Nacido en 1924 en Italia, Marcello Mastroianni fue uno de los actores más conocidos de una generación de intérpretes en la que destacar era sumamente difícil porque cuando eclosionaron, a mediados del siglo pasado, era tal la acumulación de talentos tanto masculinos como femeninos que se requeriría un estudio concienzudo para averiguar el origen de dicha feliz circunstancia; feliz para los espectadores, que disfrutaron y siguen disfrutando de dichos talentos, y feliz para los propios intérpretes y para los directores a cuyo servicio estuvieron, con el resultado de películas inolvidables.
Desde muy joven Mastroianni tuvo la vocación de ser actor y por mucho que luego en el cénit de su fama lo negara y le quitara importancia, el trabajo de actor no tan sólo le satisfacía sino que, además, le motivaba de una forma especial, afrontando cada personaje con un estilo muy bien definido aplicando la antiquísima tradición de la Comedia del Arte con una moderación calculada en la gestualidad cuando así lo requería el personaje.
La legendaria y eufemística pereza de Mastroianni, como queriendo restar esfuerzos y méritos a su trabajo, oculta que estuvo casi tres años apreniendo el oficio y que luego, cuando ya había conseguido los primeros papelitos en el cine, después de largas sesiones como figurante o extra, no dudó en ponerse sobre las tablas, eso sí: a las órdenes de Visconti, para intervenir en piezas tales como A vuestro gusto, de Shakespeare, o Un tranvía llamado deseo, de Williams, en la que coincidió con un tal Vittorio Gassman como protagonista. No me puedo ni imaginar cómo serían esas funciones.
Pronto tendría la suerte de cruzarse en el camino de un tal Fellini del que se convirtió en una especie de alter ego y el salto a la fama fue inmediato.
Afortunadamente, el supuestamente vago Mastroianni se tomó muy en serio su trabajo y poco a poco mejorando su arte se convirtió en casi que imprescindible para casi todos los grandes directores italianos del siglo pasado; su seducción natural, nada forzada, conquistó no pocos corazones dentro y fuera de la pantalla y podría decirse que cualquier actriz del siglo pasado se sentía orgullosa y contenta de tener la oportunidad de compartir escena con el bello Marcello, aunque su íntima amiga Sophia Loren es la que en más ocasiones trabajó con Mastroianni y, además, en varias de ellas, a las órdenes de otro genio italiano, Vittorio De Sica, como, por ejemplo, en Matrimonio all'italiana, basada en la célebre pieza teatral Filumena Marturano de Eduardo de Filippo.
Claro que la pareja Loren-Mastroianni, bien mirado, daría para una entrada especial dedicada a ambos y a su espléndida y longeva buena relación
A lo largo de toda su carrera Mastroianni demostró ser capaz de afrontar con enorme capacidad, elegancia, solidez y eficacia cualquier tipo de carácter que se le ofreciera, desde el seductor más caradura al hombre apocado y dominado por sentimientos internos dolorosos, siempre enamorando la cámara, haciendo de su innegable fotogenia no un fin sino un medio para conseguir trascender la pantalla y emocionar al patio de butacas mediante un inmenso repertorio de gestos tan pronto apenas insinuados como de repente explosivos, siempre acertados milimétricamente: uno de los más grandes actores del siglo pasado, capaz de elevar la nota de cualquier película en la que intervino, dotado de una naturalidad desarmante y una sonrisa embrujada.
Mastroianni se convirtió por derecho propio en uno de los actores italianos más cotizados y nunca quiso atender los cantos de sirena que le llamaban desde el otro lado del Atlántico, prefiriendo Europa, donde su colección de premios recibidos es impresionante a lo largo de una extensa carrera de más de cincuenta años y casi ciento cincuenta películas en su haber, no todas excelentes, pero algunas absolutamente imperdibles, una muestra del buen hacer de un actor que supo conseguir tanto en pantalla como detrás de ella la estimación de todos los que coincidieron alguna vez con él en una película, aunque vinieran de muy lejos.