Pero si hay muchas diferencias entre ambos lados (de nivel de vida, de precio de las cosas, de disponibilidad de productos, de derechos y libertades, de regímenes fiscales...), entonces las fronteras tienden a reproducirse a sí mismas y a crecer y a desarrollar su capacidad de filtrado. Y a endurecer su capacidad represora.
En los ochenta, crucé una vez la frontera entre Francia y Bélgica por carretera (no por la Autopista). Iba con un amigo a visitar a otro amigo que trabajaba en Holanda, y habíamos comprado un pack de 3 botellas de vino barato francés (de estudiantes, el tema no daba para más lujos). Como posiblemente éramos el único coche no francés o belga que cruzó por ahí ese día, nos ganamos la atención de un aduanero en vísperas de la jubilación, que quiso ser el héroe ese día. Nos preguntó si teníamos algo que declarar y le dijimos que no. Al abrir el maletero y descubrir el pack de tres botellas de vino, el hombre vió reafirmada su desconfianza. Y acabó abriendo la garrafa de refrigerante del coche, y probar su contenido, para asegurarse de que no éramos finalmente traficantes internacionales de alcohol. Todo quedó en una anécdota.
A mediados de los noventa tuve ocasión de realizar (con un amigo) un recorrido en coche alquilado por el Oeste de Estados Unidos. Estando en San Diego, decidimos ir a pasar el día a Tijuana (Baja California Norte, México). Teníamos visado de turista para Estados Unidos y llevábamos un carro americano. Pasar la frontera hacia México fue coser y cantar. Localizamos en Tijuana un restaurante bastante bueno (para los ricos de Tijuana, no para los yanquis que sólo cruzan la frontera para ponerse hasta el c... de cerveza y tequila). Con tan mala suerte que mi amigo se enamoró de Graciela, una de las camareras del local. Despegarle del lugar me costó varias margaritas gigantes con tequila añejo, y como a las dos de la mañana emprendíamos el camino de regreso a nuestro hotel en San Diego, en una situación personal ligeramente inestable. A esa hora había muy pocas garitas abiertas en la frontera, y los coches hacían sonar los cláxones de modo ensordecedor, reclamando premura. Yo conducía, mi amigo dormitaba en el asiento de al lado, y me temía lo peor.
Sin embargo, el aduanero NO era el más sobrio de todos los que estábamos allí. Vió, con sus ojillos apenas abiertos, el carro americano, los visados de turista, hizo una comprobación rutinaria de que mi amigo no estuviera muerto, y nos dejó pasar sin más. Bueno, esperaba bastantes más dificultades, la verdad.
En 1987, bastantes años antes de que Hong Kong y Macao fueran devueltos a la soberanía china, pude visitar Hong Kong. En la más pura tradición británica, Hong Kong era el cúlmen del puritanismo aparente. No se veía prostitución, no se practicaba el juego, por lo menos en público, y todo daba la sensación de un orden por lo menos superficial.
Tomamos un barco rápido para visitar Macao (e incluso entrar algo en la República Popular China desde allí). Apenas desatracó el barco de Hong Kong, la tripulación inició la venta de unos cartones de lotería rápida (tipo rasca-rasca) de Macao, con valor nominal en petacoes, la moneda de la colonia portuguesa en la época. Macao, como es bien sabido, fue durante mucho tiempo el casino y el prostíbulo de Oriente, y desde su integración en China, se ha convertido en Las Vegas de la zona.
En 1995 inicié un viaje en coche por Europa (con un amigo), con la intención de llegar hasta Hungría, por lo menos. Muy sabiamente, decidimos pasar por Andorra a la ida, y allí comprar unos cuantos cartones de cigarrillos americanos a buen precio, pensando que en Hungría esa sería una moneda de cambio muy apreciada.
Al llegar a la frontera de Austria con Hungría, nos recibió un cartel de cincuenta metros cuadrados de American Express, con la leyenda "Welcome to Hungary". Al entrar en Hungría, en los primeros veinte kilómetros de carretera, vimos una decena de gasolineras que eran las más modernas del mundo (se habían construido -casi- la víspera). Y había decenas de puestos de mercadillo, donde los cartones de cigarrillos americanos casi llegaban al cielo. Nos miramos, le quitamos el celofán al primer cartón, y empezamos a fumar.
Recientemente, en la tienda de tabacos de unos grandes almacenes de Madrid, he visto a una pareja británica que llegó con una maleta del tipo trolley grande. Compraron cigarrillos, picadura y puros hasta que ya no cupo más en la maleta. Creo recordar que pagaron casi dos mil euros de factura. Y es que los cigarrillos en Gran Bretaña cuestan casi tres veces más de lo que cuestan en España. Ignoro la reacción de un aduanero británico si se diera el caso de que, revisando el equipaje de unos viajeros, encontrara una maleta llena de tabaco.
Y ahora en España (y en la Unión Europea), tenemos problemas con las fronteras terrestres con Africa, especialmente en Melilla estos días. Esta es la clásica frontera donde la diferencia de nivel de vida y de derechos y libertades es tan elevada, que permanentemente hay oleaje. El intercambio comercial es tan intenso, que se dice que cruzan diariamente esa frontera hasta 30.000 personas. Entre esos pasos están los genuinos (los que llevan y traen mercancías de uno a otro lado de la frontera, las empleadas de hogar marroquíes que trabajan en Melilla, los turistas, supongo). Pero el oleaje es de tal calibre que pueden frecuentar esa frontera gentes con otras intenciones, las de emigrar clandestinamente, las de entrar en la Unión Europea por una frontera perdida en el Norte de África. Las de utilizar la frontera como alternativa a las pateras y cayucos clandestinos que persiguen desembarcar en alguna costa de España y fundirse a continuación con el paisaje.
Es normal que haya conflictos en una frontera de este tipo. Además, España dispone incluso de un Ministerio de Igualdad, por lo que parte del personal policial español que atiende esa frontera son mujeres, lo cual es muy normal y natural. Y dada la mala situación social de la mujer en Marruecos, y en los países islámicos en general, esto representa una afrenta adicional a los marroquíes que intentan cruzar la frontera con Melilla. Que no nos dejen pasar, vale. Pero que nos lo impida una mujer es el colmo.
Esta no es más que la explotación de cualquier hecho por parte de Marruecos que, de modo deliberado o simplemente por negligencia calculada, resucita disturbios periódicamente, en forma de reivindicaciones territoriales.
Todos debemos tener en cuenta que Ceuta y Melilla son ciudades autónomas parte del Estado Español. Nunca han formado parte del Reino de Marruecos, porque la soberanía española se remonta a varios siglos antes de que dicho Reino ni siquiera estuviera planificado. Esta es la situación y su reconocimiento es obligatorio para todas las partes. Bromitas, las justas.
Ojalá un día Marruecos llegue a formar parte de la Unión Europea. O, si a eso vamos, que todas las fronteras puedan desaparecer. Pero, mientras tanto, evitemos el oleaje, que los tsunamis son devastadores, y hemos tenido buena prueba de ello en años recientes.
Una muestra de la inteligencia peculiar de los chinos fue su reacción tras la devolución de Hong Kong y Macao a la soberanía china, a finales del siglo XX. De ningún modo se integraron esos territorios sin más en el conjunto del país, ni se retiraron las fronteras y las aduanas. Porque se hubiera producido un aluvión no deseable de chinos del continente emigrando a Hong Kong, en una situación económica mucho más desarrollada, capitalista y occidental que el resto del territorio. Pude volver a Hong Kong en 1998, cuando ya era parte de la República Popular China. Cruzamos en tren desde Guanghzou (Cantón). Pasamos control de pasaportes y aduana en la estación de Guanghzou, antes de abordar el tren turístico, que llegó a Hong Kong sin más paradas, al estilo de los corredores ferroviarios para llegar a Berlín en las épocas del Muro.
Por cierto, pude (casi) inaugurar el majestuoso nuevo Aeropuerto de Hong Kong (Chek Lap Kok), un proyecto faraónico con un coste total de unos 18.000 Millones de euros (incluyendo los accesos ferroviarios y por carretera.
En fin, ojalá un día las fronteras dejen de ser necesarias, aunque eso le acabe quitando algo de picantito al hecho de viajar. Pero mientras existan, deben funcionar con total eficiencia y el máximo respeto para todos. Las fronteras y las aduanas son los bastiones más remotos para asegurar que en el país triunfa el Imperio de la Ley.
Pocas bromas con eso.
JMBA