Fuga del Campo 14

Publicado el 21 marzo 2012 por Vigilis @vigilis
Su primer recuerdo es una ejecución. Caminó con su madre hasta un campo de trigo en el que los guardas habían reunido varios miles de prisioneros. El niño gateó entre las piernas de la gente hasta la primera fila y vio cómo los guardas ataban a un hombre a un poste de madera.
Shin In Geun tenía cuatro años. Demasiado joven todavía para entender el discurso previo al asesinato. En docenas de ejecuciones durante los siguientes años, escucharía a guardas contar a los prisioneros que al reo le habían ofrecido redimirse mediante el trabajo forzado pero que este había rechazado la generosidad del gobierno norcoreano.
Los guardas metieron piedras en la boca del prisionero, cubrieron su cabeza con una capucha y le dispararon.
En el Campo 14, una prisión para los enemigos políticos de Corea del Norte, las reuniones de más de dos reclusos están prohibidas excepto en las ejecuciones. Es obligatorio asistir.
El Campo 14 es un campo de prisioneros del tipo "distrito de control total", allá van los irredimibles. Fundado en 1959 en la provincia de Pyongan del Sur, retiene a unos 15.000 prisioneros. Tiene 48 kilómetros de largo y 36 de ancho; en su interior hay granjas, minas y fábricas; está situado en una zona montañosa, de valles escarpados. Shin pensaba que todo el mundo vivía en campos como ese. Que era lo normal.
Shin vivía con su madre en la mejor clase de estancia para prisioneros que el campo podía ofrecer. Tenían una habitación propia en la que dormían sobre el suelo de hormigón y compartían una cocina con otras cuatro familias. Disfrutaban de electricidad dos horas al día. No había camas, ni sillas, ni mesas. Tampoco agua corriente.
Si la madre de Shin alcanzaba su cuota de producción diaria, podría llevar comida a casa. A las cuatro de la mañana, preparaba comida para su hijo y para ella. Todas las comidas eran iguales: gachas de maíz, chucrut o sopa de repollo. Shin siempre tenía hambre. Cuando su madre salía para trabajar en los campos, Shin comía su comida y la de su madre. Cuando ella volvía a mediodía se encontraba sin comida y entonces pegaba a Shin con una pala.
La madre de Shin se llamaba Jang Hye Gyung. Nunca le hablaba del pasado, de su familia o de por qué estaba en el campo. Él tampoco preguntaba. Que fuera hijo de ella había sido dispuesto por los guardias del campo: la eligieron a ella y al hombre que se convirtió en el padre de Shin para unirlos en un matrimonio "de recompensa".
Los solteros viven en dormitorios separados por sexos. La regla octava del Campo 14 dice: "En caso de contacto físico sexual sin previa aprobación, los autores serán ejecutados de inmediato". Un matrimonio de recompensa es la única forma de eludir la octava regla. Los guardas anuncian los matrimonios aprobados cuatro veces al año. Si un cónyuge encuentra a su pareja inaceptable por edad, crueldad o fealdad, la guardia podría a veces disolver el matrimonio. En ese caso, ninguno de los dos podría volver a casarse. El padre de Shin, Shin Gyung Sub, contó a Shin que los guardas le dieron a Jang como pago por su destreza al operar el torno para metal.
Tras su matrimonio, a la pareja se le permitió dormir junta durante cinco noches consecutivas. A partir de ahí, el padre de Shin sólo tenía permiso para visitar a Jang algunas veces al año. Su primogénito, Shin He Geun, nació en 1974. Shin nació ocho años después. Los hermanos apenas se conocían. Cuando Shin cumplió cuatro años, su hermano mayor fue trasladado a un dormitorio de solteros.
Los guardas enseñaban a los niños que eran prisioneros por culpa de los pecados de sus padres, pero que podrían redimirse si trabajaban duro, obedecían a los guardas e informaban de lo que hacían sus padres.
Un día, Shin se unió a su madre en el trabajo, plantando arroz. Cuando ella se desplomó, un guarda la obligó a ponerse de rodillas al sol con los brazos en cruz hasta que desfalleció de nuevo. Shin no supo qué decirle, así que no le dijo nada.

