Nadie es una isla por completo en sí mismo; cadahombrees un pedazo de un continente, una parte de la Tierra. John Donne, cita inicial en Por quién doblan las campanas
Uno de los orígenes de mi fascinación por los mapas se encuentra en los videojuegos de estrategia. Concretamente en aquellos mapitas colocados en una de las esquinas de la pantalla. Siempre me encantaba explorar los territorios no descubiertos, no conquistados. Esa terra incognita. Pero aún más, volver al tiempo y comprobar cómo había evolucionado su paisaje y sus habitantes virtuales. En juegos como el Warcraft o el Age of Empires, tus contrincantes crecían agotando recursos minerales y forestales. Sus civilizaciones pasaban de tribus a imperios. Y al final, sino acaban contigo, conseguías desvelar todos los rincones de aquel mundo digital.
En nuestro mundo, los innumerables satélites y el cochecito de Google han conseguido que ya no existan espacios por revelar. Se acabó lo de «aquí hay dragones». Bienvenido el «allí hay drones». Sin embargo, aunque hayamos barrido toda la superficie terrestre con este sin fin de juguetitos de teledetección, aún existen regiones fuera del mapa. Y no me refiero a las latitudes árticas, las profundidades abisales o las selvas amazónicas. Sino a las regiones oscuras de nuestra mente. La denominada sustancia o materia gris. Entre ésta y la sustancia blanca, fronteras. Límites que serpentean entre nuestros lóbulos cerebrales. Barreras en nuestra conciencia que trasladamos a nuestro paisaje. El mapa quizás no sea el territorio. Pero el territorio es nuestro mapa… mental.
Ramiro Aznar es biólogo especialista en GIS y actualmente colabora con Paisaje Transversal en la elaboración de cartografías y mapas.
Más textos de Ramiro Aznar publicados en este blog: http://bit.ly/RamiroAznar
Créditos de las imágenes:
Imagen 1: Una pareja de policías húngaros vigila la alambrada entre Serbia y Hungría (Fuente: DailyMail) Imagen 2: Lo importante no es donde están los sitios sino quién dibuja los mapas (Fuente: El Roto-El País)