Cosmovisiones cambiantes: futuro de nuestra galaxia
Nada llama más la atención a mis estudiantes de filosofía y ciencia que ver cómo han cambiado las cosmovisiones a lo largo de la historia. Para los medievales, a excepción de los cometas que podían anunciar desgracias, el universo era un lugar pequeño y relativamente seguro. El Sol, la Luna y los planetas conocidos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, giraban en torno a una Tierra esférica y fija en el centro del cosmos. El mundo estaba dividido en una esfera sublunar, o sea, lo que estaba debajo de la Luna, en la que reinaban los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. A partir de la Luna, todos los astros estaban formados por una quinta esencia que los hacía incorruptibles, habitación idónea para las almas de los bienaventurados. Cada astro tenía su ángel protector, que se representaba con una lira o arpa, para indicar que las esferas celestes emitían música en sus movimientos perfectos –idea heredada de los antiguos pitagóricos-. Más allá de esos planetas se encontraba un cielo de estrellas fijas, también hechas de una quinta esencia incorruptible, y más allá estaba el empíreo, el lugar desde donde Dios transmitía movimiento a todas las esferas. Los psicoanalistas, siempre con su afán de explicarlo todo por la relación con la madre, han dicho que el hombre medieval se sentía seguro en ese mundo, como en el útero materno.
Los avances de la física y la astronomía rompieron ese útero y nos hicieron enfrentarnos con un universo caótico y peligroso. Dejando de lado el choque de asteroides y cometas con la Tierra, sabemos que las galaxias también chocan y se destruyen mutuamente. Viajando a 300 km por segundo, la galaxia de Andrómeda y la Vía Láctea se acercan para chocar un día, dentro de 3000 a 5000 millones de años. Los astrónomos tienen un nombre para la galaxia que se formará del choque: Lactómeda.
Hemos dicho que si un ser pensante pudiera existir a nivel cuántico, difícilmente llegaría a leyes como las de acción y reacción, pues estaría rodeado de ondas o cuerdas, no de partículas o astros que colisionan. Distinguidos físicos y astrónomos han dicho que nuestra ciencia no solo depende en parte de nuestro tamaño, sino de nuestro tiempo. Imaginemos que una civilización tecnológica florece en Lactómeda. Quizá para esa época el universo se habrá expandido tanto que no sean visibles otras galaxias para esa hipotética civilización. Supongámoslos dotados de un desarrollo tecnológico parecido al nuestro o ligeramente superior. A pesar de eso, como no podrán ver otras galaxias, no imaginarán que el cosmos se inició con un big bang y ni siquiera soñarán que la galaxia en que viven es el fruto de la colisión de dos galaxias anteriores. Su ciencia dependerá del tiempo en que viven y la visión del universo que tengan entonces. Casi seguramente pasa lo mismo con nuestra cosmovisión actual.