Un único error al inicio de su trayectoria delictiva ha despertado la curiosidad del entrometido inspector Orlando Tünnermann. Ese fisgón metomentodo y su cuadrilla de leales acólitos no parará hasta dar con ella. Le sigue los talones, de algún modo incognoscible ha olfateado su rastro. El bello rostro esculpido de Tracy Fox se frunce porun instante, como si un viento abrasador lo hubiese socarrado. Sale del coche y se acaricia circunspecta la fina y larga cabellera dorada. Contemplan sus vacuos ojos verdes, dos luceros resplandecientes y enormes como un glaciar groenlandés, al mentecato fiscal Stein, que flota en un charco de sangre junto a unas bolsas de basura en un umbrío y angosto callejón donde se arrumban los residuos de un local sin distintivo alguno, salvo un pequeño rombo metálico de color verde clavado en la puerta roja.
Ha sido fácil depositar allí el cuerpo fofo del magistrado corrupto. Recostado en el asiento contiguo del Pontiac, como si fuese el amante agotado por las exigencias de la pasión incombustible de ella, nadie sospechó que su cuerpo albergaba tanta vida como la del volante con cubierta de piel de leopardo o la tapicería de cuero, del color del vino añejo. A veces se siente terriblemente triste, abatida, sola. Echa de menos a su mentor. A Mark le habían atrapado por sobrepeso de megalomanía, arrogancia y exhibicionismo. A veces, si juegas a ser Dios, éste te castiga por tamaña insolencia. Aún recordaba su expresión beatífica cuando la inyección letal acabó con sus días de criminalidad "pantagruélica". Se marchaba en paz, como un mesías que hubiera cumplido su redentora misión en la Tierra por mandato divino. Apartó aquellos pensamientos de su mente mientras despojaba a Stein de su billetera e introducía en los bolsillos de su chaqueta pistas falsas que mantendrían ocupada a la policía. Darían palos de ciego mientras ella quemaba asfalto en dirección a Nebraska. En ese instante recordó nuevamente la perturbadora nota que le entregó el conserje del motel "Carlysle" dos semanas atrás. Era de Tünnermann. ¿Cómo diantres la había encontrado? Eso era algo que debía preguntarle personalmente, cara a cara, apenas un suspiro antes de que le arrebatase la vida, mientras contemplaba ese momento espectral que separa con hilos deshilachados la vida de la muerte. La nota, la condenada nota: "Sé quién eres, sé por qué haces lo que haces, lo sé todo de ti. Déjame ayudarte. Ayúdame a atrapar a quienes te están obligando a asesinar. Ayúdame a encerrarles y te prometo un trato justo y una segunda oportunidad para ti..."
¡Qué osadía! Nadie rechaza un encargo de La Mater Nostra. Claro que deploraba su vida, pero La Mater Nostra ni perdona ni olvida. Una vez entras ya no sales. No hay vuelta atrás. ¿Cómo se atrevía ese entrometido de Tünnermann a fisgonear en su pasado? ¿Qué diantres creía haber descubierto que sabía de ella? ¿Cómo diablos osaba rogar su colaboración para desenmascarar a La Mater Nostra? ¿Una segunda oportunidad? No hay segundas oportunidades para los muertos. Tracy estaba muerta, era un cadáver andante que respiraba, se movía, pensaba y ejecutaba bajo los dictados de La Mater Nostra. No hay segundas oportunidades para mí, Orlando, se lamentó, mientras ponía destino a su cita con el último encargo de La Mater Nostra. Condujo con suavidad, despacio, casi adormecida, dejándose acunar por la voz hipnótica de Christopher Chross en las ondas.Durante todo el trayecto no pudo dejar de soñar con la entelequia inimaginable que rezaban las palabras mágicas que el detective le había escrito en un pedazo de papel: "Una segunda oportunidad, arrestar a los cabecillas de La Mater Nostra, colaborar con el inspector, empezar de cero..."
Tracy no podía concebir su vida de otro modo que no fuese asesinar, obedecer, esconderse, ocultar su rastro, desaparecer, vivir con miedo y abolir las emociones, los afectos y el amor. Las emociones debilitan, te hacen vulnerable, te hacen cometer errores. Pero, ¡qué bello debe ser compartir, sentir, enamorarse, equivocarse y aprender junto a la gente que quieres y te ama! Son sueños, se reprende Tracy, sólo son sueños. Orlando no puede ayudarme, nadie puede, pero... ¿Y si fuera cierto? La esperanza aflora en su corazón como una llama intrusa. Tracy la deja medrar, arder fragorosa. Es una sensación
desconocida y agradable sentir que le importas a alguien, medita con una sonrisa genuina en sus labios. En ese instante queda obnubilada por su propia reacción. Esta no soy yo, se dice, pero sigue conduciendo, por primera vez fantaseando con la posibilidad de revertir su mundo de oscuridad, abriendo los postigos al claror ignoto de una vida nueva..."