La reciente publicación de esta novela colosal (en todos los sentidos) es un acontecimiento literario. No, no me estoy dejando llevar por el entusiasmo: Brigitte Reimann (Burg, 1933 - Berlín Este, 1973) fue una escritora brillante e innovadora que todavía no ha sido descubierta con la debida atención por estas latitudes. Sí, lo sé: estáis cansados de este cuento, no todas las recuperaciones que se nos venden como necesarias merecen tal calificativo. No obstante, ella sí. Con creces. En su caso, le pesa el hecho de ser alemana, en concreto, de la República Democrática de Alemania. En un mercado atiborrado de novedades frescas de los países anglosajones y francófonos, leer a una autora de la extinta Alemania Oriental (oh, qué lejano queda todo) es una decisión insólita. Además, aparte del idioma y la nacionalidad, le pesa el hecho de ser una novelista exigente, y temo que al usar esta palabra algún lector huya despavorido, pero así es: no pone las cosas fáciles, y en este libro despliega un arsenal de recursos para construir una obra compleja, rica, inteligente. En suma, extraordinaria.
¿Y quién fue Brigitte Reimann? Ah, su vida sí es de las que llaman la atención, por lo apasionado y por lo trágico. De familia burguesa, tras terminar el bachillerato trabajó como profesora, librera y periodista. Publicó su primer libro con apenas veinte años, y a partir de ahí se volcó en la escritura. Vivió intensamente, se casó cuatro veces y llegó a impartir talleres en una mina de carbón para participar en la comunidad obrera, tal como dictaba el socialismo. Por su espíritu crítico, mantuvo un tira y afloja con el partido: " Tengo la impresión de que mi relación con el partido es, por momentos, la de un adolescente con un padre estricto contra el que se vive en permanente rebeldía [...], una le hace jugarretas para sacarle la lengua a sus espaldas y a la vez espera todo el tiempo que le dé una palmadita amable en el cogote por el trabajo bien hecho y le diga: eso lo has hecho bien...", dice en su murió de cáncer a los treinta y nueve años: las últimas líneas de correspondencia. Reimann Franziska Linkerhand las escribió en el hospital, y en algunos pasajes se percibe su conciencia de la finitud de la existencia. En los años noventa, su obra fue recuperada en Alemania, vieron la luz sus cartas y diarios, que, junto con la mencionada novela, se consideran su legado más importante. Todo lo que escribió lleva su sello personalísimo, que rompió con la nueva objetividad imperante e introdujo elementos autobiográficos y una mayor plasticidad estilística.
Aun con estas inconveniencias (comerciales, solo comerciales), ha habido editores valientes que en los últimos años se han atrevido a publicarla en castellano, siempre de la mano de Ibon Zubiaur, especialista en la literatura de la RDA, que ha llevado a cabo una labor titánica de traducción, introducción y anotación de todos los libros publicados hasta el momento:Los hermanos (1963; Bartleby, 2008), la novela que le valió el Premio Heinrich Mann; La verde luz de las estepas (1965; Errata naturae, 2015), una crónica de su viaje por la Unión Soviética;En la ciudad del mañana (Errata naturae, 2013), su lúcida y apasionada correspondencia con el arquitecto Hermann Henselmann; y, por último, la inmensa Franziska Linkerhand (1974; Errata naturae, 2016), su obra maestra, publicada de forma póstuma. También se pueden encontrar algunos fragmentos de su diario en la antología Al otro lado del Muro. La RDA en sus escritores (Errata naturae, 2014), editada asimismo por Ibon Zubiaur. A pesar de la inseparable relación de Brigitte Reimann con su contexto sociopolítico, su producción tiene un gran interés literario e histórico para las generaciones posteriores.
