"Poto and Cabengo" fija su atención tanto en tratar de averiguar las causas que habían conducido a ese resultado final de comunicación entre las niñas como y muy especialmente en conocer a contrarreloj todo acerca de los mecanismos puestos en marcha por los familiares y vecinos, educadores, logopedas, pedagogos o psiquiatras y por supuesto los periodistas, no para entender qué decían sino para para que se volviesen "normales" y hablasen sólo inglés lo que de paso deriva en una múltiple y sutil radiografía de los Estados Unidos de la era Jimmy Carter, aquel granjero de cacahuetes paladín de los derechos humanos.
Surgen durante ese análisis los interrogantes sociológicos, que son la antesala de los políticos que tanto le habían interesado a Gorin en los años previos.
Miedosas sin perder la sonrisa, inesperadamente gesticulantes o ensimismadas y consideradas como deficientes por varios especialistas, casos demasiado alargados en el tiempo de fases del habla típicas entre hermanos y especialmente entre gemelos (idioglosia o criptofasia), Gorin las trata sin embargo como seres extraordinarios, sin descartar que quizá hasta fuesen de inteligencia superior.
Trata de esa forma de contagiar el asombro que siente al escuchar sus veloces y entrecortadas conversaciones, cómo se relacionan "dualmente" - a veces parece que a su pesar, preferirían no salirse de su mundo - con su familia y otros niños y con su abuela alemana, aceptada en la comunidad por ser extranjera y a la que parecen comprender sin problemas aunque en diez años ella no haya aprendido ni una decena de palabras en inglés. Esa mirada a las circunstancias del día a día de las niñas, sin guión ni casi propuesta de actividad alguna, siguiéndolas con la cámara como buenamente podía, resulta curioso que termina por estar más cercana a la que compone y destila Paul Newman en "The effect on Gamma Rays on man-in-the-moon-marigolds" o a la que sueña Hayao Miyazaki en "Tonari no Totoro" que a la antropológica y sobre el papel más "pura" de Flaherty, Rouch o Truffaut que viajaban para conocer otras formas de vida o trataban de hacerlas colisionar con las más habituales.
Porque en este entorno de aparente normalidad con hules a cuadros, schnitzel con ketchup, patios de atrás donde leer el periódico, bibliotecas desiertas, un lugar donde el zoo es la mayor atracción, la única posibilidad de intuir que ahí fuera hay otras cosas, a Ginny y Gracie no se les permitió ser distintas.
Y no lo son.
Hoy día, por lo averiguado, la primera trabaja en una planta ensambladora y la otra es limpiadora en un restaurante.
Un triunfo de la civilización.