Cuando era adolescente estaba enamorada de Han Solo; pero como no era una amante muy fiel, los martes de noche lo engañaba con Apolo y Starbuck, los domingos de tarde me iba de paseo en el camión rojo de B.J. McKay y al menos una vez por semana volaba en el hidroavión de Jake Cutter. Obviamente la fidelidad cinematográfica es un problema para mí (o de cualquier tipo, porque también estaba enamorada de Tolkien y Heinlein y Woolrich y King... pero mis amores literarios ya serían material para otra entrada).
Y como en esa época no había Google, los domingos de mañana pasaba horas volteando páginas de revistas viejas en la feria de Tristán Narvaja para encontrar alguna fotito perdida de alguno de mis amores. Luego las recortaba amorosamente e iban a parar a una caja de zapatos forrada con papel de regalos, donde las guardaba con celo. Junté muchas fotos, dibujos y demás; y todo sigue guardado celosamente en la misma caja de zapatos, y seguirá allí hasta que mis hijas tengan que tirarlas cuando ya no esté (yo, no la caja de zapatos) y digan: “¡mire que guardaba porquerías mamá!”
Fue así que descubrí a Frank Frazetta, en una revista Gente, si mal no recuerdo. Así fue que fui nuevamente infiel y me enamoré de imágenes que no pertenecían al mundo del cine y la televisión, sino a su universo particular (creo que en la caja hay casi tantas reproducciones de obras de Frazetta que fotos de Harrison Ford, y eso es mucho decir). Hace unos días me enteré con mucha pena, por medio del blog de Alberto Rojas, que el artista había fallecido a sus 82 años, y me decidí a escribir esta entrada.
Frank Frazetta era un hombre apuesto y enérgico (deportista, motoquero, muy varonil) y esa energía tan masculina se veía reflejada en sus pinturas. Héroes musculosos y muchas veces bestiales mataban monstruos o decapitaban enemigos, mujeres sensuales y voluptuosas mostraban sus atributos mientras sometían a las bestias o eran secuestradas por ellas, cuerpos apilados en batalla, caballos infernales... su obra era violenta, erótica y brutal, nada sutil.
Seguramente en manos de otro artista, toda esa sangre, sexualidad y violencia resultaría en obras vulgares y baratas, pero no en Frazetta. El hombre tenía una destreza que lo llevaba sobre todo eso: una paleta de colores enérgicos, contrastes entre claros y oscuros impecables, líneas fluidas y a veces borroneadas, y composiciones equilibradas, inteligentes, y muy, muy sugerentes. En fin, un maestro. Que en paz descanse.