Fuga de ‘Facultraz’

Publicado el 29 enero 2017 por Jmlopezvega

H ay un peñasco hincado en la bahía de San Francisco, refugio de focas y cormoranes, al que viajan toneladas de morbosos domingueros porque en su cresta hubo una sombría cárcel. No veas qué de películas se han rodado sobre el talego de Alcatraz. Allí aprendió Burt Lancaster los rudimentos de la Ornitología y de allí se escapa Clint Eastwood unas 250 veces al año, para que el programador de Antena 3 no tenga que estrujarse el coco.

Recién empieza Morris a hornear su fuga, un negro resabiao le expone la inviabilidad de darse el piro. "Hacen 12 recuentos al día", le dice. "A veces pienso que este marrón no es más que un largo recuento. Nosotros contamos las horas, los guardias nos cuentan a nosotros, y el alcaide recuenta los conteos". Pues bien, la Universidad española ha sustituido los recuentos por exámenes. Un examen cada 3 días -algunos días 3 exámenes-, como los tristes tigres del trigal.

Que vaya un tigrexamen detrás de otro, en sí mismo, no tendría mayor malicia. A fin de cuentas, los encofradores vierten la masa, una y otra vez, todos los años de su vida laboral, y solo tienen callos en las zarpas y alguna hernia discal. Sin embargo, tanta reiteración de exámenes acaba dejando huella en la tierna mente estudiantil. De momento, los exámenes rechupan la energía necesaria para otras tareas. Importa tantísimo el examen -la nota-, que lo demás ocupa un escalón menor y, por lógica, disminuye la asistencia a clases, no se organizan seminarios y las prácticas se resienten. El examen, de coyuntura más bien excepcional, pasa a adueñarse de la "normalidad" y relega otras facetas al sueño etílico del ya veremos, después del finde.

Para más inri, el cerebro se acostumbra a "eliminar materia". ¿Dices que aprobaste? Pues a otra cosa, mariposa. Otro tigrexamen y hala, a la caza de otra nota sin mayor vinculación con los afanes precedentes. Este fenómeno cognitivo es obvio en las asignaturas cuatrimestrales, que desde Bolonia son todas. La que yo imparto contiene 2 pedazucos, relativamente independientes, y comporta 2 exámenes, por supuesto, cada uno con su fecha y su canesú. Si el primer examen tiene lugar un viernes, pregunta al alumno algo, lo que sea, al viernes siguiente: ni flores.

Andaba yo de prácticas por las urgencias pediátricas con el Dr. Ochoa. La de veces que me dijo, mientras hojeaba su sempiterno ABC: "Chaval, la Medicina es un sacerdocio". A mí, más que al sacerdocio, se me parece a la mayonesa. Según dicen, primero va el huevo, luego el aceite, que se atemperen; luego va la pizca de sal, quizá un chorrito de limón o vinagre, y después viene el misterioso proceso de batirla, despacio, a su ritmo, para que todo ligue con suavidad. Un ingrediente fuera de cacho, una maniobra a deshora, y todo se va al traste. Pues así es la Medicina, una lenta incorporación de cosas, a menudo las mismas, discretamente repetidas, para que vaya fraguando la pizza. Asentada la base, ya le echaremos por encima el choriqueso o las frutigambas.

Las porciones cuatrimestrales, con sus exámenes semanales, desarbolan la receta del bollo preñao (lo que la Medicina debería ser) y la convierten en una ristra de perlas precariamente conexas por un hilo más bien frágil. Encima, como tanto examen sencillamente no puede ser -tan solo convocarlos, confeccionarlos y corregirlos se hace agotador-, desembocamos en la pepla del examen "tipo test". Al alumno se le ofrecen 5 opciones y tiene que elegir una, solo una, sin dar más explicaciones, porque la verdad está en la C y nada más que en la C. Defienden este engendro ciertos expertos de la cosa cognitiva, en la creencia (la fe mueve montañas) de que existen test tan rigurosos como fehacientes de las capacidades del alumno.

De la cosa metodológica sabrán lo suyo, pero del razonamiento médico andan bruja. El enfermo no viene con 5 opciones en la frente, para que tú le pongas una cruz con rotulador rojo, y la decisión diagnóstica o terapéutica no obedece al fulgor instantáneo de la memoria, sino a un enfoque que acaso sí, parece bien tirado, pero a lo mejor va por otro camino. Esto le espantará a Trump, el panojo, que no ve más allá de lo que él considera "hechos irrefutables", pero contiene el núcleo fuerte de la Medicina, que es humanística o no es nada.

Para superar el test (incluso con notaza), el alumno hace un esfuerzo de pura memoria, embutiéndose miles de detallucos que sirven para marcar la B de burro o la A de as de la aviación, pero que al raciocinio clínico le ayudan lo que yo te diga. El test invita a memorizar pijadas, lo cual es cómodo para el profesor y satisface al alumno por su "objetividad", pero en el fondo elude que la Medicina es una mayonesa y no todos los platos llevan igual de salsa. Ahora se examinan los pobrucos esforzados del MIR. Les van a despachar 260 preguntas de test, más las decenas de simulacros que ya han engullido, fauces abajo. Por primavera notarán que su nota no dice nada, pues les entrará un enfermo por Urgencias y el maldito no llevará las instrucciones inscritas en el pecho.