Es difícil encasillar Franziska Linkerhand en un género; como todas las obras maestras, los adjetivos se le quedan pequeños, los desborda. Lo que sí puedo señalar, sin temor a equivocarme, es su concepción como una carta de amor: "Ay, Ben, Ben, ¿dónde estabas hace un año, o hace tres?" (p. 17), reza la primera frase. Ben: un amor, un amante, aunque él como personaje todavía tardará en aparecer y la novela será mucho más que la historia de un romance. Quien habla es Franziska, el alter ego de Brigitte Reimann, una joven arquitecta divorciada, muy implicada en su profesión, una mujer que vive con ímpetu y sin miedo a correr riesgos. En esta particular carta de amor, le cuenta su vida a Ben, desde sus orígenes, en el seno de una familia cultivada, hasta su presente, en una ciudad dormitorio, emblema de la RDA. Esta también es la historia de todos los hombres que, por diversos motivos, le han dejado huella: su hermano, su primer amor, su ex marido, su profesor, su jefe. Y Ben. La educación sentimental de una chica hecha a sí misma, dispuesta a exprimir el momento. De su relación con Ben va dejando caer pinceladas, las justas para ir encajando el rompecabezas ("me perdonas, verdad, que me marchara sin decirte adiós", p. 95).
Otro rasgo indudable de esta novela es su soberbio armazón: una estructura compleja, con cambios constantes de punto de vista (temporal y de persona, del narrador objetivo, incluso para referirse a sí misma, al monólogo interior), con un estilo vanguardista, digresivo, pródigo en adjetivos exactos. No deja nada en lo superficial, no cae en el cliché; su voz (y su ambición) está notablemente robustecida desde una novela anterior comoLos hermanos. Ibon Zubiaur explica que, en los primeros informes sobre el manuscrito, le decían que el argumento aún no se entendía, que no quedaba claro de qué iba, a lo que la autora respondía en su diario: "Sé bien que el libro consiste en un excurso tras otro, pero no puedo explicar por qué quiero escribirlo justo así: acumular vida, sin más, lo cotidiano y lo casual, no-necesario" (p. 10). El lector también debería afrontar su lectura con esta idea de acumulación: de entrada, limitarse a disfrutar de su excelente prosa, empaparse del universo reimanniano, entrar en el mundo de Franziska; las piezas de la "historia", si se puede considerar que narra una historia, ya empezarán a juntarse y a dotar de sentido al conjunto sin que se dé cuenta.
Es posible que, al leer Franziska Linkerhand (y cualquier obra de Reimann), más de uno recuerde películas sobre la RDA como Good Bye, Lenin! o La vida de los otros. He aquí, pues, el retrato de una sociedad, de una cultura, de un pensamiento perdidos. El compromiso con el partido empuja a la protagonista a alejarse de la apacibilidad de sus orígenes para lanzarse a la aventura en Neustadt (literalmente, "nueva ciudad"), el destino elegido para desarrollar su carrera como arquitecta. Neustadt, como su propio nombre indica, es una de las ciudades residenciales promovidas por el régimen, lugares desérticos donde el ocio escasea y el urbanismo está pensado en términos prácticos, con serios bloques de edificios como paisaje. Franziska, que como toda joven inquieta tiene unas ganas irrefrenables de cambiar lo que la rodea, se traslada allí con el propósito de transformar ese aire gris, buscar la belleza en la arquitectura. Con su expediente, Franziska podría hacer carrera en la gran ciudad, pero elige Neustadt porque siente el deber de implicarse con la causa: "Lo eligió en ese instante [Neustadt]; huía hacia delante, a lo desconocido, impreciso, con el impreciso sentimiento de que debía empezar algo nuevo, quemar tras de sí una nave" (p. 125). La cuestión será si puede compatibilizar su visión del urbanismo con los planes de quienes mandan.
