Frantz
Año:
2016
Fecha de estreno:
30 de Diciembre de 2016
Duración:
113 min
País:
Francia
Director:
François Ozon
Reparto:
Paula Beer, Pierre Niney, Ernst Stötzner, Marie Gruber
Distribuidora:
Golem
Los franceses inventaron y reinventaron el cine. Dos acontecimientos de extrema relevancia cultural, que nos han permitido conocer mejor cómo era ser humano en el siglo XX; al mismo tiempo que se ha impulsado el progresivo y errático conocimiento de la naturaleza de nuestra especie. El carácter transgresor ha distinguido a los grandes cineastas galos. Hoy en día, con el contagioso conformismo que regurgita la mayor parte de producciones comerciales, puede parecer que ese estatismo es hegemónico, pero entre líneas siguen moviéndose directores que sienten el cine como arte pasional en vez de como la llave del depósito de un banco. Entre ellos nos encontramos con François Ozon, que con su nueva película, Frantz, intenta de nuevo romper esquemas a base de plantear chocantes dilemas humanos.
Frantz nos sitúa en la etapa posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando el dolor se mantiene a flor de piel, y reinan la desconfianza y el rencor por encima del purgador perdón. Cada bando llora sus pérdidas, y Ozon enfrenta las emociones propias del duelo con la atormentada búsqueda de redención. Una chica alemana acude a diario a la tumba de su fallecido novio, y en una de sus visitas al cementerio se encuentra con un desconocido joven francés, que alterara la forma de afrontar su conflicto emocional. El director juega con la ambigüedad tanto sexual como narrativa para abordar el personaje del francés, mientras que el protagonismo recae rotundamente en ella, que carga con ese freno de mano que supone el fallecimiento de aquella persona sobre la que has cimentado tu existencia. En cuanto a la forma, Ozon recurre al blanco y negro como símbolo de luto, dejando claro en el primer plano que los colores son la muestra de las emociones. En ese pueblo germano predominan el blanco y el negro, pero fuera de sus calles aparecen paisajes más coloridos, que tienen que ver con la evolución de la protagonista y su encierro emocional.
El choque producido entre la perturbadora llegada del joven y la gente del pueblo está de completa actualidad, ya que se expone una situación que desgraciadamente forma parte del ciclo bélico del que nunca nos desprendemos. El desprecio a los “enemigos” y la imposición de etiquetas de vencedores y vencidos alteran el proceso de curación de heridas, provocando que las cicatrices estén selladas por el odio. La humanidad pierde en detrimento al miedo a lo extranjero. Algo que vemos cada día en el telediario y si prestamos atención a lo que nos rodea. Ozon plantea esa disrupción, y la película en general, con un tono calmado y sin ornamentos, el único válido para que este relato no se descarrile del solvente drama y vaya a parar al melodrama de posguerra. Un enfoque algo más convencional de lo habitual. Aparte del inteligente uso del color, el espléndido trabajo de los actores y la imprescindible sorpresa a la que nos acostumbra el realizador, dan forma a una película perfecta para cerrar un año marcado por la insultante posverdad y la deshumanización de nuestras decisiones.
7/10