Frente Nacional: el primer partido de Francia

Publicado el 23 abril 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

un artículo de Luis Jiménez y Adrián Albiac

El 5 de octubre de 1972 Jean Marie Le Pen y un pequeño grupo de cercanos colaboradores fundaban el Frente Nacional. En el partido, a pesar de su reducido tamaño, convergían nostálgicos del régimen de Vichy, jóvenes de estética skinhead, tradicionalistas católicos, antiguos militantes contra la independencia argelina o algunos miembros del ya extinto movimiento poujadista. En definitiva, parecía que todas las batallas perdidas por la extrema derecha francesa se daban cita en la nueva organización.

Con esta carta de presentación muy pocos hubieran apostado por el futuro político del Frente Nacional. Y bien es cierto que durante la década de los 70 el partido no pasó de ser considerado uno más de los diminutos grupúsculos de extrema derecha que aparecían en Francia en aquellos años. Raro era que los mítines de Jean Marie Le Pen lograran convocar a más de 200 personas.

5 de octubre de 1972 Jean Marie Le Pen, en el centro de la imagen, es elegido presidente del ¨Frente Nacional por la unidad francesa”

No obstante, bien por la tenacidad de sus dirigentes, bien por la larga crisis económica y política que atravesó la sociedad francesa durante los 80, el Frente Nacional, voto a voto, elección tras elección, se fue haciendo un hueco en la vida política francesa. Las clases medias empobrecidas, los obreros que sufrían los efectos de la reconversión industrial, o agricultores que demandaban un mayor proteccionismo al gobierno empezaron a ver en Jean Marie Le Pen una respuesta a sus problemas. En las elecciones europeas de 1984 los frentistas dejaron claro que habían llegado para quedarse: 2.700.000 franceses se inclinaban por el Frente Nacional.

Durante los siguientes años el FN logró mantener sus nuevos apoyos electorales. El partido ganaba notoriedad, aunque aún no conseguía presentarse como una alternativa real de gobierno. Buena prueba de ello fueron las elecciones presidenciales del año 2002, donde ante la sorpresa general Jean Marie Le Pen consiguió colarse en la segunda vuelta. Un éxito envenenado para la formación que sólo unos días más tarde vería cómo los franceses votaban masivamente en su contra. Es decir, hasta hace bien poco, la ecuación era clara. El Frente Nacional, con su imagen de partido racista y de extrema derecha, había conseguido mantener un electorado fiel. No obstante, la imagen demonizada del mismo le impedía llegar a la mayor parte de la sociedad francesa.

Sin embargo, en la actualidad, el escenario político francés vuelve a moverse y la nueva dirección del FN, con Marine Le Pen a la cabeza, parece haberse dado perfecta cuenta de ello. Un nuevo estilo y estrategia, alejándose de la leyenda negra de partido semi-fascista, marcan ahora la agenda de la formación. Los resultados acompañan, y a medida que el Frente Nacional logra ser visto como una fuerza respetable y democrática, más cerca se antojan las puertas del Eliseo. Nadie ya se atreve a negar rotundamente que Marine Le Pen no logre convertirse en la siguiente presidenta de Francia, como sí ocurría hace no tanto.

Por todo ello es necesario preguntarse de nuevo: ¿de dónde surge el Frente Nacional y cuáles son sus fuentes ideológicas iniciales? ¿Cómo logró el partido hacerse un hueco en la escena política francesa? O, ¿cuáles son las claves del éxito reciente de Marine Le Pen?

De Vichy a Argel. Los precedentes del Frente Nacional

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial la extrema derecha francesa, que tan alegremente había colaborado con los alemanes y el régimen del general Pétain, quedó totalmente excluida del escenario político. A estos se les achacaba la traición a la patria, imponiéndose tras la liberación severas sentencias a los dirigentes más destacados de la misma. Las tesis antisemitas y la férrea crítica que estos grupos habían realizado durante años contra la política republicana quedaban ahora totalmente desautorizadas. Para el año 1947 solo algunas pequeñas publicaciones se atrevían a retomar esta línea teórica, siendo su principal demanda en aquellos años la amnistía para los colaboracionistas con los nazis.

