François Truffaut reflexiona sobre la relación entre los personajes y los espectadores

Publicado el 27 febrero 2013 por Loquecoppolaquiera @coppolablogcine
Otra cosa que me interesaba en El Hombre que amaba a las mujeres era mostrar a un hombre verdaderamente solo. Me gusta mucho Pickpocket de Bresson y El Inquilino de Polanski, pero, en estas dos películas, mi placer se encuentra disminuido cada vez que el héroe se confía a un amigo. Pensé que yo, el espectador, debía ser el único amigo del personaje principal. Debería establecerse una relación afectiva entre una soledad en la pantalla y una soledad en la sala. Es el secreto de Simenon y desafortunadamente Simenon es a menudo deformado en el cine. A causa de esto insisto en la soledad de Denner. Uno de sus colegas de oficina dijo de él: «Nunca verá a ese tipo con un hombre después de las seis de la tarde». Evidentemente, la suya es una soledad muy poblada, pero el espectador es su único confidente. 
François Truffaut

Los intrincados y complejos procesos de identificación que se producen entre los personajes de la pantalla y los espectadores de la sala muchas veces escapan a la intención de un director. Son cosas muy sutiles y difusas. Y por eso cuando concluye el film en la sala de montajes, la película todavía es un misterio inaccesible para todos. Nadie conoce, -ni el director siquiera-, la emanación precisa de un conjunto ordenado de fotogramas que se sucede a una velocidad de 24 por segundo, ni mucho menos su forma de entenderse con los espectadores, ni sus efectos inmediatos con la  crítica especializada. Dentro del juego de todos estos vectores y de otros tantos que obvio, la película forja su carácter definitivo y su carisma final. Por eso que salga así o asá, que inspire tales o cuales sentimientos de soledad, de alegría o de desesperación depende mucho del pulso natural del director de cine. Y como no podía ser de otra manera, también del juego colectivo de los equipos técnicos. Como cualquier artista con su obra, un director de cine se elucida a través de sus cintas. Sus decisiones, -certeras o fallidas, atinadas o desmedidas- acotan un espacio subjetivo, un color, unos significados sutiles que al cabo se decantan sobre las fosas del subconsciente psicológico. Como dice Truffaut, "debería de establecerse una relación afectiva entre una soledad en la pantalla y una soledad en la sala", pero en la mayoría de las veces esto es ajeno a un director de cine. Es difícil captar finamente el resultado de un filme cuando todo se articula mediante escenas aisladas y cuando al mismo tiempo todo se halla sometido a la presión de las productoras que siempre están ahí poniendo peros.  Los directores de cine suelen hacer siempre la misma película, con sus mismas obsesiones y con sus mismos mensajes subyacentes. Que una película construya un puente de afectividad con los espectadores depende más del alma del director que de su propia voluntad. Hay quienes por más que lo intentan no consiguen estrechar los afectos con el público; y hay quienes por el contrario tratan de escapar del sentimentalismo y por más que lo intentan siempre concitan los mismos sentimientos.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS