SI HAY ALGO que admiro de los políticos es su capacidad para vivir con el conflicto. Y no me refiero, naturalmente que no, a una contrariedad ocasional o liviana, sino a un verdadero problema, o varios al mismo tiempo, de esos que afectan de verdad a la gente y hasta pueden quitar el sueño del más pintado. Fue lo que pensé ayer durante la recepción de Sol con motivo del Día de la Comunidad al ver, cada uno por su lado, a Manuel Cobo y a Francisco Granados, cuyo soterrado duelo al sol por lo del espionaje animó sin duda el acto a propios y extraños.
Debe ser cosa de periodistas, es posible, pero a falta de otros atractivos, los lugartenientes de Gallardón y de Aguirre tienen motivos sobrados para detestarse. Fundamentalmente, aunque no solo, por el tema de los seguimientos. Granados y Cobo no lo pueden ocultar, por más que traten de mantener el tipo mientras saltan chispas a su alrededor.
Casi me olvido decir que la recepción debió estar bien. Hubo canapés y disimulos, aunque yo de mayor no quiero ser político. No, salvo que primero fuera actor y pudiera tener el arrojo de representar esa gran comedia, en ocasiones con tintes de tragedia, que es la actividad política. Hay que tener mucho valor para dedicarse a ella y no morir en el intento.