Futbolín nos cuenta la historia de un padre, que se encuentra muy alejado de su hijo. Ambos comparten la pasión por el fútbol, pero ni siquiera lo saben. Pues mientras el padre vive su pasión encerrado en el garaje jugando con pequeños muñecos de plomo, el hijo, hace lo mismo, desde su videoconsola. Intentando romper esta frontera, el padre contará una historia a su hijo, de la misma forma que el abuelo lo hacía a su nieto en La Princesa Prometida. La historia de cómo desde pequeño, sentía verdadera devoción por el futbolín, algo que casi comprometió a su pueblo entero, cuando una gran estrella del fútbol vuelva para vengarse del partido que perdió contra él siendo niño. Así comprará el pueblo entero y tratará de destruir su futbolín, pero estos muñecos de plomo, cobrarán vida tras este incidente y guiaran a su entrenador a salvar al pueblo. Aunque para ello tenga que reclutar a todos sus vecinos para jugar un partido de fútbol, formando un equipo, nada profesional, e intentar salvarlo.
Lo mejor de Futbolín lo encontramos en su prólogo, una suerte de homenaje al Stanley Kubrick de 2001: Una odisea en el espacio, cuando unos simios toman un cráneo y empiezan a darle patadas como si fueran los primeros futbolistas. Este prólogo, que compara sin ninguna sutileza a los futbolistas con los primates, cobra mayor sentido con la llegada de esa gran estrella del fútbol, que no de forma casual, tiene un aspecto que recuerda al del futbolista portugués Cristiano Ronaldo. Y es que existe en Futbolín, la intención de realizar una crítica al modelo de negocio del fútbol actual. El problema de esta crítica es que nunca acaba de cuajar. Campanella, como si fuera de esos pocos jugadores que aún quedan que sienten los colores en lugar de venderse como mercenarios, acaba cegado por su pasión al fútbol y a la belleza del deporte, y esto le impide ser capaz de criticarlo con la ferocidad que a veces se intuye, y que es algo que pisa de una manera demasiado fina y no termina de cuajar. Pero comentábamos al principio, no es el fútbol la única pasión evidente de Juan José Campanella, y la otra, y queda muy clara mientras vemos la cinta, es el cine. El realizador no oculta sus referencias, y es evidente que la principal fuente de inspiración para el realizador argentino es la de de Toy Story. No sólo ya es el hecho de que los juguetes cobren vida, lo que se evidencia en la película. Nos encontramos con escenas que parecen salidas de la saga creada por Pixar, las escenas del basurero, nos recuerdan inevitablemente a la tercera entrega de las películas de John Lasseter. Así como esa misión de rescate que culmina en un parque de atracciones, también tiene mucho que ver con lo que aparecía en las dos primeras entregas. La sensación de esto es que Futbolín parece un Toy Story sin chispa, que sólo termina de despegar y cobra identidad propia en su fantástico tramo final. En un partido de fútbol, narrado con excepcional épica, que resulta tan entretenido como emocionante. Y dónde además el realizador, evita, con gran acierto, caer en la evidente reescritura del clásico de La liebre y la tortuga, elaborando una moraleja mucho más interesante. Si hay algo que queda claro en Futbolín es que es una película realizada con amor. Pero el amor no es suficiente para levantar una película que nace directamente de las dos pasiones de su realizador. Están en Futbolín muchas de las preocupaciones del cine de Campanella, desde la desestructura familiar, a la incomprensión generacional. Pero al final se siente como si fuera un simple forofo realizando una película, que aunque hará las delicias de los más pequeños, pues resulta de lo más entretenida, tiene siempre un ritmo ágil, además de una animación cuidada, que aunque no llegue al nivel de Pixar, alcanza cuotas de producción estadounidense. Cuida poco de sus errores, y no acaba nunca de terminar todo lo que se propone. Un cuento divertido y entretenido de un tipo que es incapaz de ocultar sus verdaderas pasiones, pero que aún así, es capaz de transmitir todo el cariño, con el que sin duda, realizó la película.