Las noches de verano, los niños se colaban en un huerto cercano para comer peras verdes. Si los guardas les cogían, les golpeaban. A los guardas no les importaba que los niños comieran ratas, ranas, serpientes o insectos. Comer ratas era fundamental para sobrevivir. Su carne ayudaba a prevenir la pelagra, que estaba muy extendida debido a la falta de proteínas y niacina en la dieta del campo. Los prisioneros que padecían pelagra, sufrían úlceras cutáneas descamativas, diarrea, delirios y confusión mental. Era una forma muy frecuente de morir.
Cazar ratas era lo que más motivaba a Shin. Por las tardes, se juntaba con sus amigos en la escuela, donde había una estufa de carbón en la que podían asar ratas para comérselas.
Un día, en junio de 1989, el profesor de Shin, un guarda que vestía uniforme y llevaba una pistola al cinto, cacheó por sorpresa a los niños, que tenían seis años. A una le encontró cinco mazorcas de maíz. Ordenó a la niña ponerse de rodillas delante de la clase, y le golpeó la cabeza con una vara de madera una y otra vez. Los niños contemplaron en silencio cómo se le desfiguraba el rostro y cómo su cabeza se cubría de sangre hasta que cayó inconsciente sobre el suelo de hormigón. Sus amigos llevaron a la niña a su casa. Esa noche murió.
En una pendiente al lado de la escuela de Shin, un dazibao rezaba: "Todo de acuerdo a las normas y reglas". El niño memorizó las diez reglas del campo y todavía hoy las recita de forma automática. La tercera regla de la subsección tercera del Campo 14 dice: "Cualquiera que robe u oculte alimentos, será ejecutado de inmediato". Shin creía que la niña había sido castigada justamente. El profesor siguó dando clase. En los recreos, a los niños se les permitía jugar a piedra, papel, tijera.
Algunos sábados, el profesor les daba permiso para que se cogieran piojos unos a otros. Shin nunca supo cómo se llamaba aquel profesor.
En la escuela de primaria había clase seis días a la semana. En la escuela de secundaria se daba clase todos los días. Tenían un día libre al mes.
En invierno, los niños son movilizados para limpiar las letrinas del pueblo de los guardas. Arrancan con sus manos desnudas las heces congeladas y las acumulan en carretillas para ser usadas después como fertilizantes. En verano, los niños trabajan en los campos desde las cuatro de la mañana hasta el anochecer, arrancando malas hierbas con las manos.
El jabón es un lujo. Shin recuerda sus pantalones rígidos por la porquería y el sudor. Cuando hacía demasiado frío para bañarse en el río o estar bajo la lluvia, Shin, su madre y sus compañeros de escuela, apestaban como animales de granja.
Los mejores amigos de Shin en la escuela eran un niño llamado Hong Sung Jo y una niña llamada Moon Sung Sim. Sus madres trabajaban en la misma granja y ellos jugaban juntos. Ninguno invitaba a otro a su casa. No podían fiarse. Los niños trataban de conseguir raciones extra de comida contándoles a los guardas lo que sus vecinos comían, vestían y decían.

Shin tenía nueve años cuando fue enviado con sus compañeros a la estación de tren a recoger carbón. Para llegar allí debían pasar por debajo de un puesto de guardia. Allí estaban los hijos de los guardas que les gritaban: "¡Ahí vienen los reaccionarios hijos de puta!" y se ponían a lanzarles piedras. Los golpes les hacían sangrar y acababan por desmayarse. Entonces llegaban los guardas y les gritaban "¿Por qué no estáis trabajando?". Después les ordenaban que se llevaran los cuerpos de los desmayados con ellos.
Cuando Shin y sus compañeros entraron en la secundaria, apenas sabían leer. Ahora, sus nuevos profesores eran capataces. La escuela secundaria era un lugar donde aprender a trabajar en la mina, en el bosque y en los campos. Al final del día, la escuela se convertía en un lugar donde practicar la autocrítica. De noche, 25 niños dormían en el suelo de hormigón de la clase.
