Esta entrada forma parte del proyecto #AdoptaUnaAutora, que tiene como objetivo dar a conocer la vida y obra de escritoras de cualquier época, nacionalidad y género. Este blog participa con la «adopción» de Carson McCullers: empezó en enero con la reseña de La balada del café triste, y continúa ahora con esta. En los próximos meses, más.***«Ella hasta entonces había vivido como un insecto, un insecto que no sabe más que de la hoja de la que está colgado», escribe Natalia Ginzburg (1916-1991) en Todos nuestros ayeres (1952). Esta comparación de la muchacha inexperta con un insecto también puede aplicarse, a su manera, a la protagonista de Frankie y la boda (1946), una excelente novela de la sureña Carson McCullers(1917-1967), si bien esta última, más que centrarse en las carencias de la educación sentimental de las mujeres, explora el vacío existencial (universal, hasta cierto punto) de una adolescente solitaria que busca su sitio en un entorno que le resulta hostil. La joven Frankie, en efecto, no ha salido nunca de su pueblo del sur de Estados Unidos, del estrecho círculo íntimo que conforman sus allegados. Antes no le importaba, o, mejor dicho, ni siquiera reparaba en ello. No obstante, a sus doce años, ha entrado en una etapa de descubrimiento del mundo de los adultos con la mirada renovada de la pubertad («las cosas inesperadas no la sorprendían, solo aquello que le resultaba familiar y conocido desde hacía tiempo le provocaba una estupefacción extraña», p. 62), una mirada rebosante de atrevimiento en su exceso de ingenuidad, que en el fondo no oculta otra cosa que miedos y fragilidad.
Carson McCullers
Ámbito pequeño, realidad compleja. Esa podría ser la máxima de Carson McCullers, a quien se asoció a menudo con sus coetáneos Tennessee Williams, Katherine Anne Porter, William Faulkner y Eudora Welty, entre otros. Frankie y la boda se desarrolla en el tiempo pequeño de tres días, en el espacio pequeño de un pueblo, de una cocina, en las relaciones pequeñas de una muchacha, una criada y un niño, en el tema pequeño de una adolescente solitaria que emprende sin darse cuenta el camino tortuoso de hacerse adulta. Y, aun así, este reducido entramado, este ambiente doméstico, monótono, comprende una rica y fascinante vida interior. Carson McCullers, como la citada Natalia Ginzburg, posee una capacidad de observación extraordinaria para construir un relato a partir de la nada cotidiana, para expandir lo imperceptible, lo minúsculo, hasta convertirlo en una obra de múltiples capas que nos atañe a todos. La narración, precisa, sutil, incisiva, de una delicadeza que contrasta con la aspereza del lugar, revela poco a poco esa transformación progresiva de la protagonista. En suma: otra espléndida novela de una de las grandes escritoras del siglo XX.Imágenes de la película homónima de 1952, basada en la obra y dirigida por Fred Zinnemann.