No me gusta nada jugar a las palas y es precisamente por eso: no se gana ni se pierde, no hay puntos. Terrible; sí, vale, puedes trazar un pequeño campo de juego en la arena e intentar que no se te caiga la bola pero… no es lo mismo, no funciona. Las palas son una caca, además ¡La pelota no puede dar botes! Donde esté una buena pachanguita al fútbol-playa, que se quite lo demás.
¿Puede ser que esta negativa absoluta a practicar este deporte de paletos (atentos al chiste) venga heredada de la necesidad de hacer puntos en los videojuegos? ¿Puede que los videojuegos nos inciten a vernos involucrados en situaciones de ganar y perder?… Ummm… creo que estoy viendo demasiado Sexo en Nueva York porque con este tipo de preguntas es como inician el capítulo (No me juzguéis, es que lo veo mientras dibujo…vale, juzgadme, la serie me mola y creo que ya la vi entera unas ocho veces y ahora me he vuelto a meter con ella en Divinity) En fin, que creo que no. No tiene nada que ver con los videojuegos que no me gusten las palas.
Si buscamos el por qué del inicio de este deporte, todo viene de la primera pareja que ha habitado la tierra y decidieron irse junto al mar. Él se aburría quieto en la toalla y quería jugar a algo, ella quería churruscarse y dar vueltas como un kebab ¿Cómo poder jugar a algo pero a la vez permanecer inmóvil? El juego de las palas sale a la luz. Nuevebits vuelve a traeros la luz.