No sería hasta la década de los cincuenta cuando de la mano del exvichysta Pierre Poujade la extrema derecha volvería a hacer acto de presencia en la política nacional francesa. El movimiento, que sería conocido como poujadista, fue creado en julio de 1953. En su discurso se integraban fuertes críticas al sistema parlamentario francés, centrándose en especial en socialistas y comunistas; un fuerte rechazo a toda política descolonizadora; quejas en torno al sistema de impuestos, que en su opinión atacaba a los pequeños campesinos y comerciantes, o una defensa de la Francia rural frente a los nuevos cambios sociales. Convertidos ya en partido político en las elecciones generales de 1956, los poujadistas alcanzarían un notable éxito electoral: cincuenta y dos escaños en la Asamblea Nacional y dos millones y medio de votos certificaban la capacidad de aguante de la extrema derecha.

Pierre Poujade portada de la revista Time en marzo de 1956.

El más joven de estos cincuenta y dos diputados era Jean Marie Le Pen, que iniciaba de esta forma su carrera política al más alto nivel. No obstante, la experiencia para Le Pen seria breve. Tempranos desacuerdos le llevarían a abandonar prematuramente el partido. Sus antiguos compañeros de filas tampoco estarían mucho más en la Asamblea Nacional, pues 1958 y la emergencia de la figura política del general De Gaulle enterrarían de manera definitiva el movimiento poujadista.

La extrema derecha quedaba de nuevo sin un referente político claro. Jean Marie Le Pen, siempre un paso por delante, se alistaba en aquellos momentos como paracaidista con destino Argelia. Y es que sería el problema colonial el que otorgaría nuevo argumentario a los distintos grupos de extrema derecha.

Gran parte de la población no toleraba la independencia argelina, que era vista como una traición directa a los intereses de Francia. Tanto es así que en 1961, ante el cambio en la política del gobierno de De Gaulle, más orientado ahora a la negociación de la independencia, un grupo de generales destinados en Argel intentarían un golpe de estado en Argelia. El conocido como Putsch de Argel fracasaría. No obstante, de este fracaso surgiría la Organisation de l´Armée Secrète (OAS).

Folletos de la OAS distribuidos tras el Putsch de Argel.

Durante el siguiente año el grupo terrorista atentaría contra todo aquel que se posicionara a favor de la independencia argelina, llegando incluso a planificar el magnicidio del general De Gaulle. Los más cinéfilos recordaran la célebre recreación libre que Fred Zinnemann hizo del intento de asesinato en su película ¨Chacal¨.

La OAS no caminaba sola: militares, policías y la mayor parte de la población europea de Argelia apoyaban al grupo. La idea de Francia saltaba al terreno político, y como ya hemos visto, para muchos la patria debía seguir siendo una potencia colonial con posesiones africanas.
Así pues, las posiciones eran claras. Aunque finalmente el Frente de Liberación Nacional argelino, tras los acuerdos de Evián, conseguiría vía libre hacia la independencia, la OAS, excluida del proceso, dejaría de actuar y sus miembros más destacados marcharon al exilio. Por otro lado, el gran número de europeos repatriados a Francia, los llamados pieds noirs, a pesar del sentimiento de traición por parte del gobierno no fueron capaces de articular un nuevo movimiento político capaz de influir en la agenda nacional. La extrema derecha francesa marchaba de nuevo hacia la irrelevancia política.

Derrota tras derrota se hacía cada vez más evidente que la extrema derecha francesa necesitaba revisar su argumentario clásico. De esta constatación, y bajo el impulso del espíritu de mayo del 68, surgiría lo que se terminó llamando la Nouvelle Droite. Distintas revistas o grupos de trabajo, como el Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne (GRECE), asumirían este espíritu de renovación. Las críticas de siempre al marxismo y al liberalismo, la defensa de una raza europea o el rechazo de un universalismo humanista necesitaban ahora de nuevas pruebas para convencer a la opinión pública francesa.

Finalmente, en 1972, como ya hemos visto, se fundaba el Frente Nacional, aunque sus miembros, de larga experiencia militante, llevaban a la espalda este largo legado de la extrema derecha francesa.

Jean Marie Le Pen. Un ascenso voto a voto

En los años 70 Jean Marie Le Pen iniciaba una nueva aventura en la política gala. No obstante, a medida que los franceses se iban familiarizando con el nombre y partido del carismático líder, otra palabra, por mucho tiempo olvidada, reaparecía también en su vocabulario: crisis.

Los ¨Treinta gloriosos¨, como se conoce al periodo trascurrido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo llegaban a su fin. Las esperanzas de crecimiento económico continuo, de altos niveles de protección social o de posibilidades reales de ascenso social se transformaban en inseguridad y empobrecimiento. Miles de obreros se veían en la calle mientras los tradicionales sectores industriales iniciaban procesos de contención salarial o directamente de deslocalización.

Francia era consciente de que algo no marchaba como es debido, aumentando casi de forma pareja las desigualdades y la desconfianza en el sistema político. No debemos olvidar en este punto la larga decadencia del Partido Comunista Francés (PCF), el cual tradicionalmente había sido el encargado de recoger el voto protesta de aquellos que se sentían más defraudados por el sistema. El PCF durante años había desarrollado una labor tribunicia, es decir, la función de ser la voz de los excluidos o de aquellos que no sentían acogidas sus demandas por los actores que fundamentaban el régimen político establecido.

Grafica de los resultados electorales del Partido Comunista Francés desde 1981

Un Partido Comunista en retroceso significaba que su tradicional apoyo pudiera ser canalizado por otras fuerzas que también aparecían bajo el manto contestatario. Muchos franceses consideraban más importante a la hora de votar su hastío con los partidos tradicionales que las declaraciones racistas o antisemitas que pudieran realizar los dirigentes del Frente Nacional. La necesidad de expresar descontento se hacía más fuerte que el propio contenido concreto de la expresión. No es de extrañar por tanto que ante un claro retroceso de la izquierda y, en definitiva, de toda cohesión social, el Frente Nacional obtuviera resultados del 10% en la gran mayoría de las convocatorias electorales durante la década de los 80. En las elecciones presidenciales de 1988 los frentistas, aunque sin esperar entrar en una segunda vuelta, obtenían más de 4.300.000 votos.

La reacción del sistema de partidos francés, o por lo menos de sus fuerzas mayoritarias, no se haría esperar. Cada nuevo voto al Frente Nacional implicaba nuevas críticas al partido. Usando la famosa analogía del expresidente británico Winston Churchill un ¨telón de acero¨ era levantado en torno a la formación. Desde izquierda y derecha se apelaba a la responsabilidad del electorado. Respaldar a Jean Marie Le Pen implicaba no solo estar en contra del Partido Socialista (PS), la Unión por la Democracia Francesa (UDF) o la Reagrupación por la República (RPR), sino dar la espalda a todos los valores de la Quinta República Francesa. Gran repercusión mediática tendría durante los años 90 la expresión del ¨Frente Republicano¨, mediante la cual se apelaba al apoyo entre los grandes partidos cuando en las segundas vueltas electorales estos competían contra candidatos de la extrema derecha.

La estrategia consistía en presentar al Frente Nacional como una anomalía, un elemento extraño de la moralidad democrática común. Sin embargo, el planteamiento adolecía de un problema básico: todo escándalo que deslegitimara al propio sistema daba alas al ascenso de Le Pen, ya que este era retratado como un elemento ajeno al mismo. Por ejemplo, los incesantes casos de corrupción generalizada, donde los franceses sentían que todos los partidos actuaban igual eran el terreno político perfecto para el Frente Nacional.

