SPOILERS DEL FINAL DE FRINGE A CONTINUACIÓN
Llegué a Fringe allá por el año 2008, apenas se estrenó, gracias a mi fanatismo de por ese entonces por Lost. J.J. Abrams era el responsable de esta nueva serie, y en ese momento eso fue motivo suficiente para mí para empezar a verla. Mucho tiempo pasó desde aquellos primeros capítulos que, honestamente, no me atraparon demasiado, hasta que llegué a la mitad de la primera temporada y la serie empezó a tomar un rumbo y yo a engancharme. Pero además de episodios, todos estos años que pasaron también incluyeron una enorme lucha por parte de los fans de Fringe para evitar que la serie fuera cancelada. La verdad es que, si este programa logró sobrevivir cinco temporadas y no quedó inconcluso, es gracias al esfuerzo de todos sus seguidores y sus peticiones y campañas para rescatarlo.
Y después de tanta pelea, el pasado viernes llegó el tan temido final. Temido porque uno nunca quiere que termine una serie que le gusta mucho, aún si a veces resulta la mejor opción posible. Y temido también porque es inevitable preguntarse si estará a la altura de la historia (que, para colmo, en el caso de Fringe ha sido bastante enrevesada) o de las expectativas de uno mismo. Ahora, habiendo visto el final, puedo decir que me gustó mucho. Sí, quedaron paradojas y cosas que no terminaron de cerrar, pero en este caso decidí no ponerme en exquisita con todos los detalles y solo centrarme en lo que se mostró en los últimos dos episodios, y así quedé muy conforme.
Algo con respecto a la temporada en general, y muy grosso modo.
Esta quinta temporada de Fringe abandonó los universos paralelos y se trasladó 21 años en el futuro para mostrar un mundo invadido por los Observers, esos pelados misteriosos y creepies que estuvieron desde un principio. Además, fue una temporada que reunió a Olivia y a Peter con su hija, Etta, ahora ya adulta, para al poco tiempo volver a separarlos de la peor manera. En ese contexto oscuro y de amenaza constante, Peter, Olivia y Walter buscan la forma de librar al mundo de los Observers. La clave para eso se encuentra en un plan ideado por Walter muchos años atrás pero le resulta imposible recordar ya que, para proteger la información, el Observer September (salió con rima) había fragmentado su memoria. Así, esta temporada consistió en el trío (más Astrid, siempre dando vueltas por ahí) tratando de recuperar los pedazos de memoria de Walter para, cual rompecabezas, poder rearmar el plan, salvar el mundo, y, quizás, recuperar a Etta.
Ya con September como aliado, y más humano que Observer, y todas las partes de memoria descubiertas, los dos capítulos finales de Fringe se centran en poder, finalmente, concretar el plan. La clave de todo es Michael, el “Niño Observer”, secuestrado por Windmark para ser investigado, y a quien Olivia debe salvar. Para ello, Walter le inyecta cuatro dosis de Cortexiphan y ella vuelve a poder viajar entre universos. Con un poco de ayuda de Broyles, la siempre badass Agente Dunham termina en el universo paralelo reencontrándose con Altlivia y Lincoln y, tras momentos cargados de tensión, logra rescatar a Michael y volver a su mundo. Mientras tanto, September recurre al Observer December (otro viejo conocido) para que lo ayude en una parte fundamental del plan. Al final su ayuda queda en la nada, pero en un final que trajo de vuelta a muchos personajes clave de la serie (¡hasta volvió Gene! ), fue interesante volver a ver a December y enterarse de cómo todos los años observando a Peter, Olivia y Walter habían afectado a los primeros Observers, haciéndolos más sensibles. Y por el lado del doctor Bishop, el ideólogo del plan salvador, también hay mucho que decir, porque Walter… ay, Walter.
Siempre, desde el principio, Walter Bishop fue fundamental para la serie, y ahora no iba a ser menos. Hacía ya varios capítulos que se podía intuír que su final no iba a ser muy feliz que digamos, que algún tipo de sacrificio iba a tener que hacer. Su tarea fue, finalmente, transportar a Michael casi 100 años en el futuro y guiarlo para, de esa manera, poder resetear
Y ahí fue Walter, derechito a salvar el mundo y a darle una vida feliz a su hijo y a Olivia. Ahora el mundo está librado de Observers, la invasión nunca existió, Etta nunca murió, y Olivia y Peter tienen una vida aparentemente feliz. Es un final agridulce, y es que, ¿cómo no extrañar a Walter Bishop? Es triste pensar que no va a estar más ahí con el resto del grupo para hacer experimentos locos, escuchar música a todo trapo, llamar a Astrid de distintas maneras, cocinar desnudo, o alucinar con LSD (sí, muy tierno todo). Hasta pronto, doctor. Sé que en el año 2100 y pico vas a seguir haciendo comentarios tan típicamente tuyos y que vas a seguir experimentando con todo lo que se te cruce.
Como dije al principio, el final me gustó mucho, me dejó contenta. Es cierto que los guionistas no se arriesgaron con nada nuevo y que en general fue predecible, pero más allá de eso me pareció emotivo y adecuado. Funcionó, quedé satisfecha, y la verdad es que eso es lo que me importa. Creo que más allá de ser una serie de sci-fi, de tener casos que involucran a lo sobrenatural, y también “tiros, líos, y cosha golda”, Fringe al final siempre trató sobre el amor y las relaciones de familia. Sus tres protagonistas siempre fueron personajes dañados que, gracias a la relación que se dio entre ellos, se fueron descubriendo a sí mismos, encontraron explicaciones de sus vidas y, en el caso de Walter, en parte logró encontrar cierta redención por su pasado. Todo eso estuvo siempre presente, y ahora, en el final, terminó siendo lo más relevante, y me parece que estuvo bien, que fue apropiado. Las cosas que quedaron sueltas, seguirán quedando sueltas, pero no afectan mi opinión sobre el final.
Después de todos estos años, ahora va a ser muy extraño no tener Fringe para ver cada viernes (o, en mi caso, sábado a la madrugada). Gracias por todos estos años de gran entretenimiento.