Más de un millar de personas fueron detenidas durante las horas previas a la concentración del movimiento “gilets jaunes·, el 8 de diciembre, en los Campos Elíseos de París. Sucedía en el cuarto fin de semana consecutivo de protestas, tras la orden del Gobierno francés de “blindar” la capital francesa ante posibles disturbios, como sucediera las anteriores de las semanas. El presidente Emmanuel Macron proponía y empujaba una serie de medidas. Los precios del gasóleo o diésel en Francia habían aumentado un 16%, en 2018, debido al incremento de los impuestos de gasolina y diésel en el mismo período, y se esperaba un mayor aumento de impuestos para el año 2019. Macron quiso continuar con las políticas implementadas por el gobierno del socialista François Hollande, y se encontró con las protestas de los “chalecos amarillos”, un movimiento social iniciado en noviembre pasado, que usa los chalecos reflectantes típicos para los conductores. Apoyados por una mayoría de franceses, los manifestantes bloquearon carreteras, provocaron el caos y congestiones en distintas arterias viales. Fue el inicio de la debacle del gobierno de Macron. Se dijo que al menos el 70% de los franceses estaban de acuerdo con las reivindicaciones de los “chalecos amarillos”. Además, este movimiento se desarrolló sin mediación de ningún partido político ni organización sindical y, sin embargo, fue capaz de poner en jaque a un Gobierno que, a pesar de haber contado con todo el apoyo electoral posible hace dos años, podría llegar a tener que convocar elecciones anticipadas por haber perdido todo su capital político en esos mismos años. El silencio y el miedo, parecía haberse apoderado de Macron, que vio cómo dirigentes internacionales como Trump o Erdogan se burlaban del deterioro de la popularidad del presidente francés.
“Celine, de 41 años -escribía la semana pasada Angelique Chrisafis, en The Guardian- es una de las personas junto a una barricada hecha de neumáticos y palés de madera en un pueblo al norte de Toulouse. Tras ella, arde una hoguera y ondean banderas francesas junto a pancartas pidiendo la dimisión de Emmanuel Macron. ‘Estoy preparada para pasar la Navidad protestando en esta rotonda junto a mis hijos, no vamos a dar marcha atrás y no tenemos nada que perder’, dice esta votante de Macron en las últimas. ‘Daba buenos discursos y la verdad es que yo me creía sus promesas de cambiar Francia, pero ya no’. Céline trabaja como asistente de clase para niños con necesidades especiales y gana 800 euros al mes. No le alcanza para el alquiler así que vive junto a sus cuatro hijos en la casa de un pariente en un barrio periférico de Toulouse, al suroeste de Francia. ‘Lo primero que hizo Macron en el Gobierno fue recortar el impuesto a la riqueza para los súper ricos, a la vez que recortó los subsidios para vivienda de los pobres’, dice. ‘Es una grave injusticia; todo el país se ha alzado para protestar’. Hay albañiles, enfermeras y empleados de la industria de la aviación local entre las veinte personas que protestan en la barricada de esta rotonda. Llevan puestos los muy visibles chalecos amarillos que han caracterizado la reciente ola de manifestaciones en Francia. Los conductores de los camiones y los coches que pasan hacen sonar el claxon en señal de apoyo, se asoman por las ventanas, y gritan: ‘¡No se rindan!’. En noviembre, una protesta ciudadana de base comenzó como una rebelión espontánea contra el aumento de los impuestos al combustible y se ha transformado en un movimiento más amplio en contra del Gobierno y de Macron. Es la mayor crisis vivida hasta ahora por el joven presidente. Los manifestantes lo tildan de monarca arrogante y le acusan de presentarse en el extranjero como un héroe progresista capaz de frenar la marea del nacionalismo cuando, en su país, es percibido como otro miembro de la distante élite política que alimenta la desconfianza y empuja a la gente hacia el populismo”.