El 5 de abril de 1996, el profesor de Shin le dio permiso para irse a casa y comer sopa con su madre como recompensa por su buen comportamiento. Cuando llegó, se encontró con su hermano, que trabajaba en una fábrica de cemento. Su madre no se alegró de ver a Shin. No lo había echado de menos. Cocinó su ración de 700 gramos de maíz para hacer gachas en una olla. Shin comió y se echó a dormir.
Al cabo de un rato, unas voces le despertaron. Fue a mirar a la cocina y vio que su madre cocinaba arroz. Shin se sintió traicionado. Había estado comiendo lo mismo toda su vida y de pronto su hermano tenía arroz. Shin sospechó que su madre lo había robado puñado a puñado. Escuchó la conversación y averiguó que a Shin He Geun no le habían dado el día libre: se escapó de la fábrica. Ahora discutían qué hacer.
"Fugarnos". Shin se quedó de piedra al escuchar aquello. La madre no se lo discutió al hermano de Shin, aunque sabía que si su hijo escapaba, o era tiroteado al intentar escapar, toda su familia sería torturada y probablemente ejecutada. Todos conocían la primera regla de la subsección dos del Campo 14: "Todo testigo de un intento de fuga que no informe, será ejecutado de forma inmediata".
Estaba enfadado: su madre ponía en peligro su vida por culpa de su hermano. También sentía celos por el arroz. Era la una de la madrugada. Corrió a la escuela. En el aula repleto de cuerpos durmientes, Shin despertó a su amigo Hong Sung Jo. Este le dijo a Shin que contara todo a un guarda. Hizo exactamente eso:
-Necesito contarle algo, pero antes, quiero algo a cambio -le dijo Shin al guarda nocturno. Pidió más comida y ser nombrado delegado de clase, un puesto que le permitía trabajar un poco menos y que no le golpearan tanto.
El guarda accedió y mandó a Shin que durmiera.
La mañana siguiente a su confesión nocturna, varios hombres uniformados esposaron a Shin, le pusieron una venda en los ojos y lo llevaron en silencio a los cuartos subterráneos.
-¿Sabes por qué estás aquí? -el oficial que le interrogaba no sabía o no le importaba que Shin hubiera delatado a su madre y a su hermano-. Al amanecer tu madre y tu hermano fueron capturados mientras intentaban escapar. ¿Tenías conocimiento de su plan? Si quieres vivir más te vale que me digas todo lo que sabes.
El oficial sacó el expediente de su familia.
-Pon aquí tus huellas, bastardo -Shin leyó en el papel la razón por la que su padre fue encarcelado. Era el hermano de un fugitivo que huyó a Corea del Sur durante la guerra. El crimen de Shin, por lo tanto, era ser hijo de su padre.
Lo metieron en una celda diminuta. No podía tumbarse en el suelo ni ponerse de pie. Tampoco había ventanas. No sabía cuándo era de día o cuándo de noche. No le daban de comer ni pudo dormir.
En lo que Shin calculó que fue el tercer día de aislamiento, varios guardas le pusieron grilletes en los tobillos y lo colgaron boca a bajo del techo. Lo dejaron así colgado hasta la noche.
Al cuarto día, unos interrogadores vestidos de paisano lo sacaron de su celda y lo llevaron a un cuarto mal iluminado. Allí había una cadena colgando del techo. En la pared había martillos, hachas y porras. Sobre la mesa, unas cizallas de forja.
-Si dices la verdad, te salvaré la vida. Si no, te mataré. ¿Me entiendes?

Lo desnudaron y le ataron las muñecas y los tobillos. Comenzaron a hacerle más preguntas. Engancharon la cadena del techo a sus grilletes. Shin quedó colgando. Tiraron brasas al suelo. Lo fueron acercando a las brasas incandescentes con un hierro clavado en su abdomen hasta que Shin pudo oler su propia carne asada. Se desmayó de dolor pánico.