Brigitte Reimann tenía mucho interés en el tema de la relación entre el urbanismo de una ciudad y la calidad de vida de sus habitantes. Antes de escribir esta novela había impartido conferencias sobre el asunto; estaba convencida de que el aspecto desangelado de las ciudades dormitorio repercutía negativamente en el estado de ánimo (la protagonista investiga un dato curioso: "Me interesan las cifras de suicidios en las nuevas urbanizaciones", p. 661). Ella defendía una arquitectura que hiciera compatibles el ocio y el trabajo, la belleza y lo útil. Dicho de otro modo: no mecanizar la construcción de edificios. En su correspondencia con el arquitecto Hermann Henselmann (que inspira el personaje de Reger, el mentor de Franziska), un diálogo intelectual que sin duda enriqueció su perspectiva, dice: " Me parece que [la arquitectura] contribuye a conformar el alma en la misma medida que la literatura y la pintura, la música, la filosofía, y la automatización " . Se trata de una observación muy pertinente en su contexto: ¿la arquitectura y el urbanismo siguen siendo artes?, ¿es posible el arte en las ciudades de la RDA? Esa es la pregunta que se hace Franziska.
Como narraba también en Los hermanos (con una protagonista pintora; de nuevo la relación inseparable de sí misma con el arte en sus múltiples facetas), la protagonista se enfrenta a un choque de ideas cuando trata de poner en práctica sus proyecciones: " No tenemos tiempo para jueguecitos. Sólo tenemos una tarea: construir viviendas para nuestros trabajadores, tantas, tan rápido y tan barato como sea posible. No pierda nunca esto de vista" (p. 170), le espeta su superior. El eterno malestar: cree en el socialismo, pero no comparte la rigidez de algunos de sus principios. Esta oposición tiene mucho de conflicto generacional: "Los jóvenes son curiosos, pero callan por discreción, y los viejos zorros del cemento ya no se asombran de nada" (p. 494). Su profesor, Reger, la tiene en alta estima, mantienen una relación de respeto mutuo; pero, en Neustadt, se encuentra con un jefe con pensamientos diferentes, que intenta rebajarle las expectativas; entre ellos se produce una evolución interesante. La propia Reimann se encontraba desencantada en materia política cuando la escribió, de modo que el desengaño de Franziska entra dentro de lo esperado.
El urbanismo es un pilar de Franziska Linkerhand, pero no el único. Esta es asimismo la novela de un gran personaje femenino, una mujer pionera en más de un sentido. Para empezar, se abre camino en un oficio en el que predominan los hombres: Franziska es una mujer en un entorno masculino, y además una mujer joven e inteligente, con una profesión cualificada (como la propia autora enLa verde luz de las estepas: la única mujer de una expedición a la Unión Soviética). Aun así, Reimann no escribe con la perspectiva de género especialmente acentuada: el asunto está ahí, pero su intención primordial no es plantear una reivindicación en clave feminista. Habla, además, de la dificultad de Franziska para trabar amistad con las chicas, que le provocan tanta repulsión como simpatía. Destacan sus charlas con las obreras que residen en su mismo bloque (la precariedad, los embarazos secretos...), quienes a su vez la miran con suspicacia por su rango superior. Otra relación notable es su amistad con la secretaria, Gertrud, una mujer alcohólica a quien todos desprecian ("sola yo misma, extraña en la ciudad, buscaba protección y me encontré a una protegida", p. 591).
Vaciló, prevenida por una mirada cómplice; por primera vez [...] volvía a sentirse atraída por la solidaridad femenina, [...], por las ganas de revolver intimidades y embrollarlo todo, de abrir ese cierto cajón cuyo contenido es tabú para los hombres... atraída y repelida a un tiempo, porque durante seis o siete años había trabajado sólo con hombres, se había adaptado a normas masculinas, aprendido un lenguaje más bronco. Y había sido aceptada, no desde luego, y lo sabía, como parte natural de ese otro mundo. El pájaro con las plumas más vistosas. Una gota de amargura: a una mujer se lo ponen difícil... tengo que dar un nivel excepcional para aprobar siquiera con bien
El otro aspecto rompedor es el alejamiento de sus orígenes o, dicho de otro modo, el abandono de la comodidad a favor del compromiso político. Franziska, hija de editores, se educó en un ambiente culto pero a su vez tradicional (la madre le inculcó "el miedo puritano al pecado original", p. 90). Mientras ella vive en un piso anodino de Neustadt, sus padres residen en el Oeste, desde donde en ocasiones le envían objetos que en el Este no puede conseguir. Ella podría haber elegido ese camino, pero no lo hizo: decidió mezclarse con los trabajadores, siguiendo las directrices del partido. Esto, no obstante, le produce cierto complejo de clase, porque no encaja del todo en ninguno de los dos ambientes: los obreros la desprecian por no ser una de ellos, mientras que los padres no comprenden que se resigne a trabajar allí. Reimann ya había ahondado en las tensiones entre obreros y burgueses, por un lado, y entre quienes huyen a la RFA y quienes permanecen en la RDA, por el otro, enLos hermanos. A propósito, en Franziska Linkerhand la relación de la protagonista con un hermano, llamado Wilhelm, vuelve a ser un tema importante por la unión incondicional entre ambos.