El sábado 1 de diciembre París sufrió sus peores disturbios callejeros en décadas, con batallas contra la policía y coches incendiados por elementos marginales de unas protestas que, por lo general, han sido pacíficas. Las atracciones turísticas y los museos de la ciudad tuvieron que cerrar ese día, con advertencias del Gobierno por la posibilidad de miles de alborotadores en la capital capaces de “golpear” o incluso de “matar”. Pese a todo, los “chalecos amarillos” volvieron a protestar en los pueblos y ciudades del país los fines de semanas siguientes. El primer fin de semana de diciembre, incendiaron las oficinas del gobierno local en la pequeña ciudad central de Puy-en-Velay. En Toulouse, las batallas con la policía antidisturbios dejaron varios heridos, y en el sur de Francia, incendiaron y destrozaron las cabinas de peaje de las autopistas. La policía antidisturbios disparó gases lacrimógenos contra las manifestaciones que los estudiantes de secundaria organizaron contra las reformas universitarias y escolares. El vestíbulo de una escuela secundaria de Blagnac, a las afueras de Toulouse, quedó destruido por el fuego. Un transportista de unos 20 años que participó en una marcha callejera de la pequeña ciudad rural de Montauban (suroeste de Francia) dijo estar conmocionado por los gases lacrimógenos y que la violencia podría darse en cualquier lugar de Francia. Muchas de las rotondas y cabinas de peaje que los “chalecos amarillos” siguen bloqueando se encuentran cerca de pequeños pueblos y aldeas que normalmente no son noticia. Todos hablan de la “arrogancia” de Macron y de la indignación que despiertan las obras de remodelación del Palacio del Elíseo y la piscina de vacaciones construida en el palacio presidencial. Según una encuesta difundida hace dos semanas, el índice de aprobación de Macron había bajado hasta el 18%.
El movimiento de los “chalecos amarillos” era diferente a cualquier otro de la Francia de posguerra porque surgió en Internet y sin líder, sindicatos ni partidos que lo respaldaren. En las barricadas era posible encontrar una gran variedad de personas: tanto a gente apolítica, como a personas de izquierda, a ecologistas, como a votantes de la nacionalista Le Pen... Muchos estaban contra la Unión Europea, a la que percibían como la responsable de un capitalismo desenfrenado. Los manifestantes se quejan de que los pobres son los más afectados por el alto nivel impositivo de Francia, sin embargo, siguen valorando los servicios públicos. “Queremos una estación de tren”, decía una de las pancartas en un edificio de Lespinasse. Por todo el país, las zonas rurales se quejaban del agotamiento de los servicios públicos. Se tenía la sensación de que el dinero público estaba siendo malgastado y utilizado, principalmente, para mantener el lujoso tren de vida de la élite política. Los hospitales carecen de personal y de financiación suficiente. “Lo que nos une a todos -se quejaban- es la arrogancia de Macron; ha empeorado las tensiones, como un pequeño rey que se enfrenta contra todo un país; Macron nos tuvo de rehenes diciéndonos que era el único capaz de frenar el nacionalismo y a Le Pen, pero ya no tiene ninguna credibilidad en Francia”. Fabien Mauret, un albañil autónomo, cree que “hemos llegado a un punto de no retorno. Antes, estaban los ricos, los de en medio y los pobres. Ahora solo hay muy ricos y pobres, y, entre estos dos extremos, nada”. Según Raymond Stocco, de 64 años y exempleado de mantenimiento de aviones, los súper ricos deberían devolver las exenciones fiscales que disfrutaron en los últimos cuatro años. Y sostiene: “El gran error de Macron fue tratar a la gente en Francia como si fuéramos estúpidos”.
