Revista Cultura y Ocio

"Fugas", de James Rhodes. ¿Por qué hay heridas imposibles de sanar?

Publicado el 22 enero 2018 por Sofiatura
Hace casi un año, James Rhodes me enseñaba con su biografía Instrumental tres cosas que nunca olvidaré. La primera, que los abusos sexuales a niños siguen siendo un tabú y que la pederastia es una lacra que apenas ahora se empieza a denunciar. En segundo lugar, Rhodes me hizo entender que el mundo de la música clásica necesita renovarse, que no tiene por qué ser un estilo al alcance de unos pocos estirados sibaritas. Y por último pero no menos importante, que así como hay heridas que nunca se terminan de curar, también existen sueños que se hacen realidad.Como se imaginarán los que no lo conozcan, leer las experiencias de un hombre que fue violado por su profesor de educación física puede resultar duro y escalofriante. Y lo es, qué duda cabe. No obstante, relean esa última frase del párrafo anterior, porque en las palabras de Rhodes siempre hay espacio para una esperanza agridulce, pero esperanza al fin y al cabo. Este pianista que ahora viaja por el mundo ofreciendo conciertos de piano y dando conferencias se topa continuamente en un cruce de caminos entre el deseo de ser feliz y las cadenas de rabia, frustración, miedo y dolor que arrastra desde su infancia. 
Y Fugas, su último libro, no deja de ser una prolongación en forma de diario de esa batalla que libra día sí y día también para conseguir, en medio de ese enredo de negras emociones, un fino hilo de paz. Mientras que Instrumental es puro impacto, un ejercicio de empatía y un testimonio compartido a corazón abierto, Fugas es un monólogo que sorprende, pero por razones algo distintas. A mí, al menos, leer los pensamientos de Rhodes sobre su vida diaria, me hizo pensar en el poder de la maldad, de sus consecuencias a largo plazo. Ver que a pesar de su éxito fulminante, de haber cumplido su sueño, de haber encontrado en la música una píldora de salvación, de los viajes increíbles y las personas que le admiran, James sigue siendo un hombre atormentado por el daño que le causaron siendo apenas un niño. Aunque al final, vuelvo y repito, el autor deja un halo de esperanza agridulce, no pude evitar preguntarme por qué. Por qué es tan fácil y rápido joder para siempre a alguien, y por qué, lejos de lo que nos quieren hacer creer los predicadores del "no hay mal que cien años dure", hay heridas que son sencillamente imposibles de sanar. ¿Por qué?

Publicado el 22/1/2018



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