Francisco de Carvajal, el demonio de los Andes

Publicado el 13 octubre 2013 por Miguel García Vega @in_albis68

Ayer fue 12 de octubre, Día de la Hispanidad, la fiesta nacional de España. Yo vivo en Barcelona, así que tengo 2 fiestas nacionales (Diada del 11 de septiembre) en un mes. Eso, además de un trajín, me provoca un inquietante dilema: todavía no he decidido cual de las dos fiestas me emociona menos.

Pero un día como hoy sí que da pie a pararse a aprender y reflexionar sobre la historia del país que por azar nos ha tocado. Una reflexión mesurada y con la mente abierta, alejada de ese orgullo que es más grande, y sospecho que pasa en todos los países, cuanto más se desconoce dicha historia. En este caso no puedo estar más de acuerdo con Gil de Biedma en que “de todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal”. Termina mal para los de siempre. Siempre.

En el día de hoy se conmemora el encuentro de dos mundos y creo que no se puede negar la trascendencia que eso ha tenido en la historia mundial. El cómo se hizo ya es otra cosa; en el choque de civilizaciones siempre hay ganadores y perdedores. No podemos juzgar la historia con los parámetros éticos y filosóficos actuales. Si hoy día ir a ‘hacer las américas’ puede significar montar una puntocom de éxito, en otros tiempos esa posibilidad se ganaba, casi exclusivamente, a sangre y fuego.

Hoy quiero recordar uno de esos personajes de sangre y de fuego: Francisco de Carvajal, el demonio de los Andes.

Francisco López Gascón (el apellido Carvajal lo tomó de un cardenal al que sirvió) nace en la provincia de Salamanca  en 1464, en el seno de una familia humilde. A pesar de eso, no se sabe cómo, fue a estudiar a Salamanca, aunque parece que se hizo más popular en las tabernas que en la universidad. Cuenta la wikipedia que cuando volvió a su casa lo hizo  “con gran escándalo, acompañado de un mozo llamado Moreta, una ramera, una vihuela, una mula y una mona”. Digno de una película del gran Cuerda.

A la familia no le hizo tanta gracia como a mí, así que lo echaron de casa. A partir de ahí decidió, ignoro si sobrio, dedicarse a las armas. Y esa fue su vida y su fortuna. Estuvo unos años sirviendo en los Los Tercios, esas tropas afanadas, con notable éxito, en ser la pesadilla de media Europa. Estuvo como alférez en las famosas batallas de Rávena (1512) y Pavía (1525). Hagan cuentas, con 50 tacos ya, todo un perro de la guerra. Pero no había tenido suficiente, iba a dar más de qué hablar.

El Inca Garcilaso también lo sitúa en el Saco de Roma, en 1527, y explica otra hazaña de Carvajal. Luchó como el que más, pero se le hizo tarde a la hora del saqueo. Vayan a saber qué le distrajo, aparte de conservar su vida. El caso es que el bueno de Francisco, en vez de joyas y los típicos souvenirs de saqueo,  se llevó, cargado en unas mulas, el archivo de uno de los notarios principales de la ciudad. Que se notara que había pasado por Salamanca. Resultó que los documentos tenían bastante valor para la víctima, así que Carvajal cobró rescate y con los dineros se marchó a América, que el mercado del saqueo de la zona euro estaba en recesión y ese negocio era emergente en el Nuevo Mundo.

Tras pasar por México llegó a Perú, a las órdenes de Pizarro.  Soldado ya veterano, su buen  hacer en la batalla fue recompensado con dinero y una encomienda en Cuzco. Incluso llegó a ser nombrado alcalde la dicha ciudad. Después participó en la batalla de Chupas, enfrentamiento entre españoles, en las que se hizo famosa su frase: «¡Mengua y baldón para el que retroceda! ¡Yo soy un blanco doble mejor que vosotros para el enemigo!». Eso lo dijo en un momento en el que su oronda señoría se bajó del caballo y se lanzó a pie contra la artillería enemiga, arrastrando a sus hombres con tal acto de valor y decantando la batalla a favor.

Guerra civil por las encomiendas

Pero las cosa andaba revuelta porque Carlos V hizo reformas en las encomiendas. Resumiendo, la encomienda eran tierras que la corona entregaba a un encomendero (conquistador que las ganaba en batalla) con los indios dentro. Estos le entregaban tributos y trabajaban para él a cambio de una supuesta protección, al modo de un señor feudal o de los Corleone, según el siglo. La reforma de Carlos V, aparte de intentar reafirmar ciertos derechos de los indígenas ante los abusos de los ocupantes, eliminó la posibilidad de legar en herencia dichas encomiendas.

