Fuera de servicio

Publicado el 22 agosto 2010 por Filosaletra
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Viajar es la mejor manera de huir de la cotidianidad. Y en este sentido, la huida no es un signo vergonzoso, sino un mecanismo de oxigenación integral.
El éxito de la huida radica en la desconexión. Entre el instante en que pongo el dedo en algún lugar del globo terráqueo y el instante en que comienzo a hacer la lista de lo que llevaré en la mochila, experimento una metamorfósis. Una vez que tengo el boleto en la mano y mi mochila está cargada con lo estrictamente necesario, pierdo la noción del tiempo real y entro en una dimensión distinta en la que el reloj únicamente sirve para no perder el avión, el autobús, el barco o el tren.
La mochila en mi espalda se convierte en un miembro inseparable de mi cuerpo. A partir del momento en que abordo, desenchufo todos los cables y me desdoblo hasta el punto de la desconexión absoluta. Cada viaje que emprendo es una nueva vida, aunque sólo sea una faceta de mi única vida. Cuanto constituye mi núcleo existencial -hogar, familia, amigos, trabajo, planes, responsabilidades, compromisos- queda en estado de inercia en su lugar habitual, como una fotografía colgada en una pared de mi memoria, siempre tras de mi, nunca adelante, mientras estoy de viaje.
La desconexión consiste en mantenerme lo más desinformada posible. Esto significa no leer periódicos, no revisar mi buzón electrónico, no navegar por Internet, no hablar por teléfono (excepto con mi madre), no ver televisión, no trabajar y no interesarme por nada que no esté directamente relacionado con los intereses de mi viaje. En pocas palabras, cuando viajo quedo "fuera de servicio" y he comprobado que sólo así disfruto la aventura, repongo energía, despejo mi mente y renuevo mi espíritu.

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