Freud: ¿Por qué el sexo?

Publicado el 19 junio 2014 por El Baúl De La Psique @bauldelapsique

Hay quien se imagina a un Viggo Mortensen arrugado por las canas (tal y como aparece en Un método peligroso (2011)), recostado sobre una silla decimonónica, sosteniendo una pipa por su cazoleta de brezo y envuelto en una bata de Hugh Hefner… reflexionando con ojos lujuriosos sobre la etiología de la neurosis.

Los estereotipos que recaen sobre Sigmund Freud (1856-1939) y el psicoanálisis, son casi igual de cuantiosos que las críticas que les llueven desde el nubarrón de la psicología académica. Porque aunque el pueblo llano lo desconozca, en el ámbito de la psicología institucional son muy pocos los que siguen elogiando los ecos del psicoanálisis freudiano. Puede que sea el morbo popular que suscitan sus temáticas, el que sigue propiciando que el corazón dinámico siga latiendo a pesar de todo: la interpretación de los sueños y por supuesto, el sexo.

Un método peligroso (2011) de David Cronenberg. 

Y es este último tópico el que provoca tanta fascinación, aberración, curiosidad, repulsión e interés dentro del cuerpo teórico creado por Freud. Es casi imposible eludir el desconcierto que conceptos como fase anal, complejo de Edipo o autoerotismo pueden estimular en un principio y por ello, de manera injusta, la maquinaria del psicoanálisis suele parecer la obra de un monstruo sexual, un pervertido insaciable o un Jeffrey Dahmer en período de latencia…

Pero ¿Por qué el sexo? ¿Por qué tanta fijación por ello? ¿Por qué tanta preocupación por soñar con Salchichas de Oscar Mayer y Almejas a la marinera? Sin indagar en el grueso teórico del psicoanálisis, haremos un viaje introspectivo dentro de la historia de la psicología para hallar algunas respuestas.

Porque la psicología tenía que ser una ciencia…

La cuna de la psicología fue mecida por ilustres figuras del campo de la medicina y la fisiología (al joven Sigmund le faltó poco para tatuarse los bigotes de Hermann von Helmholtz); el propio Freud publicó interesantes avances en el ámbito de la anatomía y la fisiología y junto con su Proyecto de psicología para neurólogos (1950) (obra que jamás llegó a terminar y que no sería publicada hasta después de su muerte), podemos constatar que una de sus mayores ambiciones era hacer de la Psicología, una ciencia. A pesar de haber renunciado a la mecánica físico-química para explicar la psiconeurosis, el padre del psicoanálisis nunca abandonó la búsqueda de la base orgánica del desarrollo psicológico y llegó a creerse eso de la ontogenia recapitula a la filogenia de Ernst Haeckel para poder justificar algunos de sus argumentos… y es en esta misma búsqueda científica donde Freud se topó con el sexo.

Porque el sexo es universal…

Como buen naturalista, la primera lista de necesidades biológicas de Freud era breve: hambre, sed, autoconservación y sexo. Todas estas necesidades son sustancialmente vitales, sin importar la cultura, la sociedad o la etnia a la que pertenezca el individuo: por tanto, el sexo es universal… algo muy relevante si se quiere debatir sobre bases sólidas en el diálogo científico.

Porque se puede dejar de tener sexo y no morir en el intento (aunque muchos no lo crean)…

A diferencia del hambre, la sed o cualquiera de los otros impulsos descritos en la lista de Freud, el sexo puede ser desplazado sin que ello suponga un atentado para la supervivencia del organismo; antes de la fundación del psicoanálisis, autores como Schopenhauer y Fliess (otro penfriend de Sigmund que con el tiempo se convertiría en su archienemigo) ya hablaban de dicho desplazamiento como el origen de actividades humanas más elevadas: arte, religión, literatura, etc., todas aquellas actividades que hacían al ser humano especial entre las demás especies (Sulloway, 1979)… Sin embargo, a diferencia de estos autores, Freud es el primero en crear una teoría general en base a este desplazamiento (una inadecuada canalización del impulso puede provocar un desajuste psicológico), aportando la causa orgánica (según el autor) que tanto anhelaba la psicología para ser ciencia: la sexualidad como factor determinante en el sistema nervioso.

Porque la época victoriana lo necesitaba…

Para los victorianos, el sexo y la sensualidad eran potros desenfrenados que debían ser controlados, aún dentro del matrimonio. Sus deseos sexuales se encontraban igual de reprimidos que las camisas almidonadas de aquellos caballeros que se abrazaban a la prostitución para saciar el impulso que sus dulces, recatadas y asexuadas mujeres no podían satisfacer. Hombres educados impotentes y mujeres idolatradas inhibidas, así eran los pacientes del Dr. Freud. Y aunque muchos ven a Sigmund como un reformador sexual,  lo cierto es que, al igual que los hombres cultos agnósticos y ateos de la época, Freud vivía con los mismos fantasmas en la cama, envidiando a la clase rural y obrera que se podía permitir una vida sexual mucho más activa (los anticonceptivos no abundaban: tener hijos en el campo = más mano de obra, tener hijos en la ciudad = más deudas): “El pueblo llano vive sin reprimirse, mientras que nosotros dominamos nuestros instintos” (Carta de S. Freud a su prometida, Martha Bernays en 1883, citado por Gay, 1986, p. 400).

Sigmund Freud y Martha Bernays, Wandsbeck, cerca de Hamburgo, 1885. Según Anna Freud (hija del matrimonio), su madre nunca creyó en el psicoanálisis. 

Después de este breve análisis sobre el sexo freudiano, la idea ya no parece tan descabellada. El psicoanálisis sigue siendo un gran desconocido para el público y muchos psicólogos, tanto por el rechazo desde las instituciones académicas, como por el sistema hermético en el que se encierran varios de sus autores. A pesar de ello, la psicología clínica y sistémica siguen dando testimonio de la relevancia que las teorías psicodinámicas tienen para la práctica terapéutica, donde el tiempo ha hecho mella y muchas de sus principales figuras se han atrevido a levantarse del roído diván freudiano.

Daniel Sazo.

Referencia bibliográfica relevante

Leahley, T. H. (2005). Historia de la psicología: Principales corrientes del pensamiento psicológico. (6ª ed.). Madrid: PEARSON EDUCACIÓN, S.A. pp. 248-274



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