“En la televisión -se queja una antigua conductora de ambulancias- solo sacan a los vándalos que se pegan con la policía y rompen cosas, pero este movimiento no es eso. A su lado, un joven que trabaja de cocinero asiente con la cabeza y comenta entre risas: ‘Lo único que ha hecho bien Macron es unir a los franceses. Unirnos contra él, claro’. Para ellos, la solución no pasa por la dimisión presidencial, no porque no lo merezca, sino porque ‘no hay ninguna alternativa. ¿Quién va a ocupar su puesto? No hay nadie’. Este peaje es una radiografía perfecta de lo que Francia está viviendo, una protesta horizontal en la que, por unas razones o por otras, se ven reflejados la mayoría de los franceses. Y ya no se trata solo de bajar impuestos o congelar reformas. Es una crítica al sistema. Guillaume, 26 años y electromecánico de profesión, confiesa que sus finales de mes no son dramáticos porque vive todavía con sus padres y no tiene hijos que mantener. ‘En Francia, los jóvenes deberíamos poder vivir de nuestro trabajo’. Guillaume asiente cuando uno de sus compañeros afirma que la única solución posible ahora para cerrar la crisis es utilizar el artículo 68, inscrito en la Constitución de la Quinta República y que, desde 2014, permite la destitución del presidente, en caso de haber incumplido sus deberes’. Guillaume cita el modelo islandés después de la crisis financiera de 2008. ‘Allí sí que han sabido montárselo bien y ese modelo sería un buen ejemplo a seguir. Aunque, es cierto que Francia no es Islandia. Allí son unos pocos millones de habitantes y aquí somos 70 millones”. Entre acordes de rap, olor a 'merguez' (chorizo fresco rojo y picante originario del Magreb) y alguna canción de Renaud (conocido cantante francés), de vez en cuando, alguien se arranca a cantar la Marsellesa y el resto sigue con orgullo patrio el himno nacional. Así, es esta protesta que tiene desconcertadas (y bastante asustadas) a las élites de París. Y ya hay muchos peajes como este por todo el país”.
“Ahora intento coger mucho menos el coche porque llenar el depósito sale por un dineral, y luego hay que pagar los peajes, por ejemplo, que en Francia casi todas las autopistas son de peaje. Pero hay gente que sin coche no puede ni hacer la compra”, señala Miguel Ángel. Desde hace semanas, acude periódicamente a una rotonda en su pueblo a informar a los conductores de las reclamaciones de los ‘chalecos amarillos’. “Les damos octavillas y si alguno quiere hablar, charlamos”. No ha faltado a ninguna de las manifestaciones desde que comenzaron el 17 de noviembre, y hoy estará también en la calle. Pacíficamente, por supuesto. Y no cree que la crisis se vaya a solucionar pronto. “A ver cómo llegamos a la Navidad. Pero a mí me da igual. Si no hay turrón, comeré unas sopas”. En el otro extremo de la baraja, Christophe Castaner, Ministro de Interior, subraya la deriva violenta en las tres últimas semanas de un movimiento manipulado, en su opinión, por “grupúsculos extremistas”. El titular de Interior teme la presencia de armas en las protestas del sábado —asegura que en las investigaciones tras los últimos altercados “se han descubierto armas”— y destaca a su vez la caída de la movilización. Desde las 282.000 personas que la policía contabilizó en la primera jornada de manifestaciones, el 17 de noviembre, se ha pasado a unos 10.000 manifestantes, “una pequeña minoría”, en palabras de Castaner. El Gobierno de Macron responsabiliza a Le Pen del nuevo sábado de revueltas en París. Y, mientras los “chalecos amarillos” muestran el hartazgo ante subidas de impuestos y pérdida de poder adquisitivo, el Gobierno se blinda ante la posibilidad de que las manifestaciones puedan derivar en un estallido de violencia y disturbios. El Gobierno prevé “una movilización excepcional” de 89.000 agentes de las fuerzas del orden en todo el país, de los cuales 8.000 están destinados a la capital. Los principales monumentos de París, una de las ciudades con mayor número de turistas del mundo, cerraron el sábado como medida de seguridad. Si el jueves ya se anunció que la Torre Eiffel, la Ópera de París o el Grand Palais iban a impedir el acceso a visitantes, el Centro de Monumentos Nacionales (CMN) informó de que lugares tan emblemáticos como el Arco del Triunfo o las torres de la catedral de Notre Dame harían lo mismo.
