Lo confieso: Soy una adicta. Nunca he fumado muchísimo, pero puedo afirmar sin estupor que tengo adicción al tabaco como cualquiera. Desde el principio, me alarmó y desagradó la sensación de dependencia que generan los pitillos, por eso intenté controlarlo. Ya en el instituto, instauraba de 'motu proprio' cada 'equis' tiempo el 'mes de no fumar', y durante ese mes íntegro no me acercaba un cigarro a la boca. ¿Para qué? No lo sé... ¿para mantener la conciencia tranquila?
Lo cierto es que esta práctica me sentaba de maravilla, y eso que al mes siguiente volvía a fumar sin problema, aunque el primero de los pitis me supiera a rayos... Mis compañeros alucinaban con la dinámica, que seguí manteniendo durante mi etapa universitaria. Algunos se mofaban de la escasa eficacia de la pausa -en realidad, ellos no eran capaces ni de renunciar a fumar ni un día-, otros me echaban en cara que lo retomase cuando ya -según ellos- había pasado lo peor, y los había que incluso aplaudían mi 'gallardía' como si se tratase de una gran hazaña.
El caso es que cuando realmente intenté dejar de fumar definitivamente, fue ese primer mes el que menos duro se me hizo. No echaba de menos el tabaco en ningún momento de mi rutina diaria. Ese momento del café que dicen que es el peor para la ansiedad, o después de comer o incluso ese cigarrito que algunos se dedican después de echar un buen polvo... La cara más desagradable de la adicción la experimenté el primer día que salí de marcha con mis amigos y me tomé un par de cervecitas... entonces noté lo que es la punzada desasosegante del vicio, la angustia por no poderme fumar alguno de esos pitillos que mis amigos degustaban felices. Ya no podía pensar en otra cosa. La mente se alejaba de los temas de conversación... ya no entendía nada de lo que me decían... mi vista se me iba a los cigarrillos de los demás sin poder evitarlo.
Desde entonces, decidí que sería fumadora social, residual... Sólo fumo cuando bebo y estoy entre fumadores, y lo hago porque la adicción me impide disfrutar bien de esos momentos de ocio etílico sin un pitillo en la boca. Es así de triste...
En cualquier caso y pese a que lo 'normal' sería lo contrario estoy deseando que se ponga en funcionamiento la anunciada Ley antitabaco del Ministerio de Sanidad. Qué gozada comer sin que el humo de otros se te cuele en la boca, tomar un café por la mañana sin que el pelo pase del olor a champú al pestazo a tabacazo, tomarse un aperitivo sin que te piquen los ojos... ¡respirar!
Ahora veo con desesperanza que vuelven a aplazar la decisión... por cobardía, supongo, y la rabia me corroe. Estoy harta de escuchar a los mal-llamados defensores de la tolerancia... ¿qué tolerancia supone tragarme el humo de los demás? ¿qué ejercicio de solidaridad malsano es compartir mi humo con los que están a mi alrededor?