Franquistas sin Franco

Por Tiburciosamsa

El historiador y experto en temas asiáticos Florentino Rodao publicó hace unos pocos meses el libro “Franquistas sin Franco”. Se trata de un estudio sobre eso que los españoles sabemos hacer tan bien: ponernos zancadillas los unos a los otros. En este caso el contexto de las zancadillas fue la Guerra Civil española y el lugar donde nos las pusimos fueron las Filipinas. Bueno, en aquellos años nos pusimos zancadillas los unos a los otros en todas partes, pero Rodao ha optado por centrarse en las Filipinas.
En Filipinas los republicanos tuvieron poco que hacer desde el principio. La comunidad española era básicamente de derechas. El Cónsul General en Manila, Miguel Espinós, estaba inspeccionando nubes en Bali en el momento del Alzamiento porque sabía que con el Frente Popular en el poder su carrera profesional tenía el mismo futuro que el de un jockey en la América precolombina. El Vicecónsul que era quien llevaba las riendas del Consulado en esos momentos, Andrés Rodríguez Ramón, se mantuvo fiel a la República. Pero era un diplomático con poca experiencia, y posiblemente con escasos redaños, y no supo impedir que los partidarios de la sublevación se hicieran con el control de las instituciones españolas en Filipinas. Con poca autoridad y sin nadie que le hiciera caso, una periodista norteamericana le definió como “el más desgraciado y solitario hombre en Manila”. La República reaccionó con lentitud y no fue hasta agosto de 1937 que se decidió a enviar a alguien más bragado y experto, el catedrático y político Antonio Jaén Moreno. Jaén Moreno le echó ganas y tuvo más moral que el Alcoyano, pero cuando llegó a Filipinas todo el pescado estaba ya vendido. Aguantó como un jabato hasta el 12 de abril de 1939, sin haber conseguido en ningún momento mellar los esfuerzos de los franquistas en Filipinas.
Los escasos partidarios de la República no fueron amenaza para los franquistas hispano-filipinos. Los peores enemigos de los franquistas hispano-filipinos fueron los otros franquistas hispano-filipinos. Si una guerra civil siempre es triste, ya es para nota que dediques lo mejor de tus esfuerzos a pelearte con tus conmilitones. Rodao dedica muchas páginas a relatar las luchas intestinas entre el ex-combatiente falangista Martín Pou, enviado desde España y que tenía importantes apoyos en la Falange española y el empresario hispano-filipino Andrés Soriano, que llevaba muchos años fungiendo de cabeza de la comunidad española en Filipinas. El enfrentamiento entre Pou y Soriano fue tanto un enfrentamiento entre personalidades como un enfrentamiento ideológico y social. Por un lado Pou, el exaltado, que se creía a pies juntillas el ideario falangista, y por otro, Soriano, el gran empresario conservador, que se creía con el derecho a dirigir a la comunidad española por razón de su riqueza.
Las descripciones de las querellas intestinas entre españoles, que ocupan una parte importante del libro, en mi opinión son lo menos interesante de él. Sólo sirven para poner de relieve una vez más lo cabrones que podemos ser lo españoles entre nosotros.
Lo más interesante del libro es su tesis sobre la desaparición del español y lo hispano de Filipinas. Yo, como casi todos, pensaba que lo español empezó a desvanecerse del archipiélago desde el mismo momento que nos marchamos y que para la década de los 30 estaba en estado agónico.