Los 'gillets jaunes' han sabido cristalizar el descontento de todos aquellos que se sienten frustrados por las desigualdades crecientes en la sociedad. Se trata de una clase media que se siente olvidada y ninguneada por los representantes políticos. Los “chalecos amarillos” nacen como reacción a la nueva subida de impuestos sobre los carburantes, anunciada por el gobierno de Emmanuel Macron para el próximo 1 de enero, que aumentará en 6,5 céntimos el litro de gasoil y 2,9 el de gasolina. Se busca principalmente desincentivar el uso de los combustibles fósiles, algo que ha estado desde el principio en el programa político de Macron que busca una transición energética hacia energías más limpias. Pero la Francia principalmente rural, donde los transportes públicos son escasos y que necesita el coche para ir a trabajar, llevar a los niños al colegio o acudir al médico, no está dispuesta a soportar ella sola el peso de la transición ecológica. Desde la elección de Macron en mayo de 2017, el diésel ha aumentado en 31 céntimos el litro y la gasolina en 19. El gasóleo pasó de 1,24 euros el litro en octubre a 1,51 en noviembre, aunque de esos 27 céntimos de diferencia, sólo 8 son debido a los impuestos y la gran mayoría proceden de la subida del precio del barril unida a la debilidad del euro frente al dólar. Pero eso poco importa. El sentimiento de los “chalecos amarillos” es que su dependencia del automóvil se ha convertido en la vaca que el gobierno no deja de ordeñar. Y consideran que es sencillo legislar desde París, donde el metro te lleva a todas partes. El presidente francés no quiere ceder, por principios, ante la calle, pero al Elíseo se le puede achacar la miopía de no haber previsto la profundidad del malestar en la 'otra Francia' Todo comenzó con una petición en Change.org para exigir la bajada del precio de los carburantes y a partir de ahí empezaron a surgir grupos en Facebook y vídeos de protesta de diferentes usuarios que se hicieron virales. La primera manifestación se convocó el 17 de noviembre a través de las redes sociales. Se buscaba bloquear el mayor número de carreteras posibles para hacerse escuchar. Más de 287.000 personas participaron en toda Francia, hubo un muerto, 400 heridos y 280 detenidos.
Pero, la Confederación General de Trabajadores (CGT), el principal sindicato de Francia, rechazó el paquete de medidas de Macron y anunció que se uniría al movimiento de protesta en la manifestación convocada para el viernes. Y Philippe Martínez, secretario general de la CGT, consideró insuficientes las medidas y llamó a “la movilización conjunta con los 'chalecos amarillos’”. La respuesta de Macron a las peores manifestaciones sufridas por su Gobierno tampoco contentó a la clase política. Líderes de izquierda y derecha cargaron rápidamente contra el inquilino del Elíseo, según informa el diario francés Le Figaro. “Se cree que una distribución del dinero podrá calmar la insurrección ciudadana”, dijo el dirigente de La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, augurando que no será así porque “una parte considerable de la población no se verá afectada por ninguna de esas medidas”. “Solo son buenas intenciones sin respuestas”. Por su parte, la líder ultradrechista, Marine Le Pen, interpretó las palabras de Macron como un paso hacia atrás para “saltar mejor”. “Abandona algunos de sus errores fiscales, y eso es bueno, pero se niega a admitir” que se está enfrentando a su propio modelo: el de “la globalización salvaje” y “la inmigración masiva”. El centrista Benoit Hamon considera, igualmente, que Macron “se ha movido muy poco” desde sus postulados iniciales y advierte de que la mejora salarial que ha prometido saldrá de las arcas de la seguridad social, no de mayores impuestos para las rentas altas. “Estábamos esperando un gran gesto para poner a los bancos, a las empresas contaminantes y a los grandes accionistas a contribuir a la financiación de la transición ecológica. Nada”, lamentó en Twitter.
