En Frozen River, Melissa Leo es una mujer desesperada que toma medidas desesperadas. La falta de medios, una casa que no es una casa, si no un container, y un marido ludópata que huye con los pocos ahorros que tienen, la empujan a pasar con su coche inmigrantes ilegales a través de la frontera con Canadá por un río helado. Las similitudes con otras películas son evidentes, como por ejemplo con María, llena eres de gracia (2004). Una situación frustrante, sin perspectivas ni motivaciones en el horizonte, llevan a las protagonistas a cometer un acto ilegal. La necesidad obliga, incluso, a arriesgar las vidas. En María... el peligro está en que una pepa de heroína se rompa en el estómago, en Frozen River la muerte acecha bajo la capa de hielo. En ambos casos sólo queda rezar para que no te toque la lotería. Sin embargo, el peligro no acaba aquí. La policía, que no es tonta, vigila en ambos lados de la frontera, lo que convierte a la empresa en una tarea casi imposible, saltar de la sartén para caer al fuego.
El inestimable dramatismo de la actuación de Melissa Leo queda acentuado con esa América profunda en la que se enmarca la historia, nevada y gris, el patio trasero de la tierra de las oportunidades donde oculta sus vergüenzas al exterior, un país con elevados índices de pobreza y escasa cobertura social. Así, aprovecha para aportar algo más que la trillada historia de una familia desestructurada y, ya de paso, mostrar sin tapujos la esclavitud del siglo XXI, plasmada en el contrabando de ilegales, más conocido en la frontera del sur con México que en la canadiense.