Shin se despertó en su diminuta celda. Estaba hecho un ovillo sobre sus excrementos y orina. Su espalda estaba abrasada. La piel de sus muñecas ya no estaba ahí. Las heridas se le infectaron y llegaron las fiebres. Con ellas, perdió el apetito.
Shin calcula que pasaron diez días hasta su último interrogatorio. Como no podía mantenerse en pie, lo interrogaron en la propia celda. Ese día Shin acertó a decir que él había dado parte del plan de huída.
-Hice un buen trabajo. ¡Preguntadle a Hong Sung Jo! -suplicó.
La fiebre fue a peor y las heridas de su espalda rezumaban pus. Su celda olía tan mal que los guardas se negaban a entrar. Por fin, fue trasladado a una celda compartida. Lo habían indultado porque Hong confirmó su historia.
Su nuevo compañero de celda era muy mayor para la esperanza de vida media en los cuartos subterráneos. Debía tener unos 50 años. Según decía, llevaba allí encerrado muchos años. Echaba de menos la luz del sol. Pálida, su piel cubría unos huesos descarnados. Su nombre era Kim Jin Myung, pero pidió a Shin que le tratara como si fuera su tío. Los siguientes dos meses, el tío cuidó de Shin. Le extendía sopa salada de col sobre sus heridas para desinfectarlas y le daba masajes en las piernas para que no se le atrofiaran.
-Todavía te quedan muchos días por vivir -le decía su tío-. Dicen que el sol brilla incluso en las ratoneras.
Los cuidados y las palabras del anciano de 50 años mantuvieron a Shin con vida. Pasó la fiebre y sus heridas cicatrizaron. Shin se sentía muy confuso: ni se fiaba de que su madre impidiera que él pudiera morir de hambre. No podía confiar en nadie. En la escuela, como todos los demás, delataba a todos siempre que tenía la oportunidad. Como contrapartida, esperaba la traición y el abuso. En aquella celda, su tío le empezó a hacer cambiar de idea.
El tío le contaba a Shin a qué sabía la comida. Le describía lo que era comer cerdo asado y almejas a la orilla del mar. Shin recuperó el apetito.
De pronto, un día, un guarda abrió la puerta y le dio a Shin un uniforme de la escuela. No se quería ir, pero finalmente se despidió de su tío. Jamás lo volvió a ver, pero siguió recordándolo más que a sus padres.
Lo llevaron a la sala de su primer interrogatorio. Le dijeron que era noviembre. Shin había pasado más de seis meses sin ver la luz del sol. Allí se arrodilló junto a su padre, que tenía una pierna doblada en una dirección antinatural.
Pusieron sus huellas en un documento, los esposaron, les vendaron los ojos y los llevaron en camión hasta un lugar lleno de gente, de prisioneros. Shin estaba convencido de que serían ejecutados. Aspiró aire con sus pulmones. Notó cómo el aire los llenaba y los vaciaba. Aquellas eran sus últimas bocanadas de aire.
Un oficial gritó por la megafonía:
-¡Ejecuten a Jang Hye Gyung y a Shin He Geun!
Shin miró a su padre, que lloraba en silencio. Cuando los guardias arrastraron a su madre hasta la horca, Shin vio que su tripa estaba hinchada. La obligaron a subirse a una caja de madera, la amordazaron, le ataron las manos a la espalda y le pusieron una soga alrededor del cuello. La mujer recorrió la multitud con la mirada y se encontró a Shin. Este se negó a sostenerle la mirada. Cuando los guardas quitaron la caja, se sacudió desesperadamente. Mientras veía a su madre, Shin pensó que merecía morir.
El hermano mayor de Shin estaba demacrado. Lo ataron a un poste de madera y le metieron nueve tiros. Shin pensó que él también merecía morir.
Shin tiene 14 años, así que vuelve a la escuela secundaria. Allí, su profesor lo castiga de rodillas durante horas y no le deja usar el váter. Sus compañeros le pegaban, le insultaban y le robaban la comida. Shin estaba muy débil para poder trabajar. Cuando caía sopa al suelo, la tocaba con los dedos y luego se los chupaba. Buscaba también por el suelo granos de arroz y habas. Cuando tenía suerte, descubría granos de maíz sin digerir entre la mierda de vaca.
