Era de noche, casi Navidad; el aire se congelaba alrededor de las farolas, la lluvia bailaba rítmicamente sobre el
El calor empañaba los cristales. El frío, que helaba hasta los minutos, había atravesado la chapa y se instalaba dentro, en mis manos, en tu pecho. Te reíste a carcajadas cuando te hablé de la biodiversidad y el equilibrio. Equilibrio era conseguir el éxito, tener el depósito lleno y el estante repleto… Me besaste.
Bajé del coche y te vi marchar en un segundo. Me detuve frente al portal. En la pared de ladrillo aún se leían nuestros nombres; fueron escritos con tiza hace más de veinte años. Sé que fuiste tú, te vi dibujarlos, aunque siempre lo hayas negado. En el colegio odiabas reconocer que yo te gustaba tanto como amabas coleccionar hojas de árboles, tanto como disfrutabas de aquellos paseos a ninguna parte. Pensé en cuánto tiempo se mantendrían esos nombres, apenas legibles, antes de que la lluvia y el tiempo los hicieran desaparecer. Sin esos nombres ya no recordaré quien eres, ya no sabré quien soy.
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