Fucking spaniards.
Seguro que habéis visto el anuncio. Un spot fantástico, dirigido por Alex de la Iglesia sobre Bq, la compañía española de moda, en la que un puñado de directivos extranjeros pegan golpes en las mesas, se dan con la cabeza contra los cristales y se tiran de los pelos porque somos la caña y tenemos una empresa moderna, cool y puntera.
Fucking spaniards.
Desde luego, somos la leche vendiéndonos. Sacando la chorra y diciendo, aquí estoy yo chavalote; dejando a Bush en bragas y corriéndo 10km en 5 minutos, 10 segundos, ríete tú del guepardo; bebiendo más que nadie, follando más que nadie y sin despeinarnos. Se nos calienta la boca y siempre ganamos en los chistes de un español… (sígase con los gentilicios que uno desee).
Hasta que a uno se le ocurre levantar la alfombra, cuchichear en las tripas, mirar detrás de la cara del gran Oz.
Fucking spaniards.
Estas navidades, lo volvimos a comprobar. Somos el pene en ácido acético hasta que tenemos que probarlo. Entonces todo se vuelve atrezao, oropel, cartón piedra. Las promesas se transforman en excusas, como una carroza volviéndose calabaza más allá de las doce, y las empresas flexibles, en otra puta compañía tocapelotas.
Khaleesi decidió regalarle un teléfono a su madre y, por aquello de hacer gala de producto nacional y, obviamente, porque los teléfonos son muy buenos, se decidió por Bq. Así que, a principios de Diciembre, para prevenir una posible falta de stock, pidió un smartphone y lo dejó con el lazo puesto a la espera de que Papá Noel bajase por la chimenea y lo dejase encima de las pantuflas maternas. Con tan mala suerte de que la pantalla llegó estropeada.
Y no es más que eso, mala suerte. Le puede pasar a todo el mundo. Ambos somos programadores, trabajamos en empresas tecnológicas y sabemos que dos máximas rigen el universo:
1 – Un código nunca compila a la primera.
2 – De vez en cuando salen artículos defectuosos.
Vamos, que la infalibilidad, fuera del Olimpo, es complicada de encontrar (y dentro tampoco, sólo hay que leer algo de mitología para darse cuenta de que aquellos dioses la liaban parda día sí, día también).
Toca llamar al servicio técnico para que cambien el móvil. O eso creíamos nosotros que pasaría, porque… sí, lo habéis adivinado.
Fucking spaniards.
Responde al teléfono un chaval majísimo (léase esto sin asomo de ironía en absoluto), diciendo que iba a estar complicado el cambio, porque sólo se acepta la devolución dentro de los 15 días posteriores a la entrega del artículo.
“Pero es navidad y el artículo estaba envuelto”.
Sí, no te falta razón. Por eso, en un alarde de magnanimidad, si lo comprabas después del 15 de Diciembre, podías devolverlo hasta después de reyes y, como somos españoles, lo más probable es que el 99% de los compradores de este país, lo haga el día antes de reyes. Así que así nos aseguramos la satisfacción del cliente patrio.
“Vale, pero yo soy una persona previsora y lo compré antes, por si acaso no hubiera ya teléfonos, después de que al mundo le entrara un mono irreprimible de consumir después de vuestro grandioso anuncio”.
Bueno, veamos que podemos hacer. Llama a este número y explícales lo que te pasa.
Así que Khaleesi, perdiendo en la tirada 5 puntos de paciencia, llama al segundo número que, en una acrobacia digna de la casa que enloquece de “Las doce pruebas de Asterix”, le vuelve a remitir al primer número, con lo que vuelve a encontrarse con el primer sujeto que le explica, que durante este lapsus, ha estado hablando con su jefe para ver si había alguna posibilidad de ser flexibles y dejar satisfecho al cliente. Pero el jefe, como una gran mayoría de jefes de este atolondrado país, sujetos a las reglas del principio de Peter, dice que no, que las normas están clarísimas y que ya hay tres casos más por toda España con el mismo problema a los que se les ha dicho que ajo y agua, marinero.
Ojocuidao, cuatro casos en todo el país pidiendo una devolución. La marabunta, el apocalipsis, el milenarismo ha llegado.
Cuatro casos que se ven perjudicados por la falta de flexibilidad y visión. Cuatro clientes cabreados que van a hablar fatal de la marca, en la vida volverán a comprar un teléfono Bq y no se van a cansar de rajar de otra empresa dirigida por monos amaestrados.
Fucking spaniards.
A Khaleesi, después de decirle al chaval majete que no pensaba volver a comprar un producto Bq en su vida (a lo que el interlocutor le responde que la entiende perfectamente y que él tampoco lo haría en su situación) no le queda otra que dejar las instrucciones a sus progenitores para que envuelvan el dispositivo, adjunten la factura y esperen a que alguien pase a recogerlo. La putada es que debe volver a la capital del reino para continuar con su rutina y pierde así la posibilidad de dejar el teléfono bien configuradito y mono para que su madre pueda seguir decorando sus whatsapps con flores y animalicos.
La historia bien podría haber acabado aquí, pero como en toda película de terror, aún nos falta la escena final, cuando ya parece que todo está en calma y de repente, el monstruo, que creíamos muerto, te agarra el tobillo en un último susto.
Finalmente, el teléfono no fue cambiado, sino arreglado, a pesar de que en el momento del desembalaje ya estaba fastidiado. Y, como bonus, la compañía de transportes aparece por una casa con dos trabajadores a las cuatro de la tarde, sin avisar y sin la posibilidad de concertar una nueva entrega. Por lo que el padre de Khaleesi tiene que buscar tiempo en su agenda de autónomo para acercarse a la oficina del transportista a recoger de nuevo el teléfono. Lo que quiere decir que Bq ha contratado un servicio de deshechos intestinales para estas entregas porque, al fin y al cabo, ¿quién quiere clientes satisfechos cuando puedes tener una publicidad dirigida por el tipo de “El día de la bestia”?
Me duele decirlo, pero ésta es la mentalidad predominante a la hora de dirigir empresas en nuestro país. Somos un pueblo de discusión en barra de bar sobre temas que no conocemos, de el cliente siempre miente para salir beneficiado, de las normas están para cumplirlas siempre que no me toque a mí hacerlo, de como soy jefe se hace lo que yo diga y a mamarla. Somos orgullosos, cabezones, inflexibles y chapuceros y eso se nota muchísimo en el mundo empresarial.
Cuando Bq empezó a prosperar en el mundo tecnológico me alegré, porque pensé que podía ser una excepción, un punto de inflexión hacia una manera más ordenada e inteligente de hacer las cosas. Pero se ve que aún voy a tener que seguir buscando esa excepción en otros lugares.
Fucking spaniards.