En el tiempo de reclusión con su tío, había aprendido que más allá había más tipos de comida que jamás había probado. Se sentía solo y despreciado por todos. Pero sobre todo, se sentía mal con su madre. Culpaba a su madre muerta de lo que le pasaba. A veces su padre le preguntaba cómo se sentía, pero lo odiaba demasiado como para responderle.
-Sé que sufres porque no tienes los padres que te mereces. Tuviste mala suerte de nacer donde naciste. Pero, ¿qué puedes hacer? Así son las cosas.
Hacia marzo de 1997, morir de hambre se volvió una posibilidad muy real. Maltratado por su profesor y por sus compañeros, Shin no podía comer adecuadamente. Sus heridas se volvieron a abrir. Crecía debilitado y muchas veces no podía completar la cuota de producción asignada, lo que le llevaba a recibir más golpes, menos comida y a sangrar todavía más.
En el peor momento, Shin obtuvo cierto alivio. Su profesor fue sustituido por otro. El nuevo profesor a veces alimentaba en secreto a Shin. También, viendo su estado, le asignó menos trabajo. Shin recuperó peso. Sus quemaduras curaron. Por qué le ayudó es algo que Shin nunca se explicó, pero sí está convencido de que sin esa ayuda, estaría muerto.
En 1998, con 15 años, Shin fue con otros miles de prisioneros a construir una presa en el río Taedong. La mayor parte del trabajo se hacía con palas, cubos y manos desnudas. Shin había visto morir a mucha gente en el campo: de hambre, enfermedad, golpes y ejecuciones; pero nunca había visto morir a gente como parte del trabajo cotidiano. La mayor pérdida de vidas humanas ocurrió con una riada. En julio de 1998, el desbordamiento del Taedong se cobró la vida de miles de trabajadores forzados. A Shin lo pusieron con otros cientos a cavar fosas y enterrar cadáveres.
Con 16 años acabó la secundaria. El profesor asignaba a los graduados el trabajo en el que pasarían el resto de sus vidas. Más de la mitad de la clase fueron enviados a las minas de carbón, donde los accidentes, el envenenamiento y las explosiones eran frecuentes. A Moon Sung Sim la enviaron a una fábrica texti. A Hong Sung Jo a las minas. Shin jamás volvió a ver a su amigo.
A Shin lo enviaron a una granja de cerdos donde robaba maíz, coles y otros vegetales. Pasó allí cuatro años y estaba convencido de que allí pasaría el resto de su vida. Pero en marzo de 2003 fue transferido a la fábrica de ropa del campamento, donde 1.000 mujeres cosen uniformes militares en turnos de 12 horas. Cuando las máquinas de coser a pedales se estropeaban, Shin las arreglaba.
Un año después, mientras manipulaba una máquina de coser, se le cayó al suelo y se le rompió sin posibilidad de ser arreglada. Las máquinas de coser estaban consideradas más importantes que los prisioneros. El capataz jefe le cortó el dedo corazón de su mano derecha.
En octubre de 2004, llegó un nuevo prisionero a la fábrica. El director de la fábrica ordenó a Shin informar de todo lo que decía de política, su familia o su pasado. Park Yong Chul evitó las preguntas de Shin durante el primer mes. Casi dejaron de hablarse hasta que un día le preguntó a Shin:
-¿Dónde está su hogar, señor? -¿Mi hogar? Este es mi hogar-respondió Shin. -Yo soy de Pyongyang, señor.
Park era un hombre de unos cuarenta años, sus modales avergonzaban y molestaban a Shin.
-Soy más joven que tú, déjate de formalidades conmigo. -Muy bien. -Oh, por cierto, ¿dónde está Pyongyang?
