputándose tierras y poder, en una región ahora completamente arrasada por las guerras y el pillaje.

Los republicanos robaron todo, hasta las iglesias. Las élites que tomaron el poder reconstruyeron las ciudades y pueblos a base de expropiaciones.

Los indios perdieron sus tierras, subastadas por los revolucionarios y compradas por nada por los propios subastadores, mantuanos secesionistas. Las disputas mantuanas intestinas por el poder se sucedieron de una generación a otra a lo largo del siglo, las guerras continuaron, pero ahora entre republicanos, como es típico entre codiciosos. Con ellas se condenó región al atraso.

Después de la “independencia,” esas guerras que caracterizaron al siglo se hicieron terribles hacia el final del mismo. Luego, en el XX, apareció el petróleo, un preciado fósil que le dio a Vzla la impresión de que finalmente todo tuvo sentido, y de que había un futuro a pesar del desastre.

Pero con dicho rubro milagroso sólo aumentaron las pugnas domésticas, y no tanto la riqueza.

Con mucho menos recursos, en otros países y regiones del mundo se hizo y se sigue haciendo infinitamente más que en Vzla. Todas las élites empoderadas desde la independencia le deben pues su poder a Bolívar, por supuesto, el bandido que les dejó un país para su disfrute personal (verdadero significado de esa “Libertad”), y por eso todos los gobiernos posteriores a Bolívar obviamente le han rendido culto.

Especialmente el chavista. Bolívar, el “padre de la patria,” la de ellos... Vzla debe, pues, fundarse después de este último Estado forajido bolivariano sobre la base de un proyecto hispánico enteramente nuevo y deslastrado de toda simbología independentista decimonónica; es decir, no refundarse sino fundarse como 1ra República, no como 6ta, por aquellos que ganen la guerra contra la actual tiranía.

¿Pero tendrán suficiente consciencia histórica quienes venzan...? Me temo que no, pasarán aún muchos años antes de que sepan quiénes originalmente somos, seguirán adorando a Bolívar en sus plazas, y en un santiamén brotará el mismo bárbaro protagonismo.

Xavier Padilla