Esto tal vez corrobore que aquellos años convulsos, llenos de contrastes, post-clásicos, que parecían un anticipado "turn of the century" y donde encontraron buen acomodo Siegel o el Losey menos americano (y empezaron su andadura Eastwood o Cimino, que bastante le debían) en el fondo no eran tan afines a su personalidad cinematográfica, más emocional y compleja y por tanto más cercana a la de Preminger, Mankiewickz o Rossen de lo que pueda parecer, directores con los que casi nunca se le relaciona.
Fuller regresará ya con una mayor continuidad en unos años 80 dominados por una nueva (y hortera) reconstrucción de ese universo moderno que decía Moullet (lo llamó anti-Tati: sus personajes trataban de adaptarse como podían al medio en que les tocaba vivir y no andaban ofuscados con el progreso y los cambios en general) tan bien había descrito una y otra vez, de Occidente a Oriente, del western al policiaco, de los bajos fondos a las altas élites del poder. Sus películas a partir de "White dog", (omito "The Big Red One" a posta, que no se pudo ver "correctamente" hasta muchos años después) perderán partidarios y han dejado un regusto amargo incluso a quienes lo defendieron hasta el final.Habiéndose desentendido del montaje finalmente exhibido de "Shark!", en el centro de ese eclipse sólo queda "Kressin und die tote taube in der Beethovenstrasse", hecha para TV, poco difundida, a medio camino de dos épocas, sin fortuna comercial y musicalmente se diría que sincopada, que parece por momentos que va a colmar las más altas expectativas, para a la escena siguiente salirse en una dirección inesperada, afearse y perder el hilo, pero dejando de todas formas una rara impresión general de uniformidad si bien heterodoxa, de proyecto quizá bien planeado que se no se ha podido llevar a cabo tal y como hubiese sido necesario.