Al igual que Saulo de Tarso
fui desarzonado,
fui arrojado al suelo,
y milagrosamente me levanté desnudo.
Desde entonces, cada elemento terrenal
alcanzó un resplandor incomparable.
Vi el significado del agua,
el porqué sin culpa
de la brizna de hierba
que arde bajo el sol.
Comprendí el placer de un pie desnudo
que devora una tierra llena de aspereza
y que siente las espinas
como las espinas de Dios.
Día tras día,
he vivido el calvario
y mi locura
ha entusiasmado a muchos.
Con una voz que reúne en la ambigua identidad de la primera persona el yo lírico de Francisco de Asís y el mundo poético de la autora, Alda Merini (Milán, 1931-2009) escribió en sus últimos años Francisco. Canto de una criatura, que acaba de publicar cinco años después de su muerte Vaso Roto en edición bilingüe con traducción de Jeanette L. Clariond y prólogo de Gianfranco Ravasi.
Y así como en Cuerpo de amor Alda Merini fundía mística y erotismo, espíritu y carnalidad, en estos poemas levanta un emocionado retablo en el que se conjugan la pobreza y la locura compartidas por el sujeto real y el sujeto poético y la desnudez del despojamiento se convierte en humildad expresiva.
Porque si el centro explícito de estos poemas es el canto franciscano de quien renunció al mundo, Alda Merini proyectó en esa figura lo esencial de su propio universo vital, de la mirada de quien también cree que "en la fe está el total abandono a lo indescifrable y a nuestro mejor yo."
Y es esa identificación implícita, esa confusión deliberada la que hace que estos poemas vayan más allá de la mera evocación hagiográfica de una figura fundamental en la espiritualidad occidental para convertirse en el resumen sereno de su propia actitud vital, en su autobiografía poética:
¿Sabes que el tormento es voz?
¿Sabes que el dolor canta?
Me incliné sobre ti,
lavé tus llagas
y descubrí la música,
la música del dolor.
Además lo he dicho,
y tú me miraste
como se mira a un loco.
Jamás pensaste que tú,
oculto en la inmundicia,
pudieras estremecerme de amor.
Con esa potencia conmovedora crece este canto elaborado por Alda Merini para ponerlo en los labios de aquel juglar de Dios, aquel hombre alejado del animal lleno de miedo que era su cuerpo:
Pero antes
he oído a todos los animales del mundo,
todos los suspiros de odio y amor.
Me sentí lleno de caballos desbocados
que corrían
hacia la meta del Reino.
Santos Domínguez