b. En Colombia (otro país afincado en cuestionar las elecciones venezolanas y desconocer sus resultados), el actual presidente Santos ganó en unas elecciones que recogieron la participación del 40,65% del padrón electoral colombiano en primera vuelta; y el 47,97% en la segunda. Las elecciones generales de 2014 en este mismo país tuvo una abstención del 57%.
c. La elección de Donald Trump en EEUU tuvo una abstención del 45,5%, además de realizarse en un sistema electoral vetusto, producto del cual su contrincante Hillary Clinton (que obtuvo ciertamente más votos) no alcanzó la presidencia por las complejidades que produce ese intrincado sistema electoral indirecto heredado del siglo XIX. Dicho todo esto, es fundamental entender que el proceso electoral ocurrido ayer en Venezuela (y del cual tocará hacer análisis pormenorizados en los días por venir) solo ratifica una vez más la voluntad del pueblo venezolano de resolver de manera pacífica, auto determinada y dentro de la institucionalidad democrática, sus legítimas diferencias. Esta elección avala la decisión soberana que el pueblo de Venezuela tomó hace 20 años al marcar un rumbo de transformaciones profundas en su proyecto colectivo, de la mano de Hugo Chávez en aquel momento y hoy con su sucesor legítimo, el presidente Maduro. El pueblo que votó no ha dado un cheque en blanco y es consciente que hay mucho que corregir para que el país supere esta grave crisis que atraviesa; pero sin duda ha reiterado su confianza en quien considera que con honesta intención y posibilidad de actuar acorde a los intereses populares, puede asumir ese reto. Diga lo que diga la canalla mediática, los verdaderos perdedores de ayer ni siquiera fueron los candidatos que no ganaron (pero que cosecharon un caudal de votos que pueden alimentar a futuro si son sabios). Los verdaderos perdedores son quienes apostaron al quiebre del país y asumieron al derrotero de la violencia; Esa oposición anti democrática que se negó al camino electoral y que mercadea sanciones genocidas contra su país. Perdieron también sus financistas del departamento de Estado norteamericano y el psicópata inquilino de la Casa Blanca; los senadores aliados a la gusanera de Miami y los fascinerosos presidentes del “Grupo de Lima”. Perdió la sumisa Unión Europea. Perdió Almagro y perdió la OEA. Comprensible entonces la bilis derramada por ellos en tanta prensa subordinada y la gran cloaca en que han convertido las redes sociales hoy y en los días por venir. Digan lo que digan o callen lo que callen, la verdad incontrastable es que Nicolás Maduro, el subestimado, el obrero, el autobusero, el sindicalista, el elegido por Chávez, ha dado otra gran lección al mundo de madurez y capacidad política, junto al pueblo que ha ratificado y legitimado en las urnas la hegemonía política del chavismo y su proyecto emancipador. Maduro ha demostrado, una vez más, por qué es el estadista que está al frente de esta Nación. El faro libertario que brilla en la tierra de Bolívar no será nada fácil de apagar…