Tanto es así que en el año 2002 se produciría el tan temido seísmo político. El FN se clasificaba para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con un 17,07% del voto. Un exultante Jean Marie Le Pen no dudaba en calificar el resultado como ¨una gran derrota para los líderes del establishment¨. Yo contra todos y todos contra mí. El carismático líder se mostraba encantado con la etiqueta de azote a la política tradicional francesa. Aunque el calificativo le alejara irremediablemente de muchos de los apoyos necesarios para alcanzar la presidencia.

Gráfico con los resultados de las elecciones presidenciales del año 2002.

Un contexto de oportunidad política

Los orígenes, las fuentes ideológicas y la manera de hacerse un hueco en la escena política institucional francesa no son suficientes para entender al Frente Nacional en este momento. Más bien contribuyen a desorientar en mayor medida que a dar pistas políticas sobre las que asentar su actual relevancia. Ha sido el desarrollo de un diagnóstico diferente sobre la manera de funcionar de la política europea y francesa, así como el planteamiento de un nuevo tipo de estrategia lo que le está granjeando al Frente Nacional y a su líder Marine Le Pen el carácter de actor político relevante.

Tras la caída de la URSS y el hundimiento de los partidos comunistas europeos, la mimetización de los partidos de centro izquierda y centro derecha franceses, al igual que en el resto de países de Europa, implicó que la frontera política entre ambos se desvaneciese paulatinamente. Para cada vez más franceses se parecían y se parecen demasiado. Pero el hecho de que la convergencia programática y modos de hacer de los dos principales partidos de Francia se parecieran tanto (hasta la actualidad), no conllevó la desaparición de un voto outsider que antes canalizaba el Partido Comunista Francés.

En momentos de deslegitimación de los sistemas políticos y de sus élites por cuestiones tales como la crisis económica o la corrupción se genera el caldo de cultivo propicio para que, precisamente, ese carácter de outsider sea la condición de posibilidad para el ascenso. Se trata de lo mismo que ha ocurrido en otros países de Europa, y no sólo con partidos de extrema derecha. La ruptura o el desvanecimiento de los relatos tradicionales que servían para repartir las posiciones políticas “respetables” favorece, en diversa medida, la promoción de proyectos políticos que articulen nuevos alineamientos, que se repartan de nuevo las posiciones, e incluso que se dé lugar a nuevas identidades políticas y sociales.

Resultados de las elecciones departamentales en primera vuelta (2015). Fuente: http://election-departementale.linternaute.com/

La rivalidad entre padre e hija: una cuestión estratégica

Las informaciones que han saltado a la prensa recientemente sobre el cisma definitivo entre Marine Le Pen y su padre demuestran no sólo la complejidad de su relación paternofilial, sino las diferencias profundas en sus planteamientos políticos estratégicos. Las ideas que Jean Marie Le Pen deja patentes en esa famosa entrevista en una revista antisemita y que le han valido la desvinculación del partido en el que es presidente de honor vitalicio, son un ejemplo de cómo el diagnóstico y la estrategia del Frente Nacional han cambiado con el tiempo.

Jean Marie Le Pen no se ha alejado nunca de su discurso explícitamente racista, ultranacionalista, anticomunista y desmitificador de la resistencia francesa en la II Guerra Mundial, es decir, del discurso tradicional de buena parte de la extrema derecha francesa que incide sobre cuestiones que no sólo no se consideran políticamente correctas para una parte importante de los franceses, sino que son sencillamente tabú o suponen una ofensa, además de que reproducen la toma de una posición tradicional que expulsaba al partido y sus ideas a los márgenes de lo aceptable. Ejemplo de ello es la reivindicación de las conexiones en el pasado con el nazismo alemán o la permanencia de un antisemitismo puro y duro, tal y como se pudo apreciar en la entrevista de Rivarol, que ha lanzado un número especial sobre la crisis presente del Frente Nacional con el titular: “Le Pen había elegido la solución filial, su hija le aplica la solución final”. En dicha entrevista, por ejemplo, Le Pen afirma que se presentaría a las elecciones como cabeza de lista en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul “para echar a la calle a los social-comunistas”.

