Es posible que Dios, allá en su unidad indivisible y enciclopédica, hiciera el frío en un mal día. No hay razón que lo explique. No tenemos quien venga y nos lo razone con palabras justas y con argumentos serenos. El frío es una de esas cosas que Dios pudo habernos ahorrado, pero lo fabricó en su honda providencia e impregnó con el frío el paisaje recién alumbrado; hizo bien. En lugar del frío, Dios pudo haber pensando en estaciones eternamente disfrutables, en el edén en el que algunos sitúan el idilio del hombre consigo mismo y con sus mitos, con la armonía del cosmos, con la persistencia de la verdad, pero Dios no ha estado jugando a los dados porque en su naturaleza no existe la conmoción molecular ni la sed yendo y viniendo por la boca. De Dios sabemos estas cosas y hay más de lo que no sabemos absolutamente nada. Quién podría ponerse en su lugar, en esa soledad suya de unidad plenipotenciaria y previsora.El frío fue un mal día, según se mire, un accidente en su bosquejo del mundo, un sincero atropello al confort de sus criaturas en la bendita tierra. Salgamos hoy a la calle, miremos al infinito azul del cielo y hablemos a Dios con desparpajo: teniendo tanto tiempo, cómo pudiste hacer las cosas tan rápido. Pero es bueno saber que no habrá respuesta. Y es mejor que no la haya. Se empozoña la fe si se observa en detalle su condición de magia. No hay dios ni reino de los cielos sin el frío en el fondo del alma como un cuchillo. Está la mañana vestida hoy de un frío agradable, que cuadra con el bullicio navideño de la calles. Va a ser un buen día .Seguro.