Eso cabreó a buena parte de los conquistadores españoles, que se rebelaron contra el emperador. Nueva guerra civil entre conquistadores, que demostraban así a los nativos que lo de la civilización superior se refería a la tecnología militar.

Carvajal, que ya había hecho fortuna, solo pensaba en pies para que os quiero y volver a España con la pasta. Que a esas alturas ya tenía una edad como para retirarse y no andar a arcabuzazos tan lejos de casa. Pero se quedó atrapado, sin barco para largarse. En esa guerra civil se enfrentaban los leales a la Corona, al mando de Blasco Núñez Vela, virrey del Perú, y los encomenderos rebeldes liderados por Gonzalo Pizarro, contrarios a las Leyes Nuevas del emperador. Carvajal se sentía con una deuda de gratitud respecto a los Pizarro, que tan bien le habían acogido, haciéndole un señor con posibles. Así que se unió al bando rebelde como maestre de campo de Gonzalo.

Un diablo de 80 años

Carvajal tal vez vio que de esa ya no salía, enfrentarse al Imperio no suele acabar bien. Supongo que se despidió de su retiro apacible en España, cual alemán adinerado, y se dejó llevar. En la campaña contra los realistas se gana su apodo de “demonio de los Andes” y su fama de “mala y cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien le parecía que no le estaba muy sujeto”.  Da tanto miedo al enemigo como a los propios, a los que dirige con disciplina de hierro y castigos desproporcionados y arbitrarios. Lo extraordinario es que en aquel tiempo es un señor de 80 años que recorre infatigable la cordillera y el altiplano, cabalgando días enteros y durmiendo al raso con su tropa. Eso le proporciona un aura invencible, casi sobrenatural. Por el camino arrasa pueblos y aldeas fieles al rey, robando lo que puede. O todo o nada. Igual hasta sale bien. Hombre dotado de inteligencia política, le escribe así a Pizarro: “No os intimidéis porque hablillas vulgares os acusen de deslealtad. Ninguno que llegó a ser rey tuvo jamás el nombre de traidor. Los gobiernos que creó la fuerza, el tiempo los hace legítimos. Reinad y seréis honrado”.

Pero al final, como casi siempre en estos casos, tocan duras y Gonzalo Pizarro y Francisco Carvajal son derrotados y ajusticiados el 10 de abril de 1548 en Cuzco. A Pizarro, por ser hidalgo, se le decapita. Carvajal, como plebeyo, es ahorcado. Posteriormente es descuartizado y sus miembros esparcidos por los caminos. La cabeza, clavada en una picota, se lleva a Lima y queda expuesta en la Plaza Mayor.  Su casa es derruida y el terreno sembrado de sal. Como para borrar todo rastro de él, y que quedara solo su mala fama, un nombre con los que las madres asustaban a sus hijos para que les obedecieran. El cronista Agustín de Zárate nos lo describe:

Fue muy cruel de condición; mató mucha gente por causas muy livianas, y algunos sin ninguna culpa, salvo por parecerle que convenía así para conservación de la disciplina militar, y a los que mataba eran sin tener de ellos ninguna piedad, antes diciéndoles donaires y cosas de burla, y mostrándose con ellos muy bien criado y comedido. Fue muy mal cristiano, y así lo mostraba de obra y de palabra.

La historia de Francisco de Carvajal es una más de las que llenaron las crónicas de la conquista del Nuevo Mundo. Historias de heroicidad y crueldad, muchas veces al mismo tiempo y en la misma persona. Toda conquista tiene sus carvajales, imprescindibles para dicha labor. Francisco no fue ni el primero ni el último. Ahora mismo hay unos cuantos puñados repartidos por el mundo. Tal vez la única diferencia de Carvajal con algunos de los héroes pasados es que él perdió y ellos ganaron. «A una revolución vencida se la llama motín; a un motín triunfante se le llama revolución: el éxito dicta el nombre» dejó escrito Carvajal, con fina lucidez, en una de sus cartas.

*La ilustración que encabeza la entrada está sacada de la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, http://www.cervantesvirtual.com