Una tarde que pasaría a la historia. La Iglesia esperaba una señal para saber quién iba a ser su nuevo guía, quién seguiría los pasos del ya Papa Emérito Benedicto XVI.
La plaza de San Pedro era un auténtico hervidero de personas venidas de todos los rincones del planeta que no querían perderse un acontecimiento de tal calibre e importancia para la Iglesia.A la tercera fue la vencida, y, tras las dos primeras votaciones, en las que no quedó nada decidido y el humo negro nos anunció que tendríamos que esperar un poco más, llegó el momento esperado. El reloj marcaba las 19:05 y el mundo entero se paró para contemplar la intensísima fumata, de un blanco inconfundible, que ascendía al cielo oscurecido del Vaticano. La muchedumbre que se agolpaba en la plaza, y los miles de católicos que estaban pegados al televisor enloquecían. La Iglesia tenía Papa.Cuando todas las miradas apuntaban a las figuras de los cardenales Scola y Scherer para tomar el timón del Pueblo de Dios, se repetía lo ocurrido con el Beato Juan Pablo II. Alguien a quien nadie conocía, alguien que había aportado su grano de arena a la Iglesia en absoluto silencio y desde la mayor humildad (el hasta ahora Arzobispo de Buenos Aires vivía en un apartamento, no tenía chófer...) traspasaba la puerta de ese balcón por el que tantos pontífices han pasado ya.
"Habemus Papam Franciscum" - anunciaba el cardenal francés Jean-Louis Tauran. El argentino Jorge Mario Bergoglio reinará con el nombre de Francisco I. Las primeras impresiones fueron las de un Papa sencillo, cercano y humilde, que toma las riendas de la Iglesia Católica para defenderla y comprometerla con la Palabra de Dios y que, a sus 76 años, se ve con la fuerza y las ganas necesarias para ello.Bienvenido, Santo Padre.
Deo gratias. La Iglesia ya tiene a su Pastor.Saeta Cordobesa