Jeremías entró al lugar y lo primero que contempló fue una silla de ruedas ubicada en el centro de la sala inicial. Estaba impoluta y como recién usada. Entre tanto, el piso cercano a una de las escaleras tenía hojas secas de árboles, papeles y algo de cal. De pronto, un espectro femenino apareció en el lugar y miró fijamente a Jeremías.
Él decidió subir por las escaleras y se encontró con un perro que ladraba sin parar mirando hacia una habitación cerrada. Jeremías sabía que para que la puerta abriera debía decir tres veces un conjuro en latín. Al momento de decir dicha oración secreta una llave apareció y sola abrió la puerta. Jeremías no podía creerlo.
Finalmente, al abrir, Jeremías se encontró con un cráneo sobre el suelo con 9 velones. Él no entendía nada, pero sabía que algo ocurría y el perro le había dado alguna señal. De pronto, el humo que salía de las velas lo guio a una puerta angosta que se abrió sola y dio paso a una especie de ático en el que yacían muchos cuadros, obras de arte y espejos llenos de polvo y suciedad. De repente, un espectro masculino apareció en el lugar y mostró la forma en la que su cuerpo había muerto electrocutado.
Jeremías salió corriendo y de pronto escucho unos aullidos cada vez más cercanos. Lo que sea que emitirse esos sonidos estaba dentro del castillo con él y de hecho, allí estaba.
Huyendo del lugar Jeremías se encontró con una cabaña de cuya chimenea salía humo. Sin embargo, no quiso acercarse al ver un espectro con una lámpara que parecía un espantapájaros. De pronto, mira al cielo rogando piedad y al caminar solo veía que sobre las nubes un ente del más allá le miraba.
Jeremías no sabía qué pasaba, pero todo a su alrededor empezó a transformarse. De un momento a otro cayó desmayado y al abrir los ojos estaba de nuevo encerrado en el castillo y allí estaba Sofía sosteniendo un candelabro. Sofía se había convertido en un espanto más del lugar y no era la única mujer desaparecida que había sido asesinada y había quedado penando en el castillo después de haber sido torturada hasta romper sus piernas para que se transportase en silla de ruedas. Pero al darse cuenta de ello, Jeremías ya no era un ser viviente, era el nuevo espanto del castillo abandonado. Nunca supo quién lo había asesinado.
Lo que Jeremías no había descubierto es que el mismo conjuro en latín que le había abierto las puertas de la habitación secreta, lo había encerrado en el castillo abandonado para siempre.
Te preguntarás ahora muy seguramente, ¿Cuál será ese conjuro? Por tu seguridad, es mejor que jamás lo sepas.