¿Cómo romper la anestesia social frente al sufrimiento humano?
Artículo publicado el 11 de abril de 2017 en El País bajo el título “¿Frente a la ceguera moral, empatía?”
En la etapa más autorreferencial de nuestra historia los actos fruto de la empatía deben tomarse como lo que son: heroicas vías de escape que nos devuelven una pizca de la sensibilidad social y personal perdida en el camino hacia la “modernización”. ¿Qué nos puede estimular a mirar más allá de los espejos electrónicos del presente si ni siquiera la familia, los amigos o el amor nos inducen a ello? Los nuevos jóvenes entendemos que mirar más de dos palmos por delante de nuestras narices es innecesario. ¿Para qué trascender a lo que nuestras pantallas muestran si éstas pueden ofrecérnoslo todo sin importar dónde esté? Ellas son nuestras amigas. Despegar la vista de ellas nos suena absurdo, temerario, estúpido. «Y con razón» –dirán algunos. «¡Ni hablar!» –decimos otros.
En oposición a estas creencias, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha organizado algo paradójico y casi poético en varias ciudades españolas. En el contexto de su nueva campaña #SeguirConVida la ONG ofrece una experiencia de inmersión virtual en el día a día de las personas que sufren el conflicto centroafricano o de quienes se ven impulsadas a lanzarse al Mediterráneo. Paradójicamente, en un contexto en el que los dispositivos móviles nos podrían estar distrayendo de lo verdaderamente importante, MSF nos invita a llevar todavía más cerca de los ojos uno de estos instrumentos de potencial aislamiento e interconexión para ayudarnos a ampliar nuestro campo de visión, eliminar las barreras físicas que nos separan de la verdadera realidad y apelar a los ecos de empatía que resuenan débiles en nuestras conciencia.
En este contexto, pues, la utilización de las gafas de 360º para acercar una realidad nada virtual a través de la realidad virtual es una idea sencillamente magnífica. Y no lo digo yo, lo dijeron Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis en Ceguera moral: la pérdida de sensibilidad de la modernidad líquida. Si uno atiende a los argumentos del diálogo entre estos dos autores, una de las ideas que subyace es que la cercanía es un elemento esencial en la cuestión de la sensibilidad y, por ende, de la empatía. Por tanto, cuanto más lejos y menor contacto exista entre nosotros y la víctima, más fácil será no sentir nada por ésta (esto es algo que también explicó Hanna Arendt en relación al sistema nazi). Esto es obvio, ¿verdad? Pondré ejemplos: ¿acaso Betanzos se habría movilizado de no ser porque una de las desgraciadas víctimas del atentado en Londres –Aysha Frade– era originaria del municipio gallego? ¿Acaso no son las campañas ciudadanas de concienciación sobre la donación de médula una clara (y necesaria) manifestación de ello? A diario mueren cientos o miles de Ayshas Frade y de Pablos Ráez, pero ni eran ellos, ni los conocíamos. La cercanía y la capacidad para identificarse con el otro son cruciales para que la empatía actúe. Ni el audio, ni la imagen, ni el vídeo nos transportaban tan lejos como esto. Será interesante ver su efecto en las campañas de sensibilización del futuro. ¿Creará empatía?
Tengo la sensación de que, a grandes rasgos y con brocha gorda, hoy solo consigue involucrarnos socialmente aquello que nos produce miedo. ¿Con qué nos solidarizamos? Con aquello que acongoja por su cercanía. «Me solidarizo porque me identifico y soy capaz de verme allí, en aquel rascacielos neoyorquino que se desmorona, en aquel tren madrileño que explosiona, en aquella cafetería parisina perturbada por las balas o cruzando, despreocupadamente, aquel puente londinense». ¿Quién de nosotros –por el contrario– se ve escapando de la guerra? «A nosotros no nos va a pasar» –argumentamos. Ya ni siquiera la generación de los que emigraron durante las guerras mundiales parece recordar lo que significa el exilio. Hoy muchos (no todos) son presa del repliegue nacionalista. La solidaridad, la empatía y el derecho consolidado que se funda en estos valores, o ya no existe, o se incumple de manera flagrante.
Si la solidaridad fue, en muchos aspectos, el leitmotiv de los siglos XIX y XX, parece difícil afirmar que este valor sea el que vaya a predominar la nueva era. Da la sensación de que en la sociedad de lo líquido que Bauman nos mostró, el líquido de la empatía partió, en algún momento y junto con el de la solidaridad, por el sumidero de la globalización. Por eso me parece esencial esta campaña. Sin ideas como ésta, a nuestra sociedad le resultará difícil salir de la ceguera moral y la amnesia social de la que adolece, hacer como aquel que salió de la caverna de Platón y ver algo más que su propio reflejo en la pared.
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