Ljuba Welitsch cantó el papel de Salomé bajo la batuta del propio Richard Strauss en 1944 con ocasión del ochenta cumpleaños del compositor, también lo cantó con enorme éxito en Londres en 1947 pero realmente causó sensación con este papel con ocasión de su debut en el Met en 1949 bajo la dirección de Fritz Reiner, tanto es así que ese mismo año protagonizó para Columbia una grabación de la escena final con Reiner y la orquesta del Metropolitan, afortunadamente también nos ha llegado el testimonio en vivo de aquellas funciones neoyorkinas. Llama atención, de aquellas representaciones del Met, el extraño emparejamiento de Salomé, una ópera que es más bien corta, con Gianni Schicchi de Puccini. La Salomé de Welitsch se caracterizó, además de por sus dotes escénicas -las crónicas de la época no dejan de hacer incapié en ello-, por la presencia de un timbre extraodinario: potente, incisivo, penetrante, claro y lírico ,al que quieren bien los micrófonos. Uno no acaba de explicarse cómo esta mujer, cuyos graves carecían de cuerpo, era capaz de componer una Salomé tan eléctrica y convincente en lo dramático resultando a la vez tan musical, además su fiato parece interminable, da la sensación de que no prolonga más las frases porque se lo limita la partitura. No cabe duda de que Welitsch es la encarnación más perfecta de la adolescente caprichosa y depravada. La escuchamos en la grabación de la Columbia, como en el caso de Caballé-Bernstein se han amputado las intervenciones de Herodes y Herodias.
Siguiendo con Reiner pasamos a otra grabación de estudio realizada en 1954 con la Orquesta Sinfónica de Chicago, en esta ocasión la princesa es encarnada por una voz radicalmente distinta a la de Welitsch pero que tiene en común con ella su arrolladora fuerza dramática: Inge Borkh. No podemos decir que se caracterice por su belleza vocal pero sí que tiene un timbre que me resulta muy atractivo, potente como pocos -menos acerado que el de Nilsson- y, respecto a sopranos más líricas, como Caballé o Welitsch, exhibe unos graves suficientes pero no da con la imagen adolescente del personaje. Siendo por vocalidad más una Elektra, compone una Salomé que no sólo es perversa sino que parece psicológicamente muy compleja, llena de matices: misteriosa, dominada por instintos primarios, alucinada, salvaje e insaciable, trágica, en la escena final termina totalmente fuera de sí, no nos extraña que Herodes termine ordenando su muerte. Y la marca de la casa, no se puede pedir una dicción más clara. También aquí, lamentablemente, se han suprimido las intervenciones de otros personajes.
¡Qué bonito comprobar que las cosas se pueden hacer bien de distinta manera!