La evolución del Frente Nacional de los últimos lustros es más compleja que lo que pueda simbolizar una entrevista, pero lo que sí es cierto es que la escasa renovación en lo que a discurso, diagnóstico y estrategia se refiere, había supuesto durante mucho tiempo que el Frente Nacional tuviera un techo de apoyo social que nunca llegaba a superar, algo que variaba en función del atemperamiento momentáneo de su discurso o de la coyuntura concreta en la política del país galo.

La llegada de Marine Le Pen a la presidencia del partido en el Congreso de Torrus en el año 2011 supuso un cambio importante tanto de cara al interior como de cara al exterior. En ese momento eclosiona un cambio que venía fraguándose desde comienzos de los años dos mil, cuando Marine Le Pen empieza a desvincularse de muchas posiciones de su padre y a ejercer una notable influencia desde diferentes puestos: directora de estrategia de campañas electorales, encargada de asuntos interiores del partido –lo que implica la formación y comunicación interna de la organización-, y también como una de las figuras políticas más mediáticas de Francia.

En este sentido, el Congreso de Torrus fue una elección interna en la que lo que estaba en juego era el cambio de estrategia: o bien recluir al Frente Nacional a las posiciones asentadas y que habían demostrado tener serias limitaciones para superar techos de cristal, o bien iniciar una renovación profunda que daría paso a un viraje extraordinario, por cuanto se pasará a poner el acento sobre los temas económicos y sociales en mayor medida que a la inmigración y a la inseguridad. Se trataba, en definitiva, de conseguir hacer del Frente Nacional una organización política de masas.

“Frente Nacional: primer partido de Francia”. Eslogan electoral que da cuenta del cambio de estrategia en el partido de Marine Le Pen.

El discurso que la victoriosa Marine Le Pen dio al ganar las elecciones en Torrus no deja lugar a dudas. Puso el acento en la defensa de las capas medias y populares frente a los “exageradamente ricos” y “al reinado del dinero”, a través de un Estado que fuera más proteccionista, al mismo tiempo que se reivindicaban valores e ideas largamente denostados desde las filas del FN: los valores de la República y la laicidad.

No se puede entender entonces el ascenso del FN sin atender a los factores anunciados anteriormente (mimetización política de las principales fuerzas, corrupción, crisis económica, desaparición de la función tribunicia de los comunistas y los socialistas, etc.), pero tampoco sin tener en cuenta ese giro estratégico que se produce a partir del año 2005 cuando Marine Le Pen toma conciencia del verdadero potencial de su apuesta política a partir de los resultados de la consulta popular sobre la Constitución Europea. A pesar de que los principales partidos se mostraron claramente a favor y que todos los medios de comunicación hicieron una campaña de propaganda nada desdeñable, un 54,68% de los franceses votó “No”.

Alain de Benoist, intelectual procedente de la nueva derecha francesa esgrimía antes de la elección de Marine Le Pen la siguiente idea:

El FN parece haber tomado mucho tiempo para comprender que la cultura de sus electores no es la misma que la de sus militantes. El futuro del FN dependerá de su capacidad para comprender que su electorado natural no es el pueblo de derechas, sino el pueblo de abajo. Su alternativa no es la de encerrarse en el bunker de los puros y duros sino al contrario, la de buscar banalizarse o desdiabolizarse. La alternativa a la cual se encuentra confrontado hoy en día de manera aguda es siempre la misma: querer aun encarar la derecha de la derecha o radicalizarse en la defensa de las capas populares a fin de representar el pueblo de Francia en su diversidad.

