Frío

Publicado el 05 agosto 2012 por Laspuntasdelclavo

Es voraz esta luz.Absorbe sin piedad al que retorna con su rostro extranjero.Olga Orozco

Obra: Gerard Dubois.


Parece que mi vida siempre hubiera sido así. Que siempre la rugosidad del árbol, la constancia del hambre. Que siempre esperando la oscuridad, el refugio de caminar sin cruzarme jamás con algún otro. Que siempre la noche, que nunca más el día, que nunca más nadie más que yo.
Pero hoy la luna, la luna llena. La espero.
A veces recuerdo mi otra vida, la que vivía. Y me pregunto a veces si alguna vez la había vivido en realidad. Real, era. Al menos eso parecía. Un trabajo de lunes a viernes, los almuerzos en familia los domingos, una mujer y un hijo, un auto chico pero económico, las compras los sábados a la mañana, una mujer y un hijo, la salida ocasional al cine.
Una mujer y un hijo. A ellos sí los extraño. Pero ni a ellos los pude salvar. Por eso espero aquí la luna, la luna llena, espero su mirada, espero sus ojos. Espero que no sean los míos.
Cuándo empezó todo esto no lo sé. Recuerdo la primera vez, la primera que recuerdo, en la reunión de los viernes, cuando el jefe del departamento de ventas me preguntó algo y giré la cabeza para responderle y lo vi. Vi los ojos. Los reconocí. Nos miramos, yo y él, y yo. Algo respondí, pero lo que recuerdo es el frío, la certeza de lo que sé hoy.
La vida, lo que era mi vida, continuó. Ocasionalmente sentí el escozor del frío al mirar alguna foto en el diario o ver el noticioso. Ahí estaban los ojos que parecían mirarme, aunque sabía que sólo era yo el que miraba. A veces, esperando el colectivo en una esquina cruzaba alguien, y los ojos. Pero eran instantes nada más, fugaces, y mi hijo traía el boletín de la escuela y mi mujer siempre llegaba tarde a todas las citas. El frío se derretía en lo cotidiano.
Casi llegué a pensar que todo iba a ser como antes, como siempre, como tal vez nunca había sido. Pero no fue así. El vaso de agua estaba frío, pero era el otro frío, ese día en que el mozo me trajo una ensalada y me miró a los ojos, con los ojos. Tragué el frío, mastiqué el hielo, el del vaso, el mío, siempre el mío. En la mesa del rincón dos hombres hablaban, y ellos también, los ojos. Y la familia de turistas alemanes, todos ellos, ojos. La pareja de adolescentes tomando café, ojos. El dueño en la caja, ojos. Todo a mi alrededor, todos ojos, todos, yo.
Salí para respirar aire fresco. Respiraba frío.
No quise regresar a casa, no quise ver si mi mujer, mi hijo. Pero tuve que hacerlo. El frío, inevitable. Mi hijo jugaba con sus autitos y nos miramos. Los ojos. Mi mujer, maquillándose, me miró. Los ojos. Ellos también. El frío, inevitable. Yo.
El aire está frío aquí afuera. En el frío, la corteza del árbol es aún más áspera, el hambre más tajante. Espero la luna, la luna llena. Sé que cuando la mire esta noche, si llego a ver los ojos — mis ojos — en su mirada, el frío me consumirá como el fuego. Arderé para siempre en el hielo de la mirada. La mía.