Rodao muestra que lo hispánico en Filipinas gozaba de una salud aceptable en 1936. Los españoles representaban un lobby importante. Sus propiedades se estimaban en 1938 en 79 millones de pesos, por detrás de las del Gobierno filipino (112 millones) y de las de la comunidad norteamericana (105 millones), pero muy por delante de las de las comunidades china (57 millones) y japonesa (21 millones). Los censos de la época, elaborados por las autoridades norteamericanas, posiblemente minusvalorasen la proporción de hispanohablantes en el país. El censo de 1939 afirmaba que en Filipinas había 417.375 hispanohablantes, el 2,6% de la población. Sin embargo, 8 de los diarios de Filipinas se editaban en español, frente a 7 que lo hacían en inglés. En cuanto a tiradas y a otros tipos de publicaciones, la pugna entre el español y el inglés era intensa, lo que tiene su mérito si se piensa que las autoridades coloniales promovían desvergonzadamente el inglés en perjuicio del español. El español se utilizaba en casa, pero también en la esfera pública: juzgados, periodismo, asamblea legislativa. En 1936 se estrenó la primera película producida en Filipinas íntegramente en español… Los expatriados no-angloparlantes recurrían regularmente al español. Muchos filipinos lo veían con simpatía, en oposición al inglés que era la lengua del colonizador. El presidente de la Mancomunidad, Manuel Quezon, un hispanohablante, llegó a afirmar: “En la actualidad se habla más en Filipinas el español que bajo la dominación española.”
En 1935 se estableció la Mancomunidad, que debía inaugurar un período transitorio de diez años que desembocaría en la plena independencia. Iban a ser diez años claves en los que se definiría la identidad de la Filipinas independiente. Había un nutrido grupo de “sajonistas” que querían que la futura Filipinas siguiera el modelo norteamericano y unos cuantos “asianistas”, que querían emular a los japoneses. Pero también estaban los “hispanistas”, sobre los que escribe Rodao: “… propugnaban esa cultura hispánica que se había ido desarrollando en Filipinas de forma autónoma y con su propia fortaleza, por supuesto apoyados en la base tan amplia de mestizos de origen español. Tenía un buen número de partidarios entre las gentes más educadas y políticamente la opción hispanista era muy amplia, con una preferencia dentro del campo conservador y entre los filipinos más fervientemente católicos, pero también entre los intelectuales y las élites provinciales recelosos de la colonización americana…” Sí, cabía la posibilidad de lograr que lo hispano se considerase como uno de los elementos definitorios de la identidadde las Filipinas independientes.
La constitución de 1935 estableció que el inglés y el español serían los idiomas oficiales. Más tarde se les sumó el tagalog que normalizado habría de convertirse en la base para la lengua nacional. El inglés partía con ventaja, porque la legislación establecía que a partir de 1940 el español dejaría de ser lengua oficial en los juzgados y que el inglés sería la lengua de las escuelas. No obstante, los hispanoparlantes podían albergar la esperanza de que cuando los norteamericanos se retirasen el inglés perdería ese trato de favor y el español podría competir en igualdad de condiciones. Los efectos de la Guerra Civil sobre la comunidad española en Filipina fueron nefastos. Para empezar, distrajo su atención sobre lo que hubiera debido ser su prioridad: el futuro de la Filipinas independiente. Preocupados por unos acontecimientos que ocurrían a miles de kilómetros, descuidaron lo que estaba sucediendo a dos pasos. La ayuda que la comunidad hispano-filipina proporcionó a la causa franquista fue generosísima. Tal vez fuera la comunidad española en el exterior que más contribuyera per cápita. Y eso en un contexto en el que la economía filipina empezaba a conocer dificultades. ¿Qué habría pasado si los españoles hubieran dedicado esos fondos a reinvertirlos en sus negocios en Filipinas? Posiblemente habrían capeado mejor el temporal de la primera mitad de los 40. Otro efecto de la Guerra Civil fue transmitir la imagen de España como un país de bárbaros, un país con el que daban pocas ganas de identificarse.
Los efectos nefastos de la Guerra Civil sobre lo hispánico en Filipinas se verían amplificados por la II Guerra Mundial. La cercanía ideológica entre el régimen de Franco y el Imperio japonés, que el propio Rodao ha tratado en su excelente “Franco y el Imperio japonés” hizo que en el momento de la independencia no resultase demasiado prudente mostrar simpatías por la España franquista. Y eso sin contar con el gran número españoles que murieron en la liberación de Manila.
La Guerra Civil trajo muchos males a España. Uno de los menos sabidos y que yo he descubierto con este libro, es que impidió que lo hispánico pudiera sobrevivir en Filipinas.