Fuerteventura. Volveré.

Publicado el 31 julio 2018 por Molinos @molinos1282
Escribo mentalmente el último post de este diario mientras preparo la maleta, sigo escribiendo mientras desayunamos, y continúo añadiendo cosas en lo que terminamos de recoger la casa y nos metemos en el coche. Para cuando llegamos al aeropuerto, facturamos, pasamos el control de seguridad y yo pruebo otros cuatro perfumes del duty free, el post está entero en mi cabeza listo para ser escrito. «En cuanto despeguemos, saco el ordenador y lo dejo preparado». En cuanto despegamos y me propongo seguir con el plan establecido el portátil está sin batería. El post, las líneas perfectas que yo había dibujado se esfuman al contemplar el icono de la batería en rojo, latiendo sin ganas, a punto de morir. 
Como soy una chica de recursos y un bolso como Mary Poppins, saco el cuaderno rojo que empecé con el año y mi pluma de tinta verde, dispuesta a terminar este cuaderno escribiendo a mano las notas que pululan por mi cabeza y que todavía esté a tiempo de cazar para escribir el post que he perdido o algo que se le parezca mucho. Antes de ponerme a cazar retazos de ese post mítico y perdido, descubro que la presión del vuelo, o algo así, hace que la tinta verde se comporte de manera extraña, descontrolada. Al final de cada renglón (uso siempre esta palabra desde que leí a Xosé Castro lamentarse del uso ubicuo de la palabra línea con lo bonito que es un renglón) la tinta estalla en una burbuja verde que deja un bonito rastro, como de pisadas, en las últimas páginas de este cuaderno. 
Se termina Fuerteventura y lo hemos exprimido al máximo. Ayer, nuestro último día en la isla, volvimos a la playa de las dunas en Corralejo. Esta vez sin viento. Agua turquesa, arena fina, olas divertidas y cuatro gatos. El día respondió por completo a esos anuncios gigantes que te encuentras en los aeropuertos de centro Europa animando a sus ateridos habitantes a venir a España y encontrar un paraíso. Esos anuncios que cuando tú los ves piensas: «madre mía, el photoshop que le han metido a la foto». Lo mejor, sin embargo, no es el agua, ni las olas, ni la arena ni que apenas haya gente. Para mí lo mejor de estas vacaciones es la compañía. Ir de viaje es una actividad de riesgo que la mayoría de la gente emprende a tontas y a locas, sin preparación, sin pensarlo y sin preocuparse. Y hay pocas cosas más terribles que un mal viaje. Juan y mis hijas son una grandísima compañía. Él me saca de mis casillas con sus mil y una manías, ellas me desesperan con su adolescentismo y yo, supongo, les parezco muy pesada a veces con mis órdenes y peticiones pero nos compenetramos con precisión.  Tumbados ayer en la arena, bueno Juan estaba sentado en su sillón hinchable marca TRONO que ha sido la comidilla en todas las playas a las que hemos ido, imaginaba hilos que nos conectan entre nosotros, a veces intersectan, a veces corren paralelos pero nunca cortocircuitan. Nos acoplamos de manera perfecta para hacer cosas juntas mientras mantenemos cada uno nuestra forma de ser y nuestra manera de pensar. 
Al bajar el sol, se acabó nuestro tiempo y mientras atravesábamos las dunas para volver al coche  me quedé atrás. Los vi alejarse a los tres, charlando sobre cualquier nimiedad. Pensé en si volveríamos el año que viene a pasar las vacaciones juntos. Eché un último vistazo a mi alrededor y seguí caminando. Había flores a mis pies, pequeñas flores azules entre hojas verdes creciendo en medio de las dunas. En Fuerteventura he aprendido que igual que todas las nubes no son iguales, las arideces tampoco lo son. Y yo, la chica que adora la lluvia, me he enamorado de esta aridez. En el último vistazo me prometí a mí misma (algo que no hay que hacer nunca) que volveré a esta aridez a escribir sin prisa.