Siempre quise ser abogado, pero el fútbol se cruzó en mi camino como una china que se te mete en el zapato. El tumulto que tal decisión causó en mi casa sólo es comparable a perder la final de la Champions en la tanda de penaltis. Nadie entendía que prefiriese la áspera y rugosa superficie de un campo de fútbol a la suave moqueta del bufete. «Dame un argumento», me dijo mi padre. «Quiero ser famoso y ganar mucho dinero», le contesté. «Fútbol es fútbol», me respondió. «No entiendo qué quieres decir», le dije sorprendido. «Hijo, pues muy sencillo, que ahora no os basta con empezar de becarios para limpiar la escasa consistencia de vuestro expediente académico y, en vez de eso, sois como la china que nadie quiere que le toque, porque en vez de argumentos, todo lo basáis en ruidosos y escandalosos tumultos como los que veis en un campo de fútbol». «Cierto papá, fútbol es fútbol», le respondí.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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Siempre quise ser abogado, pero el fútbol se cruzó en mi camino como una china que se te mete en el zapato. El tumulto que tal decisión causó en mi casa sólo es comparable a perder la final de la Champions en la tanda de penaltis. Nadie entendía que prefiriese la áspera y rugosa superficie de un campo de fútbol a la suave moqueta del bufete. «Dame un argumento», me dijo mi padre. «Quiero ser famoso y ganar mucho dinero», le contesté. «Fútbol es fútbol», me respondió. «No entiendo qué quieres decir», le dije sorprendido. «Hijo, pues muy sencillo, que ahora no os basta con empezar de becarios para limpiar la escasa consistencia de vuestro expediente académico y, en vez de eso, sois como la china que nadie quiere que le toque, porque en vez de argumentos, todo lo basáis en ruidosos y escandalosos tumultos como los que veis en un campo de fútbol». «Cierto papá, fútbol es fútbol», le respondí.Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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