«—Tranquila —le digo—. La he ayudado antes. — Se me queda mirando, confundida—. Hum. SleekPack, negro —le digo en el idioma del Viernes Negro, señalándome primero a mí y después a ella. Se le disipan las arrugas de la cara. Se relaja en su asiento y se frota la mejilla con la piel falsa de la capucha.—¿Buena caza? —le pregunto. Asiente enérgica y aprieta la cara contra la caja de la televisión—. ¿Familia todavía comprando?La mujer moja el dedo índice en el charco de sangre que tiene delante.—Cuarenta y dos pulgadas, alta definición —dice.Solo podían permitírsela hoy. Con el dedo manchado de sangre traza un pequeño círculo en la caja de cartón, luego pinta dos ojitos y por fin dibuja una sonrisa debajo. La sangre se seca antes de que termine de dibujarla.—¿Cómo? —le pregunto.—Muertos —dice—. BuyStuy. Pisoteados.—Ah —le digo—. Ya.—Eran débiles. Él y ella. Yo soy fuerte —dice la mujer mientras acaricia la cara que ha dibujado en la caja. Sus dedos apenas se manchan—. Débiles —repite.—Entiendo».El anterior diálogo se da entre un vendedor de unos grandes almacenes y una cliente. La mujer había adquirido un rato antes un SleekPack negro, esa prenda tan cotizada, y el dependiente se acuerda de ella. Supo en seguida lo que esa cliente deseaba porque «desde aquella primera vez, desde el día del mordisco, puedo hablar el idioma del Viernes Negro. O por lo menos lo entiendo. No lo domino del todo, pero sí lo bastante. Llevo dentro algo suyo. Oigo para quién, qué talla, qué modelo, las marcas y las razones. Incluso cuando lo único que hacen es echar espuma por la boca». Sí, el vendedor puede entender el idioma del Viernes Negro desde que el primer año que lo vivió en la gran superficie comercial en la que trabaja un cliente lo mordió. Es por ese conocimiento por lo que es líder de ventas. Hoy es de nuevo Viernes Negro y las manchas de sangre en los cristales de los escaparates son una señal que dan una idea muy aproximada de lo bien que van las ventas.
Nunca he sabido ni me he molestado en saber cuál es el origen de la nomenclatura y color de este día de fantásticos e inimitables descuentos y oportunidades. Ahora ya ni me importa ni menos aún quiero saberlo. La negritud de este famoso viernes ha quedado para mí asociada a la negritud del viernes de este relato y a la negritud del resto de historias escritas por ese negro americano que responde al difícilmente de recordar para nuestras latitudes, pero que a mí ya no se me va a olvidar, nombre de Nana Kwame Adjei-Brenyah.
La negritud, en sus diferentes acepciones, está muy presente en las historias de este escritor de nombre inpronunciable. La negritud, por ejemplo, del protagonista de Los Cinco de Finkelstein sube o baja según la indumentaria con la que decide salir a la calle o la actitud más o menos arrogante, segura o sumisa que adopta ante los demás. El nivel de negritud de los habitantes de los Estados Unidos de esta ficción de Adjei-Brenyah sube o baja en función de esas variables. Es bastante probable que los habitantes blancos de los Estados Unidos reales perciban esa misma variabilidad de negritud en sus conciudadanos de piel oscura. El ya citado protagonista de este relato, tras un altercado en el autobús en el que viaja, llega a imaginarse «a los agentes de policía entrando al asalto por las portezuelas del autobús y los muchos dedos que lo señalarían inmediatamente a él. Se imaginó la bala que no tardaría ni un segundo en encontrar su cerebro». No sería la primera vez que nos llegan noticias reales de aquellos lares en los que una bala procedente del arma de algún agente de policía termina alojada en el cerebro de algún hombre negro desarmado. Y es que los relatos del joven escritor neoyorquino parten de un sustrato muy real, aunque luego muchos de ellos adquieren ciertos tintes de distopía o incluso de fantasía, lo cual le permite al autor explorar a sus anchas los límites de esa realidad.
Con Los Cinco de Finkelstein abre Nana Kwame Adjei-Brenyah su opera prima. Es un relato espectacular. Para mí, sin duda, es el mejor de los doce que se reúnen en este volumen. Su título hace referencia al asesinato de cinco niños de raza negra a manos (a cortes de motosierra, más bien) de un hombre blanco en la ficticia población de Finkelstein. El acusado es declarado inocente y el veredicto caldea los ánimos de todo el país, especialmente el de los habitantes que comparten color de piel con los niños asesinados. «La cuestión es que George Wilson Dunn», el tipo de la motosierra, «es americano. Y los americanos tienen derecho a defenderse». Como argumenta el abogado defensor: «No sé ustedes, pero yo amo más a mis hijos que a la «ley». Y amo a América más que a mis hijos. De eso va este caso: del amor con A mayúscula. Y de América. Eso es lo que estoy defendiendo aquí hoy. Mi cliente, el señor George Dunn, creyó que estaba en peligro. ¿Y saben qué? Si uno cree en algo, en lo que sea, eso es lo que más importa. Creer. En América tenemos libertad para creer en lo que queramos. América, nuestra hermosa nación soberana. No acaben con eso aquí y ahora».
Adjei-Brenyah podría haberse quedado en esta historia en mostrar esa sospecha constante que cae sobre el ciudadano negro por el mero hecho de que su piel sea de ese color. Podría incluso haber estirado el germen de esta narración y corrido con ello el riesgo de caer en el victimismo. No solo no lo hace, sino que, además, va más allá. Coloca a alguno de sus personajes en la tesitura de aumentar conscientemente su nivel de negritud hasta más allá de lo aconsejable, de llegar a ser lo que se espera de ellos, de infundir miedo con su negritud y detectar el poder que esto les da, de plantearse si acaso por primera vez están siendo quienes de verdad son. Además, las alegaciones del abogado defensor tienen un punto de absurdo que le da un toque de humor al relato y que funciona como contrapunto perfecto para una trama tan negra (el adjetivo no va con doble sentido) y violenta.
«La razón de que fuera un relato magnífico, de esos que no se olvidan, no era tanto el «de qué trataba», sino la capacidad del narrador para ser tan gracioso y mezquino y de alguna manera tan sincero. También resultaba que no se parecía a nada de lo que yo pudiera llegar a escribir jamás», piensa el protagonista de El hospital donde. Lo piensa en relación al relato ganador de un concurso al que él también se había presentado. Lo que yo pienso es que esas palabras de admiración podrían en cierto modo aplicarse a muchos de las historias de este libro con la salvedad de que a mí me importan de qué tratan esas historias.
A ese hospital donde no os cuento lo que pasa acude un joven acompañando a su padre. «Caminé hacia la entrada pensando: Acuérdate de esto: la primera vez que llevaste a tu padre o a tu madre al hospital». Más tarde, cuando sale a renovar el pago del estacionamiento, pensará: «La vida adulta es pagar el parquímetro a tiempo». La verdad que ambas ideas, tanto la de asumir los pagos a tiempo como la de lleva a tu madre o tu padre al hospital, me parecen muy definitorias de lo que es darse de bruces con la edad adulta.Precisamente el escritor neoyorquino dedica este libro a su madre, así como el breve relato titulado Cosas que decía mi madre, que tal pareciera una redacción escolar (no lo digo en sentido peyorativo) que respondiera a dicho título.
Los protagonistas de Adjei-Brenyah son todos jóvenes. No en vano el autor lo es. Cuenta ahora treinta años, veintisiete cuando se publicó este libro en los Estados Unidos, y es bien probable que alguno de estos relatos llevaran ya algún tiempo escritos.
Así, el protagonista de La época, por ejemplo, es tan solo un niño. «No me va bien en el colegio porque a veces me dedico a pensar cuando debería estar aprendiendo», nos cuenta ese niño, y a mí me entristece ese pensamiento y me entristece aún más que le hayan hecho creer que el hecho de pensar le impide aprender. Le hacen sentir tonto porque no está optiseleccionado y no puede aprender tan rápido como los que sí lo están. En el colegio les enseñan sobre la época antes de la Gran Guerra Larga y la Gran Guerra Corta, aquella en la que las emociones nublaban la sinceridad. Ahora ser sincero es motivo de orgullo, no así dejarse llevar por las emociones, y se ha de ser sincero aunque ello hiera los sentimientos ajenos porque ser sinceros evita guerras, aunque luego las guerras se produzcan por otros motivos, pero, eso sí, ya no por los motivos equivocados.
Thanksgiving and Black Friday 2014, fotografía de Erwin Bernal bajo licencia CC BY 2.0
Joven es también la pareja que decide abortar en La calle Lark, relato en el que los propios fetos abortados se convierten en personajes del relato.
Joven es el muchacho de El león y la araña que trabaja como mozo de almacén y ve peligrar, ante el abandono del padre y la necesidad de ayudar económicamente a su familia, sus expectativas de estudiar en la universidad, aunque recibe a cambio una lección de autosuficiencia y supervivencia.
Esa mala situación económica familiar está presente ya en El hospital donde. En cuanto al miedo a estancarse en un trabajo precario, no es El león y la araña el único relato de este libro en el que está latente. Como muestra de ello están los relatos Cómo vender una chaqueta según el Rey Hielo y Venta al público, los cuales comparten centro comercial con Friday Black, aunque no hay en estos ningún elemento fantástico o distópico.
«Puedo vender lo caro. Puedo vender lo barato. Puedo hacerlo todo», nos dice el Rey Hielo, líder en ventas, en el primero de estos dos relatos, mientras que yo no puedo evitar sentir un escalofrío al leer esta declaración de poder y recordar con ello esa explosión de furia que se desata en Los Cinco de Filkenstein cuando se descubre ese otro poder de la negritud. En Venta al público, en cambio, el autor nos pone al otro lado de la barrera. Su protagonista nos cuenta que «Cuando trabajas en venta al público, si no quieres acabar como Lucy tienes que encontrar formas de suavizar un poco la sordidez. Lucy es esa chica que se tiró desde la cuarta planta el mes pasado durante la pausa del almuerzo. Trabajaba de cajera en Taco Town. Ahora la gente la menciona para decir cosas tipo: «Como no pase rápido el día, voy a hacer como Lucy», y «La chica nueva no sonríe nunca. Parece una Lucy»». También aconseja que «En sitios como este tienes que buscar la felicidad como sea porque no es que abunde, precisamente. Trabajar de dependienta nunca va a ser como estar en las fuerzas armadas ni en la policía ni nada parecido. Pero por lo menos es un trabajo. Podría ser peor. Todos los sitios son distintos. Hay sitios donde la gente va a comer fresas infusionadas con alcohol y cubiertas de chocolate. En otros lugares todo sabe a cólera. La idea es que incluso en trabajos birriosos como este, tienes que pensar en maneras de ayudar realmente a alguien o puedes terminar convertida en una Lucy».Otro relato en el que también está presente la idea de verse encadenado a un trabajo por necesidad es el magnífico Zimmerlandia. En este caso, sin embargo, el puesto de empleo podría considerarse que en su inicio contaba con cierto aliciente. Zimmerlandia es una especie de parque temático cuya misión es: «1) Crear un espacio seguro para que los adultos exploren la resolución de conflictos, la justicia y su aplicación. 2) Ofrecer herramientas a los clientes para que aprendan cosas sobre sí mismos en situaciones de intensidad controlada. 3) Entretener». El objetivo tres, sin embargo, parece haberse comido al uno; en cuanto al dos, dudo que los clientes de Zimmerlandia aprendan de su experiencia allí algo de sí mismos, no así el lector de este relato, pues, como concluye uno de los trabajadores: «Creo que a ojos de nuestros clientes estamos equiparando matar y hacer justicia».Cuando el padre del protagonista de El hospital donde le pregunta a su vástago «¿Qué tipo de historias escribes?» este le responde: «Creo que va de un tipo que siente dolor». Efectivamente, pienso que el origen de varias de las historias de Nana Kwame Adjei-Brenyah está en el dolor, en un dolor motivado en ocasiones por el rechazo y el sentimiento de invisibilidad, así como también opino que el desarrollo de las mismas explora la reacción a ese dolor.
Si el origen de Los Cinco de Filkenstein está en el racismo endémico de la sociedad estadounidense, Escupidor de luz puede perfectamente traernos reminiscencias de esos otros sucesos que de vez en cuando ocupan las noticias en los que un adolescente entra armado a un centro educativo. Tal es el caso de uno de los protagonistas de este relato de título luminoso, el cual comparte su dolor y su vacío al declarar que «antes yo odiaba que se fijaran en mí». «Luego piensas, si me dejaran en paz, todo mejoraría. Pero cuando te dejan en paz, te dejan en paz del todo. Es igual de malo. O peor. Es como si no fueras nada. O nadie. Eso lo odiaba. Esperé hasta llegar a la universidad. Una última oportunidad. Les di una última oportunidad para arreglarlo, y aun así nada. Ni un solo amigo. Ni una sola chica me miraba. Nadie lo intentaba siquiera. Y eso que les di muchísimas oportunidades». Hasta que se cansó de darlas.
En El hospital donde, relato que ya he citado en varias ocasiones, pues me parece muy revelador acerca de lo que Adjei-Brenyah pretende con sus historias y sobre lo que para él significa la escritura, el protagonista sella una especie de pacto con el dios de las Doce Lenguas. No, no le vende su alma a ese no sé si dios o diablo, y es que, como se recoge en Zimmerlandia, «la gente dice «vendes tu alma» como si fuera algo fácil. Pero tu alma es tuya y no está en venta. Por mucho que lo intentes, sigue ahí, esperando a que te acuerdes de ella».
Jackie Robinson's bat, fotografía de Ewen Roberts bajo licencia CC BY 2.0
«No hay nada más aburrido que un final feliz», opina el dios de las Doce Lenguas. Ciertamente, los finales de las historias de Nana Kwame Adjei-Brenyah no acostumbran a ser felices; en los mejores de los casos muestran cierta ambigüedad. Sin embargo, pareciera que en ocasiones el autor decidiera no llegar hasta el final, que no quisiera ver una resolución extrema. A pesar de lo trágico de varios de esos finales, hay cierta apuesta por la redención de sus personajes, decididamente no a ojos de esa sociedad que tanto cuestionan estos relatos pero sí a ojos y entendimiento del lector. El nivel de negritud para un mismo personaje, independientemente de cuál sea el color de su piel, puede ser variable (entendiéndose, pues, la negritud como la connotación negativa que solemos asociar a ese color). Como muestra de ello, la disociación que la propia Ama, la protagonista de A través del destello, relato que cierra el presente volumen y que está ambientado en un mundo distópico que ha entrado en bucle, hace de sí misma:
«La señora Nagel se suena la nariz.—¿La nueva Ama?—Sí, ya sabe. Mi yo de ahora —le digo—. Porque no estoy matando ni torturando a nadie ni nada.—¿Y la que hacía eso era la Ama de antes?—Sí.—¿Y qué diferencia hay entre las dos?—La de antes lo hacía todo de una sola manera. Y pensaba en una sola persona. Ahora en vez de matar a la gente, intento ayudarla.—Ya veo, pero ¿qué ha cambiado?—Que antes tenía miedo —le digo. La oigo respirar y trato de percibir si el corazón le late más deprisa, si tiene miedo. No lo tiene—. Sé que no puedo cambiar lo que pasó. Sé que soy la peor persona que ha existido nunca. Lo sé. Ya no tengo miedo. Lo único que me da miedo soy yo.—Entiendo… ¿y eso significa que has sido dos personas?—Ahora estoy mejor. Y siento lo que hice. Pero a veces tengo algo dentro… como ahora, sería muy fácil. —Sigo masajeándole suavemente las sienes, pero es verdad: no puedo dejar de imaginar lo fácil que sería romperle el cuello a la señora Nagel. Igual de fácil que arrugar una hoja de papel—. Lo siento; no lo decía en serio. Quiero que todo el mundo se sienta feliz y supremo e infinito. Ese es mi nuevo yo.—Hum —dice la señora Nagel.—¿Cómo es posible que no vea la diferencia? —le pregunto, intentando no levantar la voz—. Ahora soy mucho mejor. En serio.—Creo que has hecho un buen trabajo. Desde que cambiaste la gente viene a visitarme a menudo. Y es verdad que antes eras una bruja terrible.—Exacto.—Pero creo que solo hay una Ama. Y creo que estoy hablando con ella».La escritura, tal y como promete ese dios de las Doce Lenguas, es una alternativa para canalizar el dolor. Es una opción, además, mucho más preferible que la violencia. Nana Kwame Adjei-Brenyah, a través de sus historias, tal pareciera que tratara de canalizar el dolor que percibe en su entorno y en su contexto geográfico y temporal. Su opera prima reúne un puñado de relatos cuando menos interesantes. Ninguno de ellos es despreciable y hay, además, unos cuantos notables y destacables. Su voz es original y personal. Deseo que nos traiga más historias de esas suyas extrañas pero que, a su vez, por beber de la realidad, nos dejan cierto regusto reconocible y nos hacen también asustarnos del mundo en el que vivimos y que hemos creado. Y es que damos miedo y ocurre que «la gente se cree las mentiras, la gente se lo cree todo cuando tiene miedo», tal y como se dice en A través del destello. Resulta así que cuantas más mentiras nos creemos más miedo creamos. Somos como los niños de La época a los que les implantan lo que han de aprender y como han de actuar y no les permiten pensar. Así que no solo deseo que Nana Kwame Adjei-Brenyah nos traiga más historias sino que también lo espero. Lo espero porque sé que no solo ha descubierto el poder de la escritura, sino que es asimismo consciente de la responsabilidad, contraprestación y peligrosidad que todo poder conlleva.
«Aquella noche escribí mi primer relato. Me vi encadenado al nuevo poder. Tenía que seguir con el relato. Trabajar en él más y más hasta que se convirtiera en algo más grande de lo que nunca podría haber imaginado. A partir de aquel día recé a Doce Lenguas todas las noches y todas las mañanas, pidiéndole más lenguas. Lenguas más afiladas. Cuando no escribía, la marca de mi espalda me dolía y me palpitaba. Cuando escribía mal, gritaba unos acordes feroces. Pero luego, cuando escribía frases con vida, se callaba y yo sentía que mi capacidad crecía. Aun así, anhelaba más lenguas, más mundos donde vivir y más poder para cambiar el mundo que habitaba ahora. Me encantaba. Era muy solitario».
typewriter, fotografía de Paul Varuni bajo licencia CC BY 2.0
Ficha del libro:Título: Friday BlackAutor: Nana Kwame Adjei-BrenyahTraductor: Javier CalvoEditorial: Libros del AsteroideAño de publicación: 2021Nº de páginas: 256ISBN: 978-84-17977-64-1
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