Franziska derrocha una gran sed de vida. Tuvo una juventud intensa, un matrimonio fallido del que supo sobreponerse... y ahora es una mujer libre e independiente, que disfruta de su emancipación ("ay, era maravilloso despertarse sola, sin estar esperando a nadie, ser soltera y extraña en una ciudad extraña", p. 191) y se siente atraída por un hombre en quien admira estos mismos valores ("En torno a ti [Ben] había un olor a aventura y a orgullosa y salvaje independencia, pensaba que eras como yo quería ser", p. 193). En este sentido, se trata de uno de los mejores personajes femeninos solteros y con profesión cualificada que se pueden encontrar en la literatura. Y, aunque Franziska está llena de salud, la enfermedad de la autora se hace presente en sus reflexiones sobre la conciencia de la naturaleza efímera de la vida: "¿Vivir con ilusión por el futuro, por el año mágico dos mil? Los esbozos para el futuro se hacen en el presente, es lo que cuenta para mí: presente, hoy, ahora... Chopin murió a los treinta y nueve años. Courte et bonne. Una vida que mereció la pena." (p. 542). En otro pasaje entronca la finitud de la existencia con la perdurabilidad del arte (la arquitectura para Franziska, la literatura, esta misma obra, para Reimann): "quizá trabajas más cuando sabes que no tienes todo el tiempo del mundo, y ensayas lo perdurable porque sabes que tú misma no eres perdurable. Trabajo como protesta contra la limitación de la propia vida" (p. 385).
Los domingos medito sobre la muerte, sobre la hora (la voz del hombre pelirrojo), me imagino sin esfuerzo que estoymuerta. Sin esfuerzo porque siempre me salto la hora, esacasualidad estúpida y mortal -sólo puede ser casualidad, losaviones sobre la ciudad no llevan bombas-, y empiezo dondeha terminado ya lo que no puede ser pensado: el morir. Peropuedo imaginarme el cementerio arenoso, al Ángel Aristide,los rostros de los vivos. Nadie me echará de menos. Veinticincoaños y no he vivido, tan sólo he preparado vida, como mucho laprobé. No construí una escuela ni un teatro y no amé a nadie,sólo soñé: con un edificio magnífico, con el gran amor.
Ella misma no era perdurable, no, y a su pesar no pudo terminar de revisar esta novela como probablemente habría querido. Con todo, tenía razón: a través de lo perdurable, de estas páginas, nos llega algo de ella, de su voz, de su mundo, de su amor, de su inteligencia, de sus dudas, del balance de sus (exprimidos) treinta y nueve años de vida. Es su novela más redonda, un gran legado de la RDA y de una personalidad literaria excepcional. Por último, si después de esta perorata alguien iniciarse en su obra, permitidme una recomendación: empezad porEn la ciudad del mañana, sus cartas, poco más de cien páginas magníficas (y más accesibles que Franziska Linkerhand) que constituyen una introducción excelente -en buena medida por el texto y las notas de Ibon Zubiaur- a su contexto sociopolítico y a las ideas y a la persona de la autora; yo me convertí en una admiradora incondicional después de leerlo. A partir de ahí, podéis continuar con cualquiera de sus otros títulos. Todo lo de Brigitte Reimann es bueno, así que quedaos con su nombre.
Fragmentos en cursiva de las páginas 520-521, 182, 380-381, 223, 527 y 293.