Enric Sopena escribe en ElPlural “El nuevo rostro de Macron no convence a casi nadie en Francia”. Dice que el presidente de la República Francesa se encuentra en una compleja situación. “Hartos de una política que no mira hacia los ciudadanos, miles de franceses han salido a las calles y han ido más allá de la protesta pacífica, iniciando el camino del caos en diferentes localidades galas. La cifra de detenidos suma ya más de 1.700 manifestantes. El pasado martes, Macron se dirigió a la nación anunciando unas medidas que, según resaltan los medios informativos del país vecino, no convencieron ni a los partidos de la derecha ni a los de la izquierda… Habló de un estado de emergencia económico y social y advirtió a los descontentos que no pensaba admitir más violencia o saqueo. Pero la principal dificultad que afronta Macron es que tres cuartas partes de los franceses empatizan con el colectivo que protagoniza la protesta y que estos, los chalecos amarillos, no son etiquetables. Un interesante estudio realizado por 70 académicos indica que se trata de hombres y mujeres con un promedio de 45 años, de clases populares o de la pequeña clase media, empleados, comerciantes, artesanos y profesionales en buena medida; que no se identifican con partido alguno o se declaran apolíticos (33%), o se decantan mayoritariamente por la izquierda (42%). De centro apenas llegan al 6%. Exigen la recuperación del poder adquisitivo y el rechazo a una política favorable a los que más tienen” Sopena asegura que Macron se lo ganó a pulso. Que borró de un plumazo medidas como la de impuestos para los ricos, cuyo patrimonio origen se remonta al inicial impuesto a la fortuna inmobiliaria, que arbitró Mitterrand para gravar a los bolsillos opulentos. “Macron, banquero de los Rostchild en su vida anterior, desactivó tal fiscalidad con la idea de que el país fuera más atractivo para inversores y ricos. Macron, un rico al servicio de los ricos. Ahí empezó el malestar. De momento, el nuevo presidente vuelve a la política fiscal de Mitterrand para los ricos. En un mundo que está girando hacia la derecha, o más bien hacia la ultraderecha, y de esto sabemos mucho en España –basta con ver los resultados de las elecciones autonómicas en Andalucía-, la aprobación de leyes progresistas, como consecuencia de las protestas del pueblo en las calles, parece ser una buena noticia que, leída de manera optimista, podría producir un efecto contagio en los países vecinos. Pero ni siquiera este giro en la política de Macron es suficiente. ¿Qué puede hacer, entonces, ante la indignación de un pueblo sin portavoces ni interlocutores? En la primavera de 1968, otro presidente, Charles de Gaulle, ante una situación también conflictiva, se retiró y esperó a que el resto de partidos rogara su regreso. Volvió, negoció con los sindicatos, apaciguó la tormenta, y, aquel mismo año, ganó las elecciones. Pero de Gaulle era un animal político, que traía a sus espaldas el triunfo sobre las fuerzas del mal en la terrible Segunda Guerra Mundial. Pienso que nadie echaría de menos al actual mandatario francés. No, Macron no es de Gaulle”.
Las fotomontajes y las imágenes más sorprendentes de esta semana:
- Señor Casado, ¿qué opina de la medida del Gobierno de subir el SMI a 900
- Que es un disparate. Exigimos saber ya los nombres de esos 900.Y el deporte marítimo...
El humor, en la prensa de esta semana: El Roto, Mauro Biani, Peridis, Manel F, Vergara, Pat, Malagón, Javirroyo…
Pep Roig, desde Mallorca: Sentimientos, cuestión de número, In vigilando, Más madera, Pues, así estamos…, Insensatos, Tenencias, guardar las apariencias.…
Los vídeos de esta semana: Policía lanza gas lacrimógeno durante intensas protestas en París.