Funeral de Mandela: la prensa desacreditada contra-ataca...

Por Viajeporafrica

Lamentablemente, como siempre le sucede a la vida, la termina la muerte. En este caso, lamentablemente bis, le tocó este temita existencial a la persona más conocida, más representativa, más querida, y más, si se me permite la polémica, revolucionaria de Sudáfrica: el inigualable Nelson Rolihlahla Mandela. Y demos gracias a dios, polémica bis mediante, ya que los últimos meses, quizás debería decir años, estuvieron teñidos de rumores que aseguraban que ya se había muerto, que no estaba muerto, que lo ocultaban por asuntos político, que por las elecciones, que no, que sí, etc. Una polémica bis bis de lo más indecorosa eso de andar matando y reviviendo cada quince días a una figura de la envergadura del gran Nelson.

Por supuesto que apenas fue totalmente confirmado el deceso tanto por la prensa nacional, internacional, y marciana, el planeta entero se empezó a calzar el traje de luto para una despedida que auguraba y prometía dignificar muy seriamente a su carismática y conmovedora figura. El velatorio se celebraría en su pueblo natal, un pequeño y apacible páramo perdido en el tiempo, que dista poco más de trescientos kilómetros de Grahamstown, llamado Qunu. Como el gobierno empezó a tener miedo a que el país entero se movilice (y se genere un caos sin precedentes), empezaron a desmotivar a la gente por radio, tv, y mensajitos en botellas piratas, vociferando que tanto las rutas, como el pueblo, iban a permanecer cerrados al público. La real realidad es que Qunu no tiene casi estructura para mantener a sus poquitos habitantes, muy difícil imaginarlo recibiendo a un país.

Pero como nosotros cada tanto nos permitimos ser bien argentinos, y porque el ser testigos de la historia es algo que en general no queremos dejar pasar, decidimos que estando tan cerca, no podíamos dejarnos amedrentar por mensajitos gubernamentales y prohibiciones absurdas, y nos abocamos a alistar las carpas, y a setear la cara a modo "piedra", para ver si con estos dos pequeños, pero muy efectivos recursos, lográbamos decirle "bye bye" al Tata desde la menor distancia posible. La ligación emocional con Mandela había quedado muy marcada desde el documental que realizamos en Sudáfrica a finales del 2009, el Tincho estaba de visita, y la promesa de profundas emociones quedaba al descubierto en la imaginación, en esa proyección cerebro-espiritual futurista, de la satisfacción que sabemos que nos va a producir decirle "chau" a alguien de la forma más sentida. Un "chau" que más que un chau es un: "hasta siempre y muchas gracias por tanto amigo".

Así fue que llegamos a las inmediaciones de Qunu a eso de las nueve de la noche. Para nuestra gran sorpresa, los mensajes gubernamentales habían resultado por demás efectivos. La ruta se notaba tranquila, la invasión de gente no era tal, los autos no existían, y el supuesto quilombo con el que creíamos que nos íbamos a encontrar, se había reemplazado por el más inquietante silencio. Nos obligaron a tomar un desvío, pero apenas vimos el huequito nos metimos al pueblo. La prensa internacional probablemente estaría en Mthatha, la ciudad más cercana, y única infraestructura posible para contener a tanto periodista peligroso y suelto por Sudáfrica. Divisamos un pequeño descampado al costado de la ruta, y sin llamar demasiado la atención nos desviamos, armamos la carpa, y nos quedamos muy quietitos fumando uno y disfrutando del movimiento nocturno. Cuando por fin bajó el cansancio, sacamos las bolsas de dormir, y a recuperar energías para un día memorable.

Al despertarnos, lo primero que respiramos fue la fragancia de la congoja en el ambiente. La exaltación de la vida y de los valores más nobles, se entre mezclaban con los amables rayos de sol de las mañanas del Transkai. Estábamos a punto de ser parte de uno de esos días para no olvidar, de una leyenda atemporal que pasará de boca en boca por largo tiempo y muchas generaciones. La periferia estaba invadida de colectivos de larga distancia, de bandas militares, de personas que curioseaban, y de cámaras y gente de prensa. El movimiento de personas y el tráfico de vehículos estaban enmarcados en el cuidado y la ternura que el día se merecía. Nadie quería sobrepasar los niveles sonoros del murmullo. El respeto, mucho más que profundo, era el valor absoluto e inquebrantable que enmarcaba la totalidad de movimientos de la vida. En ese contexto y bajo tan eterna fragancia, nos empezamos a mover muy sigilosamente para dilucidar cuál era el camino más corto y viable hasta la casa de Mandela en Qunu, lugar desde donde comenzaría la procesión del ataúd hasta una carpa especialmente armada para el velatorio.

Intentamos el camino principal y alguno que otro aledaño, y en ambas ocasiones nos rebotaron los policías. Esos dos rebotes sirvieron para darnos cuenta que la única posibilidad que teníamos era meternos por el medio del pueblo, disimulando nuestras presencias de casa de casa, y de esa manera acercarnos lo más posible hasta el objetivo. Y como muchas veces sucede en la vida, la vida se deja, promete, desafía, pero después cumple. Avanzamos sin problemas entre la humildad de Qunu, entre la sonrisa de su gente, entre la sorpresa que expresaban al ver a esta banda de blanquitos abriéndose paso entre malezas y alambrados. Sin prisa pero sin pausa, logramos meternos de lleno en el tramo final que desembocaría directamente en las puertas de la casa sobre la ruta. Un militar nos frenó, nos vio con la cámara al hombro, pero solo atinó a pedirnos que por favor no sacáramos fotos. Nos dejó pasar. Llegamos. Se descolgaron tibiamente esas risas de emoción contenidas en el alma.

Ya entreverados con militares muy uniformados y muy alineados sobre la ruta, empezaron a sonar los redoblantes y la magia sucedió. El cajón de Nelson apareció desde la parte posterior de la casa y la procesión se puso en marcha. Luego: caminar por afuera del alambrado acompañando el sentimiento, dejando que la emoción se apodere y nos invada, nos toque por dentro, nos acaricie el alma, nos fuerce a ajustar los gestos de la cara, lubricando los mecanismos de una existencia que rebalsa de emoción y de lágrimas que el cuerpo exprime por los ojos. Una vez que el féretro dobló la primera esquina, el cajón en vez de acercarse se empezó a alejar, y con ello las emociones se empezaron a estabilizar, a equilibrar, y se declararon en manso reposo contemplativo. En aquel momento me sentí recompensado y bendecido con la varita mágica de las conclusiones de los ciclos de vida. Como muchas veces sucede, en aquel momento volví a comprobar que las obras que concluyen y determinan una vida, no son de ninguna manera las que puedan llegar a tomar cualquier forma material... al menos una que sea mensurable y tangible.

El resto del día lo vivimos en las inmediaciones de la pantalla desde donde se transmitía el velatorio y la ceremonia de despedida. Allí se dio cita el pueblo para compartir y disfrutar de todos los posibles shows que un país le pueda preparar a su abuelo, padre, e hijo predilecto. Durante aquel día danzaron los hombres, los helicópteros, los aviones. Durante aquel día se multiplicaron los halcones y las palomas de la paz. La historia lloró huérfana y gitana. Durante aquel día brillaron las almas que se paran al borde del abismo y sin dudar se lanzan al vacío, y aprenden a volar en caída libre, por mero amor a la vida, por el sólo hecho de dignificar y maximizar las posibilidades que nos han sido dadas. Gracias Tata por tanto... por siempre y para siempre, gracias... Hasta la próxima.