(El País 1 ABR 2014 )
La dimisión del primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, y su sustitución por Manuel Valls, hasta ayer titular de Interior, es la consecuencia inevitable —no la única, sin duda— de unas elecciones municipales con enorme carga de política nacional, en las que el Partido Socialista (PS), arrastrado por la impopularidad del Gobierno, ha tocado fondo.
La segunda vuelta electoral ha confirmado e incluso ampliado la tendencia perfilada en la primera votación, hace una semana, hasta el punto de ofrecer resultados históricos. La derrota inédita —por lo estrepitosa— de los socialistas se ha visto acompañada por el ascenso, también inédito en la política local, del Frente Nacional, y por la sorprendente victoria de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), habituada a perder batallas en el terreno municipal.
El PS cede 155 ciudades de más de 10.000 habitantes —algunas de ellas, bastiones tradicionales—, la UMP y sus aliados centristas ganan 147 y las huestes de Marine Le Pen se estrenan con 11 alcaldes y más de 1.000 concejales. Todo ello a menos de dos meses de las elecciones europeas.
Las grandes crisis suelen ser excelentes oportunidades para el cambio, siempre y cuando no se yerre en el diagnóstico. Desde las filas de la izquierda se culpa de la catástrofe al “giro neoliberal” del presidente, François Hollande, que en enero propuso un Pacto de Responsabilidad para impulsar la productividad de las empresas y reducir el enorme gasto público (el Estado supone el 57% del PIB).
Los votantes del Frente Nacional no son extraterrestres: son franceses de todo el espectro social (inmigrantes incluidos). El ascenso del lepenismo —como el de los demás populismos de derecha e izquierda en Europa— denota un malestar de fondo que no se resuelve con descalificaciones, rasgado de vestiduras ni “cordones sanitarios”. Marine Le Pen ha dado muestras de inteligencia y olfato. Su mensaje proteccionista, antiliberal y antieuropeísta apela a los miedos. La mejor manera de combatirlo es atender las inquietudes ciudadanas y abordar los problemas —paro, inseguridad o integración— con realismo y sensatez.”
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Hay quien opina que se trata de un problema de liderazgo, y puede ser que no falte razón, porque Hollande ha venido siendo un presidente anodino y sin un ápice de carisma, más conocido por sus amoríos que por sus logros, y por eso, ante el batacazo, el líder del socialismo francés ha recurrido a la “solución española” (es un jocoso decir), poniendo al frente del gobierno al oriundo catalán Manuel Valls, quien ha demostrado en su cometido como Ministro del Interior una dedicación y sensatez muy por encima de sus correligionarios socialistas.
Si a ello se une que para la alcaldía de París ha resultado elegida una socialista de raíces gaditanas y españolas, podría decirse que nunca España tuvo tanta influencia en Francia.
Algo así como que al anterior presidente del gobierno español, tan amorfo como el francés, pero además zascandil en sus ideas, se le hubiera ocurrido, como se le ocurrió, nombrar su sucesor a su ministro del Interior, el hoy líder socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, de quien se dice con razón que “ni una mala palabra ni una buena acción”, por su acreditada doblez.
De cualquier manera, lo que resulta evidente es que en Francia las elecciones municipales han servido de termómetro de la opinión pública sobre el partido gobernante, y en ese sentido no estará de más que el actual partido mayoritario en el control de España, se aprestara a sufrir en las inminentes elecciones al parlamento europeo, la censura de la ciudadanía.
Sea como fuere, ojalá el “seny” catalán (no el de Artur Mas, que lo suyo es paranoia) sirva para centrar la gobernanza en el país galo, y el embrujo gaditano permita que París siga siendo la ciudad encantadora y llena de embrujo que todos amamos.
Y que no se olvide aquello de que “cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar…”
No se puede cambiar el curso de la historia a base de cambiar los retratos colgados en la pared” Sri Pandit Jawaharlal Nehru(1889-1964) Político indio.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA