Lo sabía casi todo, hasta que un día, me asaltó una duda. Llegó sola, pero en un periodo relativamente corto de tiempo, la acompañaban muchas más. Y al poco tiempo, más aún. Eran tantas, que daba miedo.
Daba miedo porque todas esas dudas, esas vueltas de tuerca, esas miles de alternativas que se abrían en un, hasta entonces, único mundo posible, hacían que me sintiera vulnerable, perdida y sola.
Y no sé por qué lo escribo, porque mientras lo hago, tengo el convencimiento de que nadie lo va a entender. Quizá sea porque hace apenas unos años, yo, no solo no habría sido capaz de entenderlo, no, sino que además lo habría despreciado, habría subestimado semejante pensamiento desde esa posición altiva que me otorgaba mi altar.
Con el tiempo, te acostumbras. Te acostumbras a levantar castillos que luego son derribados por una ráfaga de viento que llega sin avisar. A plantearte seguir caminos que jamás hubieras pensado que podrías pisar. A jugar, a experimentar contigo, a buscar recovecos en tu mente que no creías que existieran.
Y después, se abre una puerta que hasta entonces no había visto, que te atrae, y deja paso a un camino que en el que parece que todo es posible. Y te das cuenta de que lo es. De que lo único que importa es hasta dónde quieres llegar. De que no hay más verdad que la que uno quiere creer. De que no hay más obligación que la que uno se exige. De que no hay más lealtad que la que te impones a ti mismo.
Desaparece el miedo. Ahora eres LIBRE. No es una libertad teórica de las que te proporciona una ley. Es una libertad cierta y real. Eres libre y responsable de tu presente y de tu futuro. Ya no hay más límites ni más fronteras que las que tú, y solo tú, te quieres fijar. Tu único límite eres tú, lo cual significa que en realidad, ya no hay límites.
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