Como cada mañana fue a ese banco lejano, en la parte más sombría del parque, con su libro y sus pensamientos. Adoraba la tranquilidad del paraje, el ruido de las hojas, la luz del sol cayendo ya, con sus mágicos colores.
En esos momentos era consciente de su cuerpo terrenal, su piel tibia bajo la camiseta, su boca generosa que hacía tanto que no besaba. Solía descalzarse, y meter los pies en la hierba, le hacía sentir un cosquilleo casi erótico, un estremecimiento que recorría sus piernas y acababa entre sus piernas.
Nunca pasaba nadie por allí, incluso un día estuvo tentada a dejarse llevar por esa sensación y arrancar el placer de ese cuerpo que pedía a gritos una liberación. Pero aquel atardecer estaba inmersa en su lectura, sumergida en otros mundos ajenos a sus deseos. Unos pasos le obligaron a levantar la cabeza, unos ojos oscuros le miraban fijamente, unos ojos de hombre, pegados a una cara fascinante de labios gruesos y sonrisa picara. – Hola, perdona… Creo que me he perdido. No le creyó, pero era incapaz de sentir alarma, algo en él removía su tranquilidad. – Estás en el Parque del Sur. Entonces él hizo algo que la dejó sin palabras, puso una mano en su barbilla y la obligó a mirarle a los ojos. – La verdad es que llevo rato observándote y eres irresistible. Sus palabras tuvieron un reflejo por encima de sus muslos y sin saber porque le sostuvo la mirada, retándole a ir más allá.
Él captó la tensión en sus labios e inclinándose le dio un beso ligero, casi sin tocarla, quedándose pegado a ella, los dos frente a frente, siendo conscientes del cuerpo del otro, la electricidad espesaba el ambiente. – ¿Quieres más? Aún no sabe como salio de su boca un sí ronco pero contundente. Entonces sus labios la poseyeron, su lengua bailaba lenta y profunda con la suya y supo que ya no iba a resistirse, que deseaba ese cuerpo extraño, que quería más, que su piel reclamaba esa piel.
Las manos fueron solas a los sitios adecuados. Ella desabrochando botones, él escondiéndolas debajo de su falda. Ella sintiendo su volcán, él su humedad… Y ya sobraron las palabras. El deseo se impuso y cuando él entró en su cuerpo suavemente, ella le acogió generosa, piel con piel, alma con alma.
Sobre la hierba se amaron, como si fueran los últimos seres de esa tierra, sintiendo el cosquilleo de su cama terrenal bajo las primeras estrellas de la noche. Él derramó su esencia en ella. Ella le regaló su dulce placer… Y al terminar uno derrumbado en el otro, serenos y completos, la magia del momento les envolvió.
Cada tarde vuelve con su libro, pero ya no es capaz de leer, simplemente escucha, las hojas, el viento, el rumor de pasos que no llegan y el latido de su corazón.
Derramado por Zarem
@zarem9
[Retazo de Zarem]