La pregunta descolocó a Park. Le explicó que Pyongyang estaba a 80 kilómetros al sur del Campo 14 y que era la capital de Corea del Norte, la ciudad donde vivía la gente que tenía poder. Park también le dijo que había crecido allí, pero que también estudió en Alemania Oriental y en la Unión Soviética. Al volver a su país, se había vuelto profesor de taekwondo. Le explicó lo que era el dinero, la televisión, los ordenadores y los teléfonos móviles. También le informó que el mundo tenía forma esférica.
La mayoría de las cosas que Park le contaba, Shin no las entendía, no se las creía o no le importaba. Las únicas historias que le fascinaban eran las que tenían que ver con comida. Park le describía cómo se preparaba el pollo, el cerdo y la ternera en China, Hong Kong, Alemania y la URSS. Por aquellas historias, Shin decidió no dar más informes de Park.
En diciembre de 2004, Shin comenzó a pensar en fugarse. El espíritu de Park, su dignidad y su información incendiaria dieron a Shin una forma de soñar con el futuro. Comprendió dónde estaba y lo que le faltaba. El Campo 14 ya no era su casa, era su prisión. Y Shin ahora tenía un amigo muy viajado para ayudarle a huir.
Comenzaron a hablar del plan de fuga, pero Shin no acababa de fiarse de Park. Pensaba que podía delatarlo. Él había vendido a su propia madre, ¿por qué pensar que Park no lo vendería a él? Pasaron los días y la idea de comer en China le hizo sobreponerse al miedo.
El 2 de enero de 2005 era el día perfecto para escaparse: los trabajadores del taller serían conducidos a un bosque cerca de la alambrada para cortar árboles. En Año Nuevo, Shin vio por última vez a su padre. Al día siguiente estaban al lado de la alambrada. Los guardas llevaban ametralladoras y había torres de vigilancia. Esperaron al anochecer y fueron hacia la alambrada. Ésta tenía tres metros de alto y estaba electrificada.
Park fue el primero en meterse entre las líneas del alambre de espinos. Shin vio saltar chispas y reconoció el inolvidable olor de la carne abrasada. Park ya no se movió más. El peso muerto de Park creó un hueco entre el alambre. Shin se arrastró sobre el cuerpo inmóvil de su amigo. En el último momento, le resbalaron las piernas del torso de Park y rozó el alambre. Notó cómo algo le mordía pero ya estaba fuera. Se puso en pie y corrió colina abajo sin mirar atrás. Corrió durante dos horas. No oyó sirenas, ni tiros, ni gritos. Cuando cayó rendido, las piernas no le respondieron. Las tenía ensangrentadas pero a doce bajo cero no sentía nada. Otra cosa le preocupó en ese momento a Shin: no sabía dónde estaba China.
En el almacén de una granja, cambió su ropa por un uniforme de soldado. Tenía 23 años y no conocía a nadie en el mundo. Durmió en cochiqueras, en vagones helados y caminó días enteros. Comió del suelo, robó y escamoteó en el mercado negro. Le ayudaron, le engañaron y le traicionaron.
A finales de mes llegó al fronterizo río Tumen. Haciéndose pasar por soldado, sobornó a los puestos de vigilancia con cigarrillos, caramelos y galletas. Llegó a un vado de 90 metros de ancho, caminó sobre el agua congelada que rompió bajo sus pies. Llegó arrastrandose a China. Helado y hambriento.
Dos años después, llegó a Corea del Sur.
A los cuatro, llegó a California.
Hoy Shin trabaja para un grupo activista cristiano por los derechos humanos. Su historia la cuenta Blaine Harden en el libro Escape from Camp 14. Alguna reseña dice que el libro se lee “como un thriller distópico”. Shin se ha cambiado el nombre ahora que tiene una vida en la que puede tomar decisiones. Aparte de dar a conocer el genocidio norcoreano, ayuda a otros que escapan para que no caigan en redes de esclavos o en el tráfico sexual chino.
Las malformaciones de su cuerpo debido al trabajo infantil, las cicatrices por quemaduras de brasas y electricidad, las costras en tobillos y muñecas, y su dedo ausente, son testimonio de lo que pasó en el Campo 14. Un moderno campo de exterminio cuya existencia niega el gobierno norcoreano.