¿Un partido populista?

En este sentido, ha sido el planteamiento de un nuevo diagnóstico el que ha dado paso a una estrategia diferente. El planteamiento estratégico de Marine Le Pen y el Frente Nacional en la actualidad, se dice, es populista. Pero, ¿qué significa eso exactamente? Muchas veces escuchamos que se califica de populistas a fuerzas políticas muy diferentes. Cuando esto se produce es porque simplemente se busca adjuntar una connotación peyorativa a las mismas. Pero eso no nos indica qué significa en términos analíticos el populismo y por qué partidos como el Frente Nacional lo son.

Siguiendo a Laclau, el populismo no es un tipo característico y específico de ideología, sino una lógica de articulación de demandas sociales, que no predispone en sí misma su bondad o maldad. Lo que hace a un movimiento político y social o a un partido político populista, en términos analíticos, es su lógica de articulación de las demandas sociales, de manera que todas aquellas demandas que no son satisfechas por el sistema establecido pueden quedar capitalizadas por un actor que se contrapone a aquellos que impiden su satisfacción. En este sentido, la forma más extendida y localizable de populismo es la que propugna un discurso entre los de abajo y los de arriba. Claramente, este concepto no tiene resonancia alguna en el lenguaje mediático y político cotidiano, donde se juega con el carácter peyorativo del término.

La clave para entender el fenómeno del Frente Nacional en la actualidad está en comprender la exitosa politización de fracturas sociales que no lo habían sido en el pasado, o no con tanta intensidad. Dos ejemplos claros son los referidos a la confrontación de la inmigración desde una posición xenófoba o el ataque a la clase política en su conjunto. Se han trazado nuevas fronteras políticas o dimensiones de enfrentamiento y, por tanto, de competición electoral. Es precisamente este hecho el que está en la base de lo que está ocurriendo en muchos países de Europa, incluida Francia, y que está cambiando sobremanera algunos mapas electorales.

Marine Le Pen ha articulado un discurso que incide sobre la “defensa de la nación, del pueblo, de la democracia”, en hacer una política de “sentido común”, lo que les lleva a definirse a sí mismos como “eurorrealistas”. Se toma por bandera la idea de “soberanía”, que es de donde surge la voluntad proteccionista, y en ningún caso se autocalifica como extrema derecha. Es más, identifica la extrema derecha con el ultraliberalismo.

La oposición a Bruselas está siempre presente en el discurso del Frente Nacional actual. “No a Bruselas. Sí a Francia”.

A quien confronta el Frente Nacional ahora no es fundamentalmente a la izquierda, sino a la clase política en su conjunto, que en su perspectiva ha apoyado unas políticas europeas que han privado a Francia de su soberanía, trayendo consigo efectos negativos como los de la inmigración –que sigue denunciando bajo presupuestos racistas- o los que tiene el euro para la economía francesa.

Lo que vemos es una ideología soberanista y proteccionista que no se opone al libre mercado nacional, pero donde hay un ataque claro a la clase política y a los dirigentes europeos, así como a una serie de grupos sociales que sirven de chivo expiatorio como los inmigrantes o los homosexuales, aunque se trate de cuestiones sobre las que se hace ahora menor hincapié. Pero el foco de la culpa de cuestiones tales como el paro, la falta de prosperidad, la inmigración, la precariedad, etc., se pone en buena medida en la UE, que es un obstáculo a la apuesta por un “porvenir nacional, un porvenir patriota”.

Se producen de esta manera realineamientos de las lealtades y las identidades de los franceses, que pueden tener mayor o menor calado. Es en los momentos de crisis donde la rearticulación política es posible y cuando el surgimiento de nuevas identidades es más probable. El Frente Nacional ha sabido leer su oportunidad.

un artículo de Luis